Las críticas no las mido al peso. Yo paso del número. Hay lectores que, por su buen gusto, si no les gusta lo mío, me inquietan muchísimo más, aunque sean tres, que si mi artículo no es viral o mi libro no es un best-seller. De serlo, podrían darme hasta cargos de conciencia. Lo mismo en la política. Amigos, conocidos o saludados centristas me indican amablemente que mis posiciones están radicalizadas y se lo agradezco y me río. En cambio, un carlista (de los dos o tres que hay) dice que estoy equivocado y me inquieto lo indecible. Le concedo otra legitimidad.

Ha ocurrido con uno de mis últimos artículos. Hablaba de la resistencia moral que hemos de desplegar contra las leyes ideológicas del Gobierno, cuyo trasfondo antropológico no aceptaremos jamás. Varios me afearon mi intransigencia cerril. Muy bien. Otros me la aplaudieron. Mil gracias. Pero uno dijo que tampoco eso era una resistencia heroica que digamos, y me ha quitado el sueño.

Porque tiene razón. Si estas leyes propician la eliminación de vidas inocentes o la intervención traumática e irreversible en los cuerpos de menores, ¿basta con mascullar un desdeñoso etiam si omnes, ego non ("aunque todos, yo no")? Si uno está convencido de la devastación que producen estas normas, ¿hacer una objeción formal por escrito es suficiente? ¿Vale la denuncia a los políticos que jamás han hecho nada para cambiar la situación? Que estos temas sean esenciales para decidir mi voto, ¿implica un cambio real? No. Hoy escribo contra mí.

Tendría que encontrar un equilibrio que se me escapa entre la resistencia más firme y mantenerme fuera de la violencia y la coacción. Esa línea pasaría mucho más cerca del activismo y del compromiso social de lo que yo estoy ahora. Comprendo que los que no creen que el aborto implique ningún atentado contra nada, viéndonos tan tranquilos conviviendo con estas leyes y estas prácticas, piensen que nos quejamos por costumbre y tic ideológico.

Claro que no quiero castigarme más de lo justo. También tienen todas las evidencias científicas, los latidos del corazón, el entusiasmo con que una recién embarazada habla de su niño si lo desea, la voz de sus conciencias, etc. Eso es verdad, pero no una excusa. Nuestra resistencia ideológica es básica… e insuficiente. Se tendría que palpar nuestro dolor, mi desconcierto. Rezar frente a los abortorios se me antoja la única medida digna. Por eso la han prohibido.

Publicado en Diario de Cádiz.