Con motivo del corte de manga que los mocitos con espolones le hicieron a la legalidad electoral en la Puerta del Sol de Madrid y otros céntricos lugares de diversas ciudades españolas, oí verdaderos despropósitos o simplezas sobre el sistema electoral español y la organización de los partidos. Pero no solo a tales pajaritos, sino a no pocos de la caterva de sesudos “analistas” y “creadores de opinión” que se pasean como pavos reales por radios, televisiones y columnas de periódicos, pontificando y sentando cátedra de lo que muchas veces no saben ni se han molestado en documentarse.
Hay que dar por sentado que según sea el sistema electoral de un país, así será su democracia. El objetivo de todo sistema electoral es la selección de las personas o “representantes del pueblo” llamados a ejercer la autoridad y gobierno del ámbito territorial de que se trate. Por ello, el sistema electoral define y configura el tipo de democracia de cada lugar y de sus instituciones. Los sistemas electorales son muchísimos y muy diversos aún sin salirnos de las democracias de corte liberal. De todas formas no se ha conseguido alcanzar en ninguna parte un sistema “perfecto” que contente a todo el mundo.
En España las elecciones generales se rigen por la Ley Orgánica del Régimen Electoral General del 19 de junio de 1985, que establece, en su artículo 163, el mecanismo de asignación de escaños de acuerdo con la proporción de votos lograda por cada partido política y el método de reparto. Aquí se aplica la fórmula D’Hondt, que tiende a favorece la formación de mayorías sólidas y estables, en perjuicio de la equidad proporcional. Dicha fórmula facilita la gobernabilidad, al menos en teoría, mientras que la representación proporcional tiende al minifundio representativo, a la proliferación de partiditos bisagra y, en consecuencia, a la inestabilidad y precariedad de los gobiernos y a la sucesión acelerada de crisis de gobierno. Eso ocurrió en Francia a lo largo de la IV República (19461958), y en Italia durante la época, todavía reciente, del “pentapartido”.
Aquí no puedo detenerme ni siquiera en la enumeración de la infinita variedad de sistemas que se dan en el mundo, expresados en el método de escrutinio o recuento de votos y la ulterior asignación de escaños. Por eso me limito a los más notorios. El más antiguo y elemental es el de mayoría simple, que ya se practicaba en la Inglaterra del siglo XVII y todavía vigente, así como en Estados Unidos. Basta la mayoría de un solo voto para alzarse con la representación de todo el cuerpo electoral. Es el sistema más sencillo pero no el más justo. Luego tenemos el modo mayoritario absoluto, que intenta paliar las desproporciones del modo mayoritario simple. En ese caso, para ganar, se requiere alcanzar la mitad más uno de los sufragios. Si ningún partido en liza lo consigue, se recurre a una segunda vuelta, en la que sólo compiten los dos partidos que tuvieron más votos en la primera.
Luego viene el método de escrutinios proporcionales, en el cual se divide el número total de votos por el de escaños a cubrir, lo que nos da un cociente general, cuota o “precio” de cada escaño. Cada partido consigue tantos escaños como veces ha cubierto la cuota o cociente resultante. Una segunda modalidad de este método es el cociente rectificado, que consiste en aumentar una o varias unidades al denominador de la división (número de escaños) con lo cual se reduce el “precio” o volumen de votos necesarios para lograr un escaño. Esto beneficia a las listas minoritarias.
Las fórmulas de los divisores son también numerosas y se diferencian de las de cociente porque se sabe de antemano cuál es el divisor. Estas fórmulas consisten en dividir los votos de cada candidatura por una serie de divisores (diferentes según la fórmula adoptada) que dan como resultado un orden decreciente de sufragios, cuyo orden determina el número de escaños que corresponden a cada candidatura. La fórmula D’Hondt, que se aplica en España, Bélgica, Holanda y Portugal, pertenece a este método y utiliza como divisores la serie de números naturales. Convengamos que en una circunscripción se disputan seis escaños. La candidatura A obtiene 1.010 votos; la B, 760; la C, 504, y la D, 250. De acuerdo con los divisores de la serie natural de números, la candidatura A tendría el siguiente orden decreciente: 1.010:1= 1.010, 1010:2= 505, 1.010:3= 336, 1.010:4= 252, etc. Candidatura B: 760:1= 760, 760:2= 380, 760:3= 253, etc. Candidatura C: 540:1= 504, 540:2= 252, etc. Candidatura D: 250:1= 250.
La serie decreciente de votos quedaría establecida así: 1.010 (A), 760 (B), 505 (A), 504 (C), 380 (A), 253 (B), 252 (A y C)... Por consiguiente, lo seis escaños se repartirían de este modo: tres para la candidatura A (primero, tercero y sexto), dos para la B (segundo y quinto) y uno para la candidatura C (el cuarto) La D se quedaría sin representación. Dividiendo los votos de cada candidatura por el número de escaños conseguidos resultaría que a lista A le ha “costado” cada escaño, 336 votos; a la B, 380, y a la C, 504. En definitiva, el sistema D’Hondt, beneficia siempre a las listas ganadoras, en detrimento de las perdedoras.
La fórmula Imperiali emplea la misma serie, pero suprimiendo el número 1 inicial. La Saint-Lagué pura, utiliza la serie de números impares (1, 3, 5, 7...). La Saint-Lagué rectificada parte también de los números impares, pero el primero, en lugar de ser el 1, es el 1’4. La danesa o nórdica va de tres en tres (1,4,7,10...). La fórmula Saint-Lagué rectificada tiende a favorecer a la candidaturas medias a fin de rebajar la excesiva preponderancia de los partidos mayoritarios, y la fórmula danesa o nórdica suele primar a las formaciones minoritarias. El que se favorezca a uno u otro tipo de candidaturas depende, sobre todo, de la serie numérica elegida: las menos separadas, como la D’Hondt, benefician a las listas mayoritarias, y las más espaciadas, como la danesa, a las minoritarias. En todo caso, los que claman por el cambio del sistema electoral, ¿tienen claro qué modelo prefieren?, si es que conocen los matices entre unos y otros, cosa que, viéndoles la carita, dudo mucho que lo sepan, aparte de armar ruido y mearse en la pechera de las leyes.
De cualquier modo, el verdadero problema del sistema español es el empleo de listas cerradas y bloqueadas que obstruyen la verdadera expresión democrática de los votantes. Por ejemplo, si yo viviera en Madrid, no votaría jamás a Gallardón, aunque quisiera votar al PP. Los mandiles sólo me gustan en la cocina. Ahora bien, el principal impedimento de las listas abiertas en circunscripciones grandes estriba en la enorme dificultad del recuento de votos. No se si algún día se inventará algún artilugio que resuelva este enorme obstáculo.