Hoy es la fiesta de San Pedro y San Pablo. La Iglesia asocia a esta festividad «el día del Papa», del Sucesor de Pedro, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, –hoy Benedicto XVI–, para tenerle muy presente en nuestro afecto y cercanía, en nuestra acción de gracias, y en nuestra adhesión personal y comunitaria; y para reavivar también en nosotros, fieles de la Iglesia, «una, santa, católica y apostólica», el sentido de nuestra comunión fiel e inquebrantable con él que nos confirma en la fe, preside el Colegio Apostólico y la Iglesia universal en la caridad, y es vínculo de unidad. Este año hay un motivo especial añadido para fortalecer la veneración y la obediencia al Papa, al actual Papa el amor filial hacia su persona que siempre han distinguido al católico, en especial al español: en este día nuestro queridísimo Papa Benedicto XVI cumple sesenta años de sacerdocio. Le felicitamos gozosos de todo corazón; y, con él y por él, elevamos la acción de gracias a Dios porque en toda su larga y ejemplar vida sacerdotal se ha mostrado tan grande su misericordia en favor de él, de nuestro querido Papa, y de toda la Iglesia. No se trata de «honores», de grandeza y gloria humanas, ocupar la sede de Pedro, ser su Sucesor. Como dijo el mismo Benedicto XVI en un discurso a la Curia Romana unos meses después de ser elegido: «Más bien se trata de servicio, que se debe prestar con sencillez y disponibilidad, imitando a nuestro Maestro y Señor, que no vino a ser servido sino a servir, y que durante la última Cena lavó los pies a los Apóstoles, ordenándoles hacer lo mismo». Así está siendo nuestro Papa: servidor, sencillo y humilde. El Papa es un don de la Iglesia, signo y manifestación del amor y misericordia con que Dios guía y cuida de la Iglesia. «Al Sucesor de Pedro le compete una tarea especial. Pedro fue el primero que hizo, en nombre de los Apóstoles, la profesión de fe: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Ésta es la tarea de todos los sucesores de Pedro: ser el guía en la profesión de fe en Cristo, el Hijo de Dios vivo. La cátedra de Roma es, ante todo, cátedra de este credo... La cátedra de Pedro obliga a quienes son sus titulares a decir, como ya hizo san Pedro en un momento de crisis de los discípulos, cuando muchos querían irse: Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios» (Benedicto XVI). El Papa es claro signo de la prioridad de Dios, de que la Iglesia la lleva y conduce Él. Por ello declaraba a unos periodistas en uno de sus viajes apostólicos: «Yo sólo quiero confirmar a la gente en la fe, pues precisamente también hoy necesitamos a Dios, necesitamos una orientación que dé una dirección a nuestra vida. Una vida sin orientación, sin Dios, no tiene sentido, queda vacía. El relativismo lo relativiza todo y, al final, ya no se puede distinguir el bien del mal. Por tanto, sólo quiero confirmar en esta convicción, que resulta cada vez más evidente, de nuestra necesidad de Dios, de Cristo, y de la gran comunión de la Iglesia, que une a los pueblos y los reconcilia». Es esto lo que está haciendo constantemente, «a tiempo y a destiempo, con ocasión o sin ella» el Papa Benedicto XVI: confirmarnos a todos en la fe, en la necesidad de Dios. «La prioridad suprema, dirá dirigiéndose por carta a todos los obispos del mundo, y fundamental de la Iglesia y del sucesor de Pedro en este tiempo es conducir a los hombres hacia Dios, hacia el Dios que habla en la Biblia. De esto se deriva como consecuencia lógica, que debemos tener muy presente la unidad de los creyentes. En efecto, su discordia, su contraposición interna, pone en duda la credibilidad de hablar de Dios». Estas palabras de Benedicto XVI recuerdan que «el desafío de la nueva evangelización interpela a la Iglesia universal, y nos pide también proseguir con empeño la búsqueda de la unidad plena entre los cristianos». Por eso mismo, la misión de Pedro y de sus sucesores consiste precisamente en servir a esta misma unidad de la única Iglesia de Dios formada de todos los pueblos. Su misión es servir a la unidad que proviene del amor y de la paz de Dios, la unidad de cuantos en Jesucristo se han convertido en hermanos y hermanas que reconocen en Jesucristo, Hijo único de Dios, el «rostro humano» de Dios vivo que es Amor, vínculo de la unidad consumada, y reconciliación. ¿Cómo no dar gracias a Dios por este inmenso don del Papa, ahora Benedicto XVI, que es garante y vínculo de esta comunión, de la unidad de la misma fe en la que se asienta la Iglesia, que nos asegura participar en los dones de la salvación, de la vida nueva, de un Amor que no tiene medida en favor nuestro y nos capacita para amarnos unos a otros con el mismo amor con que Él nos ama? A nuestra felicitación al Papa, en este día suyo y en estos sesenta años de su ordenación sacerdotal, unimos nuestra plegaria confiada para que, como él pedía en el inicio de su pontificado, a través suyo, se cumpla la voluntad de Dios, sea fiel al querer de Dios. Que Dios le conceda larga vida y su auxilio para que el Papa Benedicto XVI, habiendo aceptado de la Providencia el querer o voluntad de Dios, se cumpla siempre en él; y todos, unidos, le ayudemos a llevar a cabo su indispensable misión realizando, cada uno, nuestras respectivas tareas al servicio de la Iglesia.