La historia no tiene sólo una fecha para marcar el cambio de épocas. Los movimientos humanos son complejos, y no pueden reducirse sólo a un aspecto. Pero hay signos palpables de que estamos asistiendo a un cambio de época. Y en un cambio de época nos jugamos mucho según las bases que pongamos a la hora de construir ese futuro mejor. Las pasadas elecciones del 22 de mayo son un signo notable de este cambio de época. No sólo porque ganaron éstos o aquéllos, sino porque ha cambiado la fisonomía política de España, sobre todo en algunos lugares donde el cambio parecía imposible.
Un cristiano mira esta realidad desde una perspectiva creyente. La fe no nos aparta de la construcción de este mundo, sino que por el contrario nos hace protagonistas de la edificación de la ciudad terrena, donde se fragua nuestro destino eterno. Reconocemos la autonomía de las realidades temporales, que se rigen por sus propias normas, y queremos aportar desde la religión lo mejor de nosotros mismos para hacer de la ciudad terrena una ciudad más habitable, más justa y más fraterna.
La Iglesia católica tiene una presencia muy importante en la configuración sociopolítica de los pueblos y de la sociedad actual. Lo constato en las Visitas pastorales a las distintas parroquias de la diócesis. No hay grupo humano más activo hoy que el que constituyen las personas que están en torno a la parroquia: catequistas, voluntarios de Cáritas y Manos Unidas, misiones, atención al culto en las iglesias, desde la limpieza y el mantenimiento hasta el coro parroquial para las celebraciones litúrgicas, grupos de formación de adultos, movimientos de apostolado seglar, cofradías y hermandades con creciente participación de los jóvenes, campamentos y actividades de tiempo libre con los niños y jóvenes. La fe está viva en nuestras parroquias de Córdoba.
Y además, las familias cristianas que quieren educar a sus hijos en sus mismos valores. Profesores de religión católica en la escuela con un alto porcentaje de alumnos que eligen libremente esta asignatura, escuelas católicas regidas por instituciones religiosas con el más alto prestigio académico. La Iglesia católica no es una realidad mortecina, a la que podamos dar la puntilla en cualquier momento. No. La Iglesia católica constituye el sustrato más profundo y más vigoroso de nuestra sociedad actual en número, en calidad y en fiabilidad.
Si alguna cosa nos falta es la presencia en la vida pública de cristianos creyentes y convencidos de su fe. La sociedad puede cambiar, pero es necesario que los cristianos bajen a la arena pública y ejerzan su influjo donde se toman las decisiones de la convivencia ciudadana. Hay un desfase entre las convicciones religiosas de este pueblo y su influjo en la construcción de la ciudad terrena. El cristiano que vive desde la fe puede y debe influir mucho más en la nueva época que se está gestando.
Hablar de Dios, dejarle espacio a Dios, vivir el Evangelio de Jesucristo, proponer una y otra vez la moral que brota del Resucitado, dejar y fomentar que un pueblo viva y exprese sus más profundos sentimientos religiosos en la piedad popular, no será una rémora para el progreso humano, sino el principal motor de esperanza para una sociedad que se asoma a un cambio de época. Los fallos de épocas anteriores sirven para aprender a no repetirlos en el futuro. Los cristianos tienen mucho que aportar en este cambio de época, y para eso no hay mejor cosa que ser coherentes en la vida con la fe que profesamos en el corazón. No vale ser creyente para la vida privada o aparentarlo en público y olvidarse de Dios en la gestión de la cosa pública. Los cristianos tienen mucho que aportar y nadie mejor que ellos pueden ofrecer razones para la esperanza en un cambio de época que ve declinar lo que han sido meras utopías que no conducen al progreso.