Que Dominique Strauss-Kahn, director gerente del Fondo Monetario Internacional, esté con carácter preventivo en la cárcel por presuntos abusos sexuales a una trabajadora de un hotel de Nueva York, significa que la justicia de una nación -en este caso de la sociedad norteamericana- funciona correctamente, como la virtud global de una ciudad. Hay que preservar la vida del hastío y de la corrupción de sistemas que engendran hombres sumergidos en una notable descomposición. Sócrates luchó contra los hombres sabios, pero perezosos e indignos de su representación, aquellos que practican la deserción, poniendo en peligro la autoridad, dejando indefensos el orden, la moralidad y la justicia.
Es necesario restablecer el vínculo perdido, tanto por el socialismo como por el liberalismo, entre la vida pública y la privada. Si aquella se corrompe, la vida privada carece de significado y finalidad. Si la vida privada es criminosa, la vida pública quedará infectada por un virus destructor. En Europa nos hemos puesto de acuerdo para que la vida pública y la privada no sean interdependientes. Se piensa que hay determinados asuntos incorregibles, irremediables, que lleva a no distinguir ya entre humanidad y animalidad, entre cordura y locura, entre virtud y vicio. Existe una especie de cobardía, un abandonismo y elusión de los hechos ante la falta de aprobación universal de lo bueno y la reprobación universal de lo rechazable; al cabo, “siempre hubo cosas así”, y el abuso de una situación de poder lleva a la mente humana a avenirse con cualquier estructura existencial sin la menor dificultad. Esto es lo que pretende demostrar La metamorfosis de Kafka, la injusticia que se produce cuando no se respetan ya los cimientos del orden, ni los principios del bien y de la verdad. La adaptación incondicional a cualquier situación irregular y mala, la resignación previa a la aceptación de cuanto sucede sólo revela la pérdida del sentido de la justicia y la virtud, de los límites y de la consistencia de las cosas.
La ingente lista de políticos franceses mujeriegos no puede llevar a la anestesia ante el mal, como si las obras sólo fuesen erróneas si son malas para la sociedad, o como si no existiera ya la verdad, ni el crimen ni el pecado. Hay personas que realizan actos repudiables y que, por eso mismo, quedan deslegitimados para cualquier cargo público. La vida pública no puede alojar al hombre intemperante, desprovisto de amor a la verdad y a la persona, al político débil y ególatra, al hombre esclavo de permanentes estados de excitación, y cuya falta de prudencia sólo es una manifestación más de su lujuria, alejado como está del bien y de la justicia. Sócrates luchó también contra los sofistas, demostrándoles que la verdad existe y que la razón puede llegar a descubrirla, indicándoles asimismo que la ciudad se asienta en un orden de justicia que no puede ser reformado si antes no es venerado.
La idolatría peor de un pueblo es la del culto al Hombre mismo, aquella donde el Hombre se hace objeto de su propia adoración, dedicando su vida al ego y a la búsqueda del placer, a la promiscuidad y al éxito que se mide por el dinero y el cargo público ostentado, y donde se exhibe sin pudor la codicia de los bienes materiales y se hace del paradigma de la autonomía individualista la cifra inequívoca del hombre que sólo busca servirse a sí mismo y celebra siempre la desaparición de temores y deberes. Strauss-Khan no debe esperar a que la justicia lo condene para dimitir de todos sus cargos cuanto antes. El poder político no puede admitir tanto oprobio entre quienes lo representan, ni prostituirse a los ídolos del siglo frente a su vocación de servicio, si no queremos convertir el ideal que se propone a los hombres en una “huida hacia adelante”, sin principio ni objeto, donde se inmuniza la corrupción y desaparece la distinción entre el bien y el mal.