Estas acampadas chabolistas que se están registrando en plazas emblemáticas de Madrid, Barcelona y tal vez en alguna ciudad más desde el día de San Isidro, me han rejuvenecido, transportándome al Mayo francés del sesenta y ocho, aunque en términos menos épicos y violentos, sino más pedestres, casposos y cutres. Los llamados “jóvenes indignados”, no pasan de ser individuos antisistema, muchos de ellos no tan jóvenes, que no sé si están realmente indignados, pero que han tenido la virtud de tomar la calle como si fuera de su propiedad privada e indignar de verdad a los pobres comerciantes del entorno, a los que están arruinando ante la absoluta indiferencia del Heredero, que ha hecho dejación total de sus funciones como ministro del Interior y Vicetodo. Don Alfredo no está para estas minucias, sino para preparar la sucesión del cadáver político insepulto del que ha sido hasta ahora su jefe. Señor ZP: la historia la escriben los que vienen después, como le dije a Franco y no me hizo caso, pero ahí están las muestras con eso de la “memoria histórica” de modo que vaya preparándose el leonés, nieto de un masón y un falangista, en cuanto deje la Moncloa. Va a conocer entonces a los auténticos indignados, pero no callejeros, sino de su propio partido, de todos aquellos que su pésima gestión ha dejado sin pesebre. Eso sí que va a ser un espectáculo digno de ver.
A mí, todo este barullo del supuesto movimiento 15-M me huele, en su arranque, a iniciativa anarco para jorobar las elecciones del pasado día 22, pero vistos los resultados, lo menos que puede decirse es que la “ciudadanía” ha pasado olímpicamente de ellos. Sin embargo, los tataranietos ideológicos de los confederados (“a las barricadas, a las barricadas”...), no están solos en la protesta. Seguramente se les han unido troskos, neopoumistas, maos y demás grupúsculos del extrarradio marxi-leni-castrista, aparte de los aprovechados de turno, como los peceros ortodoxos que han tratado de llevar el agua a su molino electoral, los gitanos rumanos que “exigen” una casa (¡anda, yo también, ahora que he vendido la que tenía!) los pescadores de río revuelto, los compañeros de viaje y los tontos útiles, la infinidad de tontos útiles que nunca faltan en estos jolgorios. Acaso, también, algún iluminado de derechas, muy de derechas, porque en otro caso no entendería el apoyo mediático que les ha prestado Federico Quevedo en las tertulias en las que interviene. Parece que todo sirve para zumbar el gobierno, que, ciertamente, en este asunto, no se está cubriendo de gloria precisamente.
Yo no sé si este nuevo “movimiento nacional” (los digo por sus pretensiones de llegar a todas partes) va terminar siendo un partido político. Personalmente lo celebraría, aunque se situaran, como es lo más propabable, en el extremo más extremoso de la izquierda. De ese modo se enterarían, más allá de utopías y chabolas, de lo que vale un peine en la política real, lo que supone remar contra corriente en los “rápidos” del Gran Cañón de las instituciones establecidas. El asambleísmo permanente está muy bien en los tumultos universitarios de los malos estudiantes, pero resulta inviable en la marcha cotidiana de la sociedad. Ese asambleísmo ya lo ensayaron las tropas confederadas de Durruti en el frente de Aragón, creando comunas agrarias que fueron un total fracaso. La vida social, en cualquiera de sus variantes, si no se institucionaliza, acaba en caos. Se puede discutir si las insituciones tienen que ser de uno u otro modo, pero sin una organización adecuada a cada tarea, la anarquía se apodere de todo. Tal vez eso es lo que buscan los asambleados de la Puerta del Sol, la plaza de Cataluña y demás foros que puedan haber por ahí. Pero, ¿a quién beneficia la anarquía? ¿Y cómo es posible que haya personas que vean con simpatía estos focos pulgas y cochambre?