La tramitación parlamentaria de la Ley de muerte digna rebautizada como Ley de derechos de la persona en el proceso final de la vida está poniendo de manifiesto, a mi modo de ver, algunas disfunciones en el ámbito de las relaciones entre los laicos y la jerarquía alterando el papel que ambos debieran desempeñar en el ámbito social.
Para empezar, es un derecho y un deber irrenunciables la implicación de los laicos en primera persona, como acaba de subrayar el Papa, en el ámbito socio-político. Significa esto que no cabe ampararse en la acción o inacción de grupos organizados, sean o no de carácter religioso. La participación ha de ser siempre personal y consciente, a pesar de que se realice de modo organizado. El seguidismo acrítico no es responsable.
Una de las implicaciones más importantes de los laicos en el ámbito social es el que respecta a la promoción, crítica y oposición a las leyes en proceso de tramitación o ya promulgadas. Es grave, primeramente, porque afectan al Bien Común de la sociedad, cuya promoción constituye uno de los fines más elevados de toda persona por el hecho de serlo. Además, puede ser de capital importancia cuando afecta a principios y valores morales esenciales a la doctrina católica.
En este sentido, es preciso que los laicos, y con mayor motivo los profesionales especialistas en la materia, se impliquen en el análisis riguroso de un proyecto de ley que tiene como objeto el final de la vida humana. Como acabo de señalar, esta obligación tiene para un laico una doble dimensión: la puramente civil y la doctrinal. Bajo estas premisas están trabajando profesionales prestigiosos a título particular o ejerciendo su responsabilidad en primera persona como miembros de asociaciones civiles.
En resumen, es responsabilidad personal de cada laico una participación social que procure la mejora de las condiciones de vida que, en el caso de los católicos, ha de estar orientada por la cada vez más desarrollada Doctrina Social de la Iglesia.
En el mismo discurso que citaba con anterioridad, Benedicto XVI pide a los obispos que estimulen a los laicos a participar en la vida pública. Nótese que no pide que organicen, orienten o juzguen la acción social de los laicos. Porque la iniciativa social responsable es una dimensión insoslayable de la dimensión laical. Una iniciativa personal que no está a la espera de llamamientos u organizaciones por parte del clero. Que se juega en primera persona, sin banderías ni protectorados pseudoeclesiales. Que responde de sus triunfos ...y de sus fracasos, sin atribuirlos al prójimo y, menos aún, a la jerarquía.
Una sociedad donde los laicos ejercen su protagonismo responsable permite a la jerarquía desempeñar sus funciones eclesiales con mayor tranquilidad y diligencia. Ya pasaron los tiempos donde el analfabetismo funcional de la mayoría de los laicos -con excepciones notables como la de Tomás Moro- requería de los obispos una continua orientacion en temas no solo morales, sino meramente civiles.
Dispone ahora la Iglesia de laicos capacitados profesionalemente y comprometidos con la mejora de la sociedad capaces de promover y defender los principios morales católicos a título personal, sin necesidad de involucrar a la jerarquía o ampararse en ella en cuestiones opinables o que requieran un análisis pormenorizado.
Descendiendo al tema que nos ocupa, pienso que la jerarquía debiera seguir, en las cuestiones sociales, el tan citado como poco llevado a la práctica principio de subsidiariedad. Esto es: dejar que los laicos promuevan, critiquen o combatan las leyes desde dentro y fuera del parlamento a título personal, formados en la moral y la Doctrina Social, con sus consiguientes aciertos y equivocaciones. Y es que la sociedad civil debe ser protagonista de su desarrollo. Máxime cuando es su deber y está capacitada para ello. Ignorarla es un grave defecto de nuestro sistema y, en el caso de la Iglesia, sería un exceso de paternalismo que perpetuaría una infancia estéril de los laicos.
¿Excluye este planteamiento la intervención de la jerarquía en cuestiones políticas que afectan a la moral? De ninguna manera. Simplemente facilita su tarea como centinela de la retaguardia mientras los laicos desempeñan su labor en las avanzadillas sociales. Este modo de proceder revierte el protagonismo social a los laicos que, conscientes de estar en primera línea, asumirán responsablemente su papel transformador. Ahora bien, si los laicos no son capaces de advertir una medida que conculca el ordenamiento moral, siempre queda la jerarquía para dar la voz de alarma. Una retaguardia sólida pero subsidiaria.
Querría finalizar estas reflexiones reiterando que, cuando propongo recolocar los protagonismos no hablo en términos de apariencia o consideración, sino de responsabilidad personal comprometida con su misión específica. Y es que Doctores tiene la Iglesia, pero también el Colegio de Médicos.