Celebramos el pasado día 28, con retraso en la Universidad Católica de Valencia, la memoria de Santo Tomás de Aquino que no pudimos celebrar en su día por la pandemia. De él hemos recibido un legado tan importante y tan fundamental para nuestro hoy como para el futuro de la humanidad: el de la mutua e inseparable referencia entre razón y fe y, muy unida a ésta, la de Dios en el centro de todo, origen, guía y meta de todo, del que somos inseparables los hombres, criaturas suyas creadas y redimidas por Él, por puro amor y gracia.
Él nos ofrece la verdad de Dios y la verdad del hombre. En sus enseñanzas encontramos la verdadera teología, ciencia de Dios y sobre Dios, y al mismo tiempo, la verdadera antropología, ciencia del hombre, unificadas en la unidad, que no confusión, entre fe y razón. Santo Tomás de Aquino puede y debe ser la gran ayuda que necesitamos para superar la gran ruptura entre fe y razón que caracteriza la modernidad, y la ausencia de Dios en el pensamiento y en el actuar humano que caracteriza la secularización, o el laicismo que nos envuelve, que se refleja en la honda crisis moral y de humanidad que padecemos.
Ciertamente que a esa quiebra moral y humana está conduciendo el laicismo esencial al que se nos quiere llevar a nuestra sociedad, porque este laicismo conlleva que Dios no cuente en la vida de los hombres, en las relaciones humanas, en el ethos o comportamiento social y público de la persona. El laicismo no deja espacio a la confesión y adoración del nombre de Dios. Es lo más contrario a aquel dicho del Señor: «Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César».
El laicismo no puede permitir que Dios tenga que ver con la organización de los hombres; considera intromisión abusiva el que se señalen principios morales fundamentales, válidos en sí y por sí mismos, universales e imprescindibles para todos, que tienen su fundamento más firme en Dios creador. Olvidan quienes así piensan con ese laicismo esencial –y así lo demuestra la historia, incluso muy reciente– que no puede, por lo demás, haber una sociedad libre, próspera, en progreso y solidaria, al margen de Dios, cuyo olvido o rechazo quiebra interiormente el verdadero sentido de las profundas aspiraciones del hombre, debilita y deforma los valores éticos de convivencia, socaba las bases para el respeto a la dignidad inviolable de la persona humana y priva del fundamento más sólido para la estimación de los otros y el apoyo solidario a los demás. Digo más: no es posible un Estado ateo; se vuelve contra el hombre.
Quien no conoce a Dios no conoce al hombre, y quien olvida a Dios destruye la humanidad del hombre, ignorando su verdadera dignidad y grandeza. Este es el gran y principal problema de nuestro tiempo: la carencia de una verdadera antropología, que no se construye al margen de Dios y menos contra Él. En efecto, «si al hombre le faltase completamente Dios, dejaría de existir».
El asunto es muy serio: si nuestro corazón no percibe ni acepta de ninguna manera la existencia de Dios, nosotros cesamos de vivir verdaderamente. El corazón trata en vano de extraer vida de otras fuentes, o volar con otras alas, o con una sola ala, pero en realidad se destruye, como demuestran tantos signos de nuestro tiempo, en los que son evidentes las trágicas consecuencias de la ausencia de Dios, o de intentar volar solo con el ala de la razón, o subir alto permanecer libre volando solo con esa ala.
En esta ausencia de Dios, o de intentar navegar solo con el ala de la razón, se funda la crisis de nuestra cultura; en esa ausencia se gesta una sociedad que padece una profunda quiebra moral, una grave caída y pérdida de referencias y de valores morales, de lo que es bueno y malo por sí y ante sí más allá de la decisión para el comportamiento personal y social. En esta ausencia de Dios se intenta en vano crear una sociedad para la que se propugna, en orden a ser moderna y progresista, que se prescinda de la moral como si se tratase de una imposición, tachando incluso con descalificaciones rayanas en el insulto a quienes defiendan unos principios y criterios morales válidos más allá de cualquier confesión religiosa. Nadie, por muy alto lugar que ocupe en la vida social, tiene patente para descalificar de ese modo y menos para considerar imposición lo que sencillamente es exigencia del orden y del bien común, de la relación mutua y recíproca de la fe, la verdad revelada, y la razón : lo moral.
¿Dónde vamos con esa proclamación tan reiterada en favor de una sociedad laica, que quieren decir laicista y de pensamiento único, en que se consideren imposiciones morales a la defensa de la vida humana en todas las fases de su existencia desde su gestación hasta su muerte natural y sea cual sea su tamaño o el número de células que la componen? ¿Se puede acaso tachar de imposición moral el defender la dignidad de todo ser humano y el propiciar que no se le instrumentalice para ningún fin, o el afirmar que la ciencia sin conciencia se vuelve contra el hombre y le destruye?¿Se puede decir que es una imposición moral el apoyar como fundamento único de la familia el matrimonio entre un hombre y una mujer abierto a la vida?¿Se puede establecer como criterio de comportamiento personal y social lo que uno decida sobre sí o sobre otros, según lo que su razón decida o lo que hayan decidido otros, incluso con mayorías?
Pero «la razón» sola «se vuelve fría y pierde sus criterios, se hace cruel porque ya no hay nada sobre ella. La limitada comprensión del hombre decide ahora por sí sola cómo se debe seguir actuando con la creación, quién debe vivir y quién ha de ser apartado de la mesa de la vida: vemos entonces que el camino hacia el infierno está abierto» (Joseph Ratzinger).
Por esto es tan urgente y apremiante la afirmación de Dios como Dios y la confesión del Dios creador, como hizo Santo Tomás. Lo contrario de lo que nos está sucediendo y así nos va. En una próxima colaboración prometo tratar una barbaridad, de gravísimas consecuencias, que propone nuestro Gobierno de España con una propuesta de Ley sancionadora con prisión de los que informan en las inmediaciones de las clínicas abortistas en favor de la vida y de lo que van hacer las que estaban decididas, sin información suficiente, por el aborto. Y esto, por parte del Gobierno, plegándose a los intereses económicos de los negocios abortistas. ¿En esto hace caso el Gobierno a empresarios, por cierto sin escrúpulos, y no lo hace a empresarios legítimos necesitados de ayuda?
Publicado en La Razón.