Los resultados municipales de las elecciones inglesas han dejado un panorama de dimensiones coránicas. En muchísimas ciudades han ganado partidos confesionales musulmanes. Dato mata relato (woke).

Estuve en Inglaterra poco después del Brexit y, sin ser yo un furibundo unioneuropeísta, acababa dándote rabia que los ingleses pensasen que todos los problemas que tenían se debían a los europeos y ya se habían solucionado, ea. Resultaban hasta un poco insolentes, a pesar de mi cariño por la Inglaterra inmortal, la merry, que decía Chesterton. "Por fin vamos a acabar con la inmigración descontrolada que nos impone la UE", exultaban, ufanos, y yo miraba alrededor y veía pakistaníes y otros caballeros que provenían más del Imperio que de la UE. Los polacos eran fontaneros cotizadísimos y ocupadamente escasos.

Del Brexit han pasado al Islamin y van a terminar en Britistán, entre la inmigración descontrolada, suya, y la falta de natalidad, suya también. Yo no me alegro, porque, aunque sé que los ingleses han sido nuestros rivales en la historia a menudo, algo así como la némesis de la Hispanidad, han tenido también a su Jane Austen y a su Tomás Moro y, por supuesto, a nuestro Shakespeare, etc. Inglaterra es una cosa muy grande y tiene dimensiones maravillosas que son, precisamente, las que más peligran en unas Islas Coránicas.

La democracia conlleva un talón de Aquiles, que es su dependencia del número. Obviamente, a medida que las mayorías sociales se transforman, los resultados electores van cambiando. Puede que las minorías musulmanas al principio no se sientan tentadas a votar a partidos propios y que se conformen con votar a los partidos aborígenes que les beneficien a corto plazo. En cuanto se vean con músculo en el censo electoral, cambiarán las tornas y aparecerán las siglas. Y no tienen que ser mayoría. Ya vemos la que Puigdemont está liándole a Sánchez con siete escañitos de nada. No quiero ni pensar lo que conseguiría un partido islámico si pilla a un Sánchez con ansia de poder.

En absoluto discrimino a nadie ni su voto. Constato que las democracias occidentales no son del todo compatibles con partidos islamistas en el poder o en coaliciones de gobierno. Sería muy raro que el que se me rasgase las vestiduras fuese partidario de la aconfesionalidad del Estado y le sentase mal que yo ahora mismo la esté defendiendo del único peligro real que la acecha a medio plazo.

Publicado en Diario de Cádiz.