Desde que se conocieron los resultados de las pasadas elecciones no hay día sin sobredosis política en la actualidad de nuestro país. Ni si quiera la “crisis del pepino” ha sido una noticia significativa, comparada con el descenso de los votos socialistas, la auto-afirmación en agotar la legislatura, el paso atrás de una candidata que nunca declaró que era tal, el comité del partido y sus “primarias” a dedo... Vuelve a saltar, una vez más, el descontento ciudadano por los políticos y los intereses de estos. Dejo la candidatura, o la asumo, por el bien del partido o el futuro gobierno. Y del pueblo, ¿quién se acuerda? ¿Estaremos regresando a aquel todo para el pueblo pero sin el pueblo, porque yo sé que necesita el pueblo, y eso le daré?
El pueblo, los ciudadanos concretos de este país, sigue muy preocupado por temas como el paro. El globo sigue creciendo, y cada vez son más los amenazados por entrar en él, por aumentar su estancia en esta dura habitación, o por ser los eternos habitantes de tal pensión. Millón y medio de familias carecen casi en su totalidad de ingresos; escalofriante cifra.
En medio de esta situación encontramos empresas y personajes interesantes, que desafían el futuro y, ellos sí, tienen muy presente al pueblo. Enel caso que quiero recordar, además, a personas olvidadas, o archivadas en otras estructuras. Hace ya algún tiempo, José Alberto Torres comenzó el proyecto de La Veguilla, cuyos empleados son, mayoritariamente, personas con discapacidad intelectual. Se trata de un centro especial de empleo situado entre los pueblos de Villaviciosa de Odón y Boadilla del Monte. Sus empleados, en torno al centenar, realizan labores de jardinería, cerámica, costurería, carpintería; trabajan también en uno de sus proyectos pioneros: un laboratorio biológico en el que cultivan numerosas plantas y flores, que luego contemplamos en los jardines de Madrid, e incluso crean nuevas especies, juntando y cuidando adecuadamene las semillas.
No es un mero entretenimiento, una “terapia ocupacional”, algo así como construir castillos de arena que luego echamos por tierra para que los vuelvan a construir, murmurando entre dientes “pobrecitos, que se entretengan en algo”.
Este proyecto, más allá de garantizar la independencia económica de estas personas, contratadas y con un sueldo digno, tiene un fin más profundo: conseguir la realización personal de estas personas, realización que pasa por la construcción de este mundo, a través de un trabajo que da sentido a la vida. Cuenta José Alberto Torres que, en sus primeros años, un buen amigo le decía: “¡Pero hombre! ¡Hacer trabajar precisamente a unas personas que se pueden librar de esa carga!”. No es hacer trabajar sino realizarse en el trabajo.
Surge aquí una reflexión, para cuantos tenemos un trabajo. ¿Vemos así la labor diaria que realizamos cada día, en la oficina, en la universidad, en el despacho...? El trabajo tiene una dignidad, un papel en la construcción de nuestra sociedad. Y el drama de un parado, más allá de la penuria económica (a veces tan acuciante que eclipsa todo) es que no se siente útil, que no construye esta sociedad, que no hace algo por este mundo.
Esta reflexión no nos debe llevar a la utopía, “trabajo para todos, importa que te realices, el sueldo no importa”. El dinero es necesario, y también por él trabajamos; pero si los únicos valores en nuestra jerarquía son los económicos, el trabajo se hace tedioso, una dura cruz, y buscaremos ganar más y trabajar menos vendiendo nuestra conciencia al mejor postor.
Dos sabias claves sustentan la realización del trabajo en La Veguilla, claves muy útiles también para el común de los mortales. La primera, dividir un trabajo complejo en múltiples trabajos sencillos. La producción in vitro de millones de plantas es compleja; pero traspasar las muestras de plantas de un medio de cultivo a otro en la cabina de flujo de aire, trasladar los frascos a las cámaras de cultivo, o ayudar en las tareas de preparación de medios, como llenar y vaciar botes, esterilizarlos en el autoclave, o desinfectar paredes o suelos para lograr la asepsia imprescindible, después de un aprendizaje adecuado, está al alcance de todos.
“¡Pero don Alberto -se lamentaba uno de ellos- si es que estoy siempre estoy empezando!”. He ahí la segunda clave, de la vida laboral, humana, cristiana: comenzar y recomenzar, siempre avanzando, siempre levantándose, y siempre mirando adelante.