Fueron tres años de andar de acá para allá. Personas encontradas, palabras pronunciadas, signos y milagros realizados. Cuántas cosas en aquel vaivén del camino de la vida entre Jesús y sus discípulos. El relato evangélico de este domingo, narra el entrañable momento en el que ya se vislumbra la despedida. Y como todo adiós, cuando éste se da entre personas que se han querido, que han sido vulnerables a su recíproco amor, produce una resistencia, la amable rebelión de no querer aceptar una separación insufrible. Ese “no perdáis la calma” en labios de Jesús sale al paso de la comprensible zozobra, miedo quizás, de la gente que más ha compartido con el Señor su Persona y su Palabra.
Toda la vida del Señor, fue una manifestación maravillosa de cómo llegar hasta Dios, cómo entrar en su Casa y habitar en su Hogar. La Persona de Jesús es el icono, la imagen visible del Padre invisible. Y esto es lo que tan provocatorio resultaba a unos y a otros: que pudiera uno allegarse hasta Dios sin alarde de estrategias complicadas, sin exhibición de poderíos, sin arrogancias sabihondas: que Dios fuera tan accesible, que se pudiera llegar a El por caminos en los que podían andar los pequeños, los enfermos, los pobres, los pecadores... Y esto será en definitiva lo que le costará la vida a Jesús.
Ya no es un Rostro tremendo el de Dios, que provoca el miedo o acorrala en una virtud hija de la amenaza y de la mordaza. Ya no es un Rostro tremendo el de Dios, que provoca el miedo o acorrala. Quien cree en Jesús, cree en su Padre. El camino de Jesús, es el camino de la bienaventuranza, el de la verdad, el de la justicia, el de la misericordia y la ternura. Pero tal revelación no se reduce a un manifestar imposibles que nos dejarían tristes por su inalcanzabilidad. Jesús no sólo es el Camino, sino también el Caminante, el que se ha puesto a andar nuestra peregrinación por la vida, vivirlo todo, hasta haberse hecho muerte y dolor abandonado.
Jesús no se limitó a señalarnos “otro camino” sino que nos abrazó en el suyo, y en ese abrazo nos posibilitó andar en bienaventuranzas, en perdón y paz, en luz y verdad, en gracia. El es Camino y Caminante... más grande que todos nuestros tropiezos y caídas, mayor que nuestras muertes y pecados. Los cristianos no somos gente diferente, ni tenemos exención fiscal para la salvación, sino que en medio de nuestras caídas y dificultades, en medio de nuestros errores e incoherencias, queremos caminar por este Camino, adherirnos a esta Verdad, y con-vivir en esta Vida: la de Quien nos abrió el hogar del Padre haciendo de nuestra vida un hogar en la que somos hijos ante Dios y hermanos entre nosotros.
Comentario al Evangelio del quinto domingo de Pascua (Juan 14.112), 22 de mayo.