“La tentación de la Iglesia en todos los tiempos es tratar de llevarse bien con el César. Y hay algo muy cierto: Las Escrituras nos dicen que debemos respetar a nuestros gobernantes y rezar por ellos. Es necesario también que amemos a la nación que consideramos nuestra patria… Pero los cristianos nunca podremos dar al César lo que pertenece a Dios.
Tenemos que obedecer a Dios en primer lugar. Las obligaciones respecto a las autoridades políticas siempre vienen en segundo lugar. Los cristianos no podemos colaborar con el mal sin convertirnos gradualmente en mal nosotros mismos. Esta es una de las lecciones más duras del siglo XX, y es una lección que espero que hayamos aprendido.
Esto me lleva al tercero y último punto de hoy:
Vivimos un momento en que la Iglesia está llamada a ser una comunidad de resistencia de los creyentes. Tenemos que llamar a las cosas por su nombre. Tenemos que luchar contra los males que vemos. Y más importante aun: No debemos engañarnos pensando que, por llegar a acuerdos con las voces del secularismo, las cosas cambian o podemos mitigar de alguna manera la descristianización.
Solo la verdad puede hacer que los hombres sean libres: Tenemos que ser apóstoles de Jesucristo defendiendo la verdad que Él encarna.
¿Qué aplicación práctica tiene todo esto para todos nosotros como cristianos de filas?
Permítanme ofrecer algunas sugerencias a modo de conclusión:
Mi primera sugerencia la tomo de nuevo del gran testigo contra el paganismo del Tercer Reich, Dietrich Bonhoeffer: La renovación del mundo occidental se encontrará exclusivamente mediante la renovación de la Iglesia, que la llevará a la comunión con el Resucitado y a la vida misma de Jesucristo.
El mundo necesita urgentemente un nuevo despertar de la Iglesia por nuestras acciones y nuestro testimonio público y privado. El mundo necesita a cada uno de nosotros para profundizar en la experiencia de Jesús resucitado hasta que se haga extensiva a nuestros hermanos creyentes. La renovación de occidente dependerá en gran parte de nuestra fidelidad y la de la Iglesia a Jesucristo. Tenemos que creer realmente lo que decimos que creemos, y tenemos que demostrarlo mediante el ejemplo de nuestra vida.
Tenemos que estar tan convencidos de las verdades que recitamos en el Credo como para vivirlas ardientemente. Tenemos que amar estas verdades y defender estas verdades, incluso hasta poner en riesgo nuestra propia comodidad y tener que sufrir. Somos embajadores de Dios vivo en un mundo que está punto de prescindir de Él. Nuestro trabajo es hacer que Dios sea real, siendo nosotros el rostro vivo de su amor y proponiendo una vez más a los hombres y mujeres de nuestro tiempo el diálogo de la salvación.
La lección del siglo XX ha sido que esta gracia ya no resulta barata: A quienes creemos en este Dios que amó tanto al mundo como para enviar a su Hijo a sufrir y a morir, se nos exige que vivamos en la misma actitud, porque el patrón de vida que se nos muestra por medio de Jesucristo es el sacrificio. La imagen de la Iglesia y la única forma de toda vida cristiana es la forma de la cruz. Nuestra vida debe convertirse en una liturgia, una ofrenda de nosotros mismos que encarne el anhelo de Dios por la renovación del mundo. Los grandes mártires eslovacos del pasado lo sabían. Y encarnaron esta verdad cuando el peso amargo del odio y el totalitarismo cayó sobre vuestro pueblo. Estoy pensando en este momento especialmente en los heroicos obispos eslovacos; en el beato Pavel Gojdic, y en la heroica religiosa beata Zdenka Schelingová. Tenemos que mantener el hermoso legado de Sor Zdenka en el centro de nuestros corazones:
Mi sacrificio, mi Santa misa, se inicia en la vida cotidiana. Desde el altar del Señor me encamino al altar de mi trabajo. Debo ser capaz de prolongar el sacrificio del altar en cada situación. Es a Cristo a quien proclamamos con nuestras vidas cuando le ofrecemos el sacrificio de nuestra propia voluntad…
Vamos a proclamar a Jesucristo con toda la energía de nuestras vidas y tenemos que apoyarnos entre nosotros sin importar el costo. De modo que, cuando hagamos nuestra contabilidad ante el Señor, seamos contados entre los fieles y valientes, y no entre los cobardes o los que huyen, ni entre aquellos que se adaptaron hasta que no quedó nada de sus convicciones, o aquellos que guardaron silencio cuando se debería haber hablado la palabra correcta en el momento adecuado…”.
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Los párrafos anteriores son las exhortaciones finales de la ponencia del arzobispo de Denver (EEUU), monseñor Charles Chaput, durante el XV encuentro de la Asociación de derecho canónico de Eslovaquia. Fueron pronunciados el 24 de Agosto del 2010, hace poco menos de un año y, como puede comprobarse, no tienen desperdicio. (Los subrayados son míos).
Monseñor Charles Chaput – hay que decirlo lo primero – es un verdadero pastor del rebaño de Jesucristo. Lleva años alzando su voz en defensa de las ovejas norteamericanas, que tampoco atraviesan su mejor momento. Se ha comprometido en defensa de la vida, del matrimonio, de la educación cristiana, de la presencia pública de los símbolos religiosos en todos los espacios y de aquellas causas que exigen respuesta de una conciencia católica rectamente formada. Se ha manifestado en persona frente a establecimientos abortistas, ha escrito cartas públicas sin pelos en la lengua, e incluso le ha recordado al presidente Obama – el implantador del totalitarismo anticrístico en los EEUU – el incumplimiento de varias promesas electorales. No es un obispo que resulte precisamente cómodo para la secta teosófica - disfrazada de oligarquía financiera – que trata de controlar el poder mundial. Su actividad pública no le ha impedido guiar espiritualmente al rebaño, hasta el punto de que la Iglesia Católica se ha convertido, en el estado de Colorado, en la fuerza espiritual de referencia, con los seminarios a pleno rendimiento y la fe irradiándose desde allí al resto de Norteamérica… Cuando se leen sus mensajes y se analizan sus orientaciones, se tiene la sensación de encontrarse ante el lenguaje pastoral que requiere nuestro tiempo. Porque todo su anuncio del Evangelio está impregnado por una profunda esperanza teologal, de esas que no se improvisan, por ser hijas del conocimiento escatológico: Monseñor Chaput conoce los signos de los tiempos, sabe a qué se enfrenta, y no le asusta, llegado el momento, tener que predicar desde la cárcel.
Sería muy injusto – y totalmente falso – pretender que este estilo pastoral “intenta arrastrar a la Iglesia a la arena política”. Por el contrario, este obispo camina delante, sin arrastrar a nadie, pero siendo seguido por muchos gracias a su valeroso ejemplo. Se ha lanzado, ciertamente, a la arena. Pero sabe muy bien que no se trata de la arena política, sino de la arena del circo. Allí permanece, erguido ante los leones sin soltar la cruz. Y desde allí manifiesta sencillamente una gran verdad: Que ya no es posible evangelizar desde las gradas. En las gradas solo quedan ingenuos, estos sí, arrastrados sutilmente hacia la apostasía. Porque, como bien dice monseñor Chaput: Los cristianos no podemos colaborar con el mal sin convertirnos gradualmente en mal nosotros mismos.