Aunque la pornografía es un problema que ha existido siempre, da la impresión de que es un fenómeno que está en una fase de gran crecimiento. Muchos, tanto varones como mujeres, pero más aquéllos, viven su sexualidad de un modo pansexual, reduciéndola a lo simplemente genital, y la consideran como un objeto de consumo en la que de lo que se trata es de alcanzar el placer. Lo que se llama permisividad de las costumbres se basa en una concepción errónea de la libertad, pues ésta tiene que dejarse guiar, si queremos realizarnos como personas, por la ley moral. El sexo, amparado en la tolerancia de la sociedad y de las leyes, se ha instaurado como un artículo de consumo al alcance de todos, y no sólo se han abierto numerosos comercios en busca de beneficios económicos dedicados exclusivamente a lo sexual, sino que además los diversos medios de comunicación social nos ofrecen abiertamente escenas que no hace mucho eran consideradas inmorales e incluso delictivas.
“La pornografía consiste en sacar de la intimidad de los protagonistas actos sexuales, reales o simulados, para exhibirlos ante terceras personas de manera deliberada. Ofende la castidad porque desnaturaliza la finalidad del acto sexual” (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2354).
Los defensores de la pornografía invocan el derecho a la libertad. Su peligro consiste, sobre todo, en que se transmite una concepción malsana de la sexualidad, en la que el amor está ausente y el ser humano es tratado como un objeto anónimo destinado a su abuso por motivos de hedonismo sexual, sin tener en cuenta la dignidad de la persona y la responsabilidad. Cuando se aceptan de modo acrítico representaciones obscenas, ellas influyen en las ideas y, finalmente, en la actuación de las personas. La pornografía es nociva tanto espiritual como emocionalmente. Su consumo lleva a la adicción, a buscar cada vez sensaciones más fuertes, a la pornografía dura y bestial, servida en términos de sensaciones cada vez más intensas y violentas y acompañadas de toda clase de perversiones sexuales, con el peligro además de incitar a llevar a la práctica los comportamientos vistos en la pornografía, pues pornografía y exaltación de la violencia se asocian muchas veces.
El derecho a la integridad personal es el que lleva al rechazo de la pornografía. El erotismo es una dimensión de la sexualidad, que tiene que ver con la expresión de los deseos y del amor y se enmarca en el lenguaje de la pareja. En cambio la pornografía es una visión impersonal de la sexualidad, en la que el ser humano es exclusivamente un instrumento u objeto de satisfacción sexual. En la pornografía existe la clara intencionalidad de mostrar de manera cruda y explícita la sexualidad, sacándola de su intimidad y privacidad para transformarla en obscena e indecente. Lo obsceno es antieducativo y tiene una eficacia destructiva respecto a los valores morales. Por ello, la pornografía siempre es abyecta y rechazable, y muchísimo más si sus protagonistas son menores.
Cuando hablamos de pornografía entendemos esas representaciones de lo sexual que intentan ante todo dar libre paso a nuestros instintos para, sin estorbos ni barreras como la del pudor, provocar en ellos excitaciones y sensaciones. La pornografía, por tanto, nos enseña a ver las cosas bajo el aspecto de la excitación sexual; por supuesto que lo sexual es uno de los elementos que integran nuestra personalidad y por ello hemos de aceptar su representación, pero su limitación al aspecto instintivo empobrece nuestra libertad, ya que la consideración del sexo como simple objeto de consumo es perjudicial para el desarrollo y madurez personal, pues se rompe el equilibrio entre amor e instinto y nos hacemos así dependientes de los caprichos de éste.
La pornografía se distingue del erotismo en que favorece la satisfacción egoísta, caracterizándose por su falta de amor e incitando al acto sexual en su mero aspecto físico. Mientras el auténtico erotismo busca impedir la vulgaridad, la rutina y la mera instintividad, subrayando la supremacía de la persona y creando una atmósfera de respeto y encuentro personal, en la pornografía el erotismo se estanca en lo biológico e instintivo, quedando reducido el cuerpo a un mero objeto obsceno. En la pornografía se aísla y acentúa lo obsceno, con ruptura del equilibrio.
La pornografía es degradación, y como su objetivo no es otro sino el dinero, hemos de procurar para combatirla que nuestro dinero no sirva para engrosarla. Desde el punto de vista religioso es pecado, pues no deja de ser una variante de la prostitución y se enfrenta con la Bienaventuranza que dice: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8), porque en ella los otros son sólo medios para la satisfacción del instinto en vez de ser personas con los que tenemos una relación interpersonal responsable y nunca objetos que utilizamos. Las consecuencias negativas para sus consumidores son muy claras.
La tentación de fotos, vídeos y películas pornográficas está al alcance de todos. Cuando llega la tentación, recomiendo rezar el Bendita sea tu pureza, porque es pedir ayuda a la Virgen, que es muy poderosa y además no conozco una oración más adecuada para ese momento. El problema es que es una oración corta, por lo que si la tentación sigue, recomiendo rezarla varias veces, hasta que la tentación desaparezca. Otra recomendación es pensar si me gustaría que una persona a la que sinceramente quiero fuese la protagonista de esas escenas. Doy por descontado que no me agradaría, como tampoco que alguien a quien aprecio estuviese viendo esa bazofia.