La muerte de Sathya Sai Baba, quizás el más popular gurú indio de la segunda mitad del siglo XX, induce a reflexionar sobre el éxito que ha tenido en Occidente, y particularmente en Italia, donde ha encontrado seguidores entre los profesionales de los sesenta fascinados por el Oriente, - entre los cuales varios médicos, que han elegido ir a trabajar en un hospital fundado por él en la India – y hasta un sacerdote lombardo, don Mario Mazzoleni (1945-2001), cuya decisión, sin reservas por Sai Baba, ha conducido hasta el drama de la excomunión. Pero, ¿quién era Sai Baba?
Satyanaryan Raji (1926-2011) nace en 1926 en Puttaparthi en el Andra Pradesh (India del Sur). A los 14 años entra en un estado de exaltación al término del cual, el 23 de mayo de 1940, anuncia “Soy Sai Baba”, tomando el mismo nombre de un santo asceta, Sai Baba de Shirdi (18561918), muy popular en la India. Desde entonces comienza a reunir seguidores en un pequeño montículo, que hoy, con el nombre de Prashanti Nilayam, ha venido a ser totalmente un suburbio de Puttaparthi.
Sathya Sai Baba – como es llamado habitualmente en la India para distinguirlo de Sai Baba de Shirdi –invita a volver a las escrituras tradicionales de la India y a experimentar a Dios como estado de conciencia superior, que está ya dentro de nosotros y que puede ser alcanzado no tanto a través de la conciencia, sino por medio de una experiencia directa que no está separada del cumplimiento de la propia obligación y del servicio prestado a los demás. Dios, por tanto, para Sai Baba no es un ente externo separado del hombre, sino un estado de consciencia que cada uno de nosotros puede alcanzar.
Los fieles consideran a Sathya Sai Baba como un avatar - esto es, como una encarnación divina – integral (purnavatar), como Krishna; según ellos la historia ha sido recorrida también por “amshavatara”, avatares “parciales”, entre los cuales Jesucristo, Sri Ramakrishna (18361886) y Sri Aurobindo (18721950), pero solamente su maestro ha sido la encarnación total y perfecta. Contrariamente a otros maestros de la India - que consideran los milagros como pertenecientes a una esfera inferior, - Sathya Sai Baba ha confirmado la prueba de su carácter de avatar con señales extraordinarias o “sindhi”. Ha ofrecido a sus seguidores toda clase de “milagros”, ya sea en el mundo psíquico (clarividencia, profecías, apariciones a miles de kilómetros de distancia), ya sea en el mundo físico. De las manos del maestro salía todos los días una ceniza sagrada (vibhuti), a la cual se le atribuían propiedades milagrosas. El maestro era además pensando capaz de hacer aparecer objetos de todas clases: estatuas devocionales, anillos de oro, el símbolo de Siva, y también monedas de oro que llevaban acuñado el año del nacimiento del devoto para el cual eran “producidas”.
Estos fenómenos han llevado a muchos especialistas occidentales a considerar a Sathya Sai Baba como expresión de un sincretismo supersticioso extraño al “verdadero”
Hinduismo. Pero este juicio se topa con el hecho de que Sathya Sai Baba tiene decenas de miles de seguidores en la India, considerados sin más devotos hindúes. El hinduismo no tiene una Iglesia o autoridad que pueda decidir quién es hindú y quién no lo es. La más grande organización hindú, la Vishwa Hindu Parishad, expresión de un nacionalismo con frecuencia intolerante hacia las otras religiones y que controla el segundo partido político de la India, ha ensalzado siempre a Sathya Sai Baba como un modelo de hinduismo, defendiéndolo de las acusaciones de pedofilia que han enturbiado los últimos años de su vida, aún cuando no siempre ha defendido los proyectos políticos. Uno de los más próximos colaboradores y hoy de los candidatos a la sucesión de Sai Baba, Prafullandra Narwarlal Bhagwati, de 90 años, ha sido Presidente de la Corte Suprema de la India, el más alto magistrado del inmenso País asiático. El Hinduismo no es el sistema “puro” enseñado en cualquier universidad occidental sino un complejo acervo de mitos, ritos y devociones populares donde hoy han entrado también, como componentes esenciales para decidir al menos en la India quién forma parte de él, el nacionalismo y la política.
Sathya Sai Baba ha tenido éxito también en Occidente, como se ha señalado, sobre todo en Italia. Una lectura de este éxito no puede sino hacer referencia a la gran crisis cultural de los años sesenta, que tuvo su momento emblemático en 1968. El 68 no ha eliminado, ni habría sido posible, la búsqueda de sentido y de lo sagrado que viven en el corazón de todo hombre, pero ha arrojado una larga sospecha sobre el Occidente y sobre el cristianismo. Además ha nacido un prejuicio favorable en la confrontación de todo lo que es oriental y de todo aquello que se presenta como heterodoxo respecto al cristianismo. Desde contestatarios de la universidad a músicos como los Beatles muchos han tomado el camino de la India. El hecho de que muchos italianos hayan elegido a Sai Baba se explica por un gusto por lo milagroso que no es extraño a nuestra tradición nacional y que quizás no habría sido satisfecho por las formas de hinduismo más “cultas” y filosóficas.
Sin embargo, si se supera el clamor en torno a los milagros y se busca comprender en qué consiste la enseñanza de Sai Baba, se descubre que el centro es la búsqueda de Dios o de lo Divino no como Persona, fuera de nosotros, sino como estado de nuestra consciencia. Se trata, por tanto, como frecuentemente sucede en Oriente, de una “introspección”, cosa esta que el historiador de las religiones Mircea Eliade (19071986) distingue rigurosamente del “éxtasis”. En la “introspección” se entra siempre más en uno mismo y nos cerramos a toda posible trascendencia, mientras que en el “éxtasis” nos abnrimos al de fuera de uno mismo, hacia un Dios trascendente. La ilusión, encerrándose en sí misma, es el alcanzar así el Ser, mientras que a lo más – como ha hecho notar un ex hinduista belga de la generación del 1968, después convertido y hoy sacerdote católico, padre Joseph-Marie Verlinde – se llega al “Sí mismo como acto primero de la existencia que es solamente y siempre el acto de un ser creado y no del Ser divino increado”. El peligro, al fin, es el de un “narcisismo sin Narciso”, según la fórmula del misionero francés y experto en temas de la India Jules Monchanin (18951957). Quien se ilusionaba, tal vez gracias a Sai Baba, con huir de la prisión de la subjetividad, percibida como típicamente occidental, acaba por encontrarse encerrado doblemente en aquella misma prisión. Sathya Sai Baba ha muerto, pero la ilusión continúa.
La bussola quotidiana
Traducción de José Martín