La cultura es una cuestión clave y vital a lo largo de la historia, todavía más decisiva en los momentos que vivimos. De esto han sido muy conscientes la Plataforma NEOS, que se vistió de largo la semana pasada, y espero que tenga grandes logros y abundantes frutos para el bien común y de la sociedad. La semana pasada escribía que el preacuerdo de socialistas y socialcomunistas que conforman o configuran el actual Gobierno de España es un acuerdo cultural de largo alcance; alabo y auguro grandes éxitos a NEOS.
Que la fe cristiana se haga cultura es una de las necesidades mayores que la Iglesia tiene, que no puede automarginarse: como señaló San Pablo VI, «la ruptura entre el Evangelio y la cultura es sin duda el drama de nuestra época» (Evangelii nuntiandi, 20).
Tenemos la responsabilidad de poner las bases cristianas de una nueva época en las que la fe y la cultura aparezcan reconciliadas y mutuamente vivificadas en la conciencia de los hombres y mujeres de hoy. Así aconteció ya en el III Concilio de Toledo que dio lugar a lo que somos en España; o cuando el Rey Jaime I reconquistó Valencia para la fe cristiana; y así puede y debe ser también en nuestros días. La síntesis entre la fe cristiana y la cultura es una exigencia tanto de la cultura como de la fe. Como dijo San Juan Pablo II: «Una fe que no se hace cultura es una fe que no es plenamente acogida, enteramente pensada o fielmente vivida»; cuando la fe «es matriz de cultura es también generadora de historia».
La fe cristiana ha tenido un protagonismo singular –que hoy no puede disminuir– para servir a los hombres, no para dominarlos y actuar como un poder que deshumaniza. Como homenaje y reconocimiento traigo a esta página el recuerdo emocionado de un hombre de la síntesis de fe y cultura, creador de cultura y de vida que ha sido llamado a la Casa del Padre-Dios el sábado pasado: don Justo Aznar.
Don Justo era un hombre justo en el nombre y en la realidad, un hombre realmente bueno, médico, padre de diez hijos y abuelo de 49 nietos, un hombre cabal, un cristiano de cuerpo entero, un hombre de fe, de conciencia, de la verdad que hace libres, que busca el bien y en el bien apoya su conducta y que conduce al amor del prójimo defendiendo su inviolable dignidad y la vida del hombre, de la persona humana, en todas sus fases. Un verdadero católico en la vida pública que no se evade del mundo, inserto en el mundo plenamente, pero sin ser del mundo. Hombre de ciencia, conjugó perfectamente ciencia con conciencia, fe y razón, fe y cultura, amor y verdad. Un hombre, un cristiano que vivió con la certeza de estar en las manos de Dios y por eso caminaba en paz y transmitía paz, luchaba por la paz, y murió en la paz y en las manos de Dios. Un hombre sabio, cargado de sabiduría, con esa sabiduría que viene de la fe en Jesucristo, defensor y paladín de la vida y del hombre, experto en el nuevo arte de vivir que nos enseñó Jesús: el de las bienaventuranzas y el del amor, de la caridad.
En Don Justo, doctor, profesor universitario, un intelectual como la copa de un pino que no se quitó la cabeza a la entrada del templo, de la Iglesia, como diría Chesterton, vemos a uno de los santos de «la puerta de al lado», como gusta llamarlos el Papa Francisco. Un fiel cristiano laico como los quería San José María, como hoy necesitamos para forjar una cultura nueva y renovada. De tales hombres vendrá la revolución de un mundo nuevo. Don Justo Aznar, hombre de la cultura, ha mostrado con su vida y enseñanza que la fe necesita de la cultura y la cultura necesita de la fe.
La presencia de la Iglesia en la cultura no puede limitarse en una mera intervención cultural o culturalista. La misión evangelizadora de la Iglesia en la cultura no será posible sin hombres y mujeres que vivan dentro de sí el diálogo y la reconciliación profunda entre la cultura actual y las exigencias de la fe católica y de la moral cristiana, en estrecha comunión con la Iglesia. Sin estos hombres y mujeres que viven con toda normalidad en sus vidas de esta manera, no será posible una acción evangelizadora ante el creciente proceso de secularización y laicismo, de indiferencia religiosa, agnosticismo y relativismo, instalados en la conciencia personal y colectiva. Un ejemplo y modelo de lo que debe ser nos lo ha ofrecido don Justo Aznar.
La nueva evangelización de la cultura demanda alcanzar y transformar desde dentro, mediante la fuerza del Evangelio, lo que, viene haciendo y reclamando hacer en los momentos actuales, singularmente a partir del Concilio Vaticano II en su constitución sobre «la Iglesia en el mundo actual» (Gaudium et Spes) y en las enseñanzas y obras de los últimos Papas, tan intensas por lo demás en este orden de cosas en San Pablo VI, San Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco.
Publicado en La Razón.