Hace pocos días leí una de esas curiosas noticias sobre Benedicto XVI, el terrible “cardenal de hierro”, como algunos le catalogaron en sus primeros meses de pontificado: “Entrevista espacial del Papa”, espacial, no especial. Espacial porque se realizó en la Estación Espacial Internacional (No necesitó escafandra, pues se conectó via satélite desde el palacio Apostólico Vaticano). Pero también fue especial, porque no fue una entrevista hecha al Papa, sino una entrevista hecha por el Papa. Después de un breve saludo, como hace un buen conductor de cualquier medio de comunicación, Benedicto XVI dirigió unas preguntas a los cinco astronautas, interrogándoles por su visión física y humana de la Tierra, del mundo, del hombre.
Más allá del titular anecdótico, creo que es un reflejo de la personalidad de este gran hombre, gran cristiano y gran santo: Se trata de un buscador nato de la verdad, que admira a cuantos progresan en el saber, sea en el campo que sea. No creo que en su infancia abundasen los niños que soñaban con ser astronautas (lo más cercano para ellos eran las obras de Julio Verne, y los avances, esos sí reales, de la aviación); su hubiera nacido algunas décadas después, seguro que hubiera participado de ese sueño infantil. Y ahora pregunta a los astronautas con ese hálito de admiración. “La exploración del universo es una aventura científica fascinante... una aventura del espíritu humano, un poderoso estímulo”.
Pregunta, como buen filósofo (o sea, amante de la sabiduría), porque quiere saber y sabe que hay mucho que no sabe. Es consciente de su limitación, de su necesidad de otros sabios, científicos, estudiosos. Preguntar, incluso para un hombre entrado en años, es hacerse niño, sentarse de nuevo en los pupitres del colegio; pero así se aprende y se crece, vamos dando pasos hacia la sabiduría, y también hacia la Sabiduría de Dios. La grandeza del saber humano, él es el primero en reconocerlo, no está reñida con la Sabiduría de Dios; más aún, nos acerca a Él, nos empuja a admirarle, a reconocer nuestro límite y nuestra necesidad de Él. Muchos sabios, tras años y años de estudio, al final de su carrera, han reconocido no saber nada. ¿Por qué? Porque cada vez descubrían más ese infinito campo que siempre queda por descubrir.
Pregunta el que no sabe y quiere saber. No se conforma con la “sabiduría – loro”: repetir lo que otros repiten, cacarear palabras huecas, sin contenido, y dándoles el único valor (supuesto y a veces hasta irrisorio) de su autor. En la realidad que nos rodea hay verdad y falsedad, más allá de que uno digo que es verdad, o acuse al contrincante político de faltar a la verdad (en román paladino mentir). El que pregunta y no quiere saber, es como si no preguntara; más o menos como muchas discusiones que oímos a diario, en ámbito político, económico, laboral o familiar. Si pregunto para afirmar mi verdad, no escucho a la otra parte, no busco la verdad (ni podré encontrar la verdad que hay en el otro). Alguien dijo: en las discusiones suele haber 3 verdades, la mía, la tuya, y la verdad que está más allá de ti y de mí.
Esa actitud de preguntar, de buscar la verdad, de no creerse sabelotodo ni superior a los demás, han hecho de este gran maestro ese gran hombre que cada día descubrimos. Este pontífice esta cumpliendo su programa: soy un humilde servidor de la obra de Dios, un buscador que quiere ayudar a los demás a buscar, y a encontrar, la Sabiduría del Amor.