Muchas veces me he preguntado que con las maravillas que escribe y predica el Papa, si no sería más fácil para lograr mayor unidad doctrinal, recoger las ideas principales y cada domingo en las homilías, los sacerdotes explicarnos brevemente por dónde va la Iglesia, bajo la buena guía e inspiración de nuestro Dulce Cristo en la Tierra, como diría Sta. Catalina de Siena. Las catequesis de los miércoles pasan inadvertidas para un 99 % de los fieles en todo el mundo, así como el Ángelus dominical.
Por otro lado, a la vez, también he pensado, que una idea tan jerárquica y aún con tan buena intención, si no sería una forma de coartar la inspiración del Espíritu Santo a los sacerdotes que oran sus predicaciones. Ya sabemos aquello de: “El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así pasa con quien ha nacido del Espíritu”, que Jesús dijo a Nicodemo.
¿Debería diferir de lo anterior la acción y opinión de los laicos y la de los obispos en materias importantes? Presuponemos que el Espíritu Santo nos asiste a quienes vivimos en Gracia de Dios.
La Iglesia estimula continuamente a la iniciativa de los laicos en el mundo, la llamada a la Evangelización nos urge, así lo confirma el Papa Benedicto XVI a principios de mayo cuando dice en alusión a las creencias: "fueron negadas sistemáticamente por los regímenes ateos del siglo XX, (...) hoy en día son de nuevo amenazadas por actitudes e ideologías que impiden la manifestación libre de la religión. En consecuencia, hay que reaccionar, defendiendo y promoviendo el derecho a la libertad religiosa y de culto.
Como el hombre goza de la capacidad de elegir libre y personalmente la verdad, y puesto que Dios espera del ser humano una respuesta libre a su llamada, el derecho a la libertad religiosa -continúa- debe ser considerado como innato a la dignidad fundamental de toda persona humana, en conexión con la apertura natural del corazón humano a Dios. De hecho, la auténtica libertad de religión permite a la persona humana lograr su realización y así contribuir al bien común de la sociedad".
Pongo un ejemplo, sabemos que nuestra fe es unidad, y que la exigencia del Papa (más bien una petición coherente para nosotros) se traslada a cualquier materia, sea libertad religiosa, como moral.
Recientemente el Consejo de Ministros presentó el anteproyecto de la Ley Reguladora de los Derechos de la Persona ante el Proceso Final de la Vida. Con una agilidad encomiable, plataformas cívicas, asentadas en el humanismo cristiano como DAV, CíViCa, Profesionales por la Ética, artículos publicados en El Diario Médico, asociaciones de objetores de conciencia como ANDOC, y tantos otros, mostraron claramente –tras la lectura del texto- análisis, valoraciones, advertencias. Personalidades con un recorrido personal, científico y jurídico que garantiza a quienes leen sus recomendaciones que su criterio es justo y orientado a la verdad cristiana.
Todas esas personas y entidades advierten de que el Gobierno abre claramente la puerta a la eutanasia, aunque fiel a su estilo ideológico, carga el texto de eufemismos y confusión, llamando ‘muerte digna’ a no sabemos bien qué, si se refiere a los cuidados paliativos para enfermos terminales, o si se refiere llanamente a la aplicación de la eutanasia camuflado en un lenguaje doble y repito, confuso y lleno de eufemismos, de engaños. Y encima, eliminando la posibilidad de objetar en conciencia al personal sanitario.
La sorpresa y cierta confusión para los buenos católicos se producen esta semana, donde tanto el Cardenal Rouco, como Monseñor Ricardo Blázquez declaran que – sin haber leído el texto – creen que el texto “no es una ley de eutanasia”.
¿Cómo no va a surgir la confusión? Para muchos, la última palabra la tienen los Obispos de quienes nos fiamos, quienes sabemos que son asistidos por la Gracia especial de su ministerio, pero que también, sabemos que no están exentos de errores humanos.
Volviendo al inicio, ¿habría posibilidad de una mayor comunión entre laicos y obispos, particularmente en estas materias? Con el fin de evitar criterios erróneos, discursos alejados de la realidad inmediata, garantizar respuestas concretas y claras a preguntas objetivas. La mies es mucha y los obreros pocos, lo sabemos, pero también sabemos que la gente se fía rápidamente de lo que aparece en los medios de comunicación, que se queda con eso antes, que entretenerse en leer un documento extenso (de publicarse) sobre alguna propuesta loca del Gobierno.
La situación es grave, moralmente tremenda, y España carcomida por generaciones. Hemos perdido tiempo y energías, unos salen a la calle a protestar, valientemente, convencidos de que es la acción más eficaz. Otros escriben, predican, confían sembrar algo, pero la inercia inoperante de los católicos es latente. Otros, humildes, apuestan por lo más seguro, rezan e interceden, unidos a la intercesión continua de Cristo al Padre por nuestra salvación, ahí se ve el florecimiento de la Adoración Eucarística por toda España. No sabemos dónde ni cómo acertar en la fórmula para contrarrestar las maldades de la ideología de ingeniería social que albergan las leyes aprobadas en el Congreso propuestas por el Gobierno de Zapatero.
No dudamos de la sabiduría de la Iglesia y de la visión mucho más amplia de nuestros obispos, comparada con la de los mortales que vemos poco más allá de nuestras narices. Sin embargo, lo ocurrido estos días, para nosotros, supone una contradicción, surge la pregunta: ¿con qué me quedo? ¿Me puedo fiar de este Gobierno después de todo lo contrario a la fe y su disposición a erradicar la huella cristiana de nuestra sociedad? ¿Me debo quedar tranquila con unas simple declaraciones sin ahondar de dos obispos nuestros, además, presidente de la Conferencia Episcopal y vicepresidente, respectivamente? ¿Dejo de leer y pongo en cuestión a personas científicas, juristas, médicos y expertos en esta materia? ¿Permitimos sin más que este Gobierno, como ha ocurrido en Andalucía y Aragón, nos metan sin más la eutanasia? O ¿podemos dormir en conciencia tranquilos resignados a mínimos?