Fracasado el cuartelazo de Jaca y el asalto a la base aérea de Cuatro Vientos (Madrid) de diciembre de 1930, según expliqué en mi artículo de la semana pasada, el “Comité Revolucionario Nacional”, que presidía Alcalá-Zamora, fue a parar en bloque a la Cárcel Modelo de la capital del reino, menos don Inda, o séase, Indalecio Prieto, maestro en tocatas y fugas, que supo esfumarse a tiempo, huyendo a Francia. Cierto que los golpistas fueron detenidos porque quisieron serlo. Incluso hubo alguno, como Felipe Sánchez Román, que pugnó para terminar también entre rejas, pero las perversas autoridades monárquicas no lo permitieron.
De todos modos, la situación política se había enrarecido ya de tal manera, que dimitido el general Berenguer como presidente del Consejo de ministros, nadie quería encargarse de formar nuevo gobierno. En esto que Romanones, conde, cojo, masón, liberalote y zurcidor de todos los rotos políticos, propuso un ministerio de “concentración nacional” integrado por los pesos pesados de las distintas formaciones políticas, fracciones y banderías todavía adeptos al Rey, presididos por un peso pluma, el almirante Juan Bautista Aznar, que según el duque de Maura, ministro de Trabajo de ese gabinete, procedía políticamente de la Luna, y geográficamente de Cartagena.
El gabinete Aznar, tras desechar por indicación de Romanones (ministro de Estado) y el marqués de Alhucemas (García Prieto, ministro de Gracia y Justicia) el plan de elecciones generales sin más rodeos ni propuesto por el general Dámaso Berenguer (ministro de la Guerra), convocó elecciones municipales, simplemente administrativas, para tantear la orientación del electorado. La primera vuelta se celebró el 5 de abril de 1931, y la segunda el 12. Los resultados que se vienen publicando en diversos libros y páginas web de distinta orientación reflejan, de manera unánime y cifras más o menos coincidentes, la victoria indiscutible de las candidaturas monárquicas, pero estos resultados se basan en datos parciales, porque los globales nunca llegaron a conocerse, ya que jamás se hizo el cómputo final de todas las actas electorales.
Los resultados conocidos de ambas jornadas electorales dieron una suma de 36.168 ediles monárquicos y 7.507 republicano-socialistas, en total, 43.675 concejales elegidos. Como los concejales a elegir eran unos 80.000 (Pío Moa, “Los personajes de la República vistos por ellos mismos”, Encuentro, pág. 176). Los republicanos, aun perdiendo de manera clamorosa las elecciones, asaltaron literalmente el poder, en un segundo golpe de Estado, ahora de pasillo, amparados en manifestaciones y bullicios callejeros que promovían ellos mismos y los supuestos resultados de la mayoría de capitales de España. Resultados que, como vengo diciendo, nunca llegaron a conocerse, aunque Pío Moa, que ha estudiado a fondo este período, asegura (en esa misma página 176) que en nueve capitales de provincia ganaron los monárquicos: Ávila, Burgos, Cádiz, Gerona, Lugo, Palma de Mallorca, Pamplona, Soria y Vitoria.
La audacia del Comité Revolucionario, el ruido callejero organizado por los republicanos en las grandes ciudades, la desmoralización de los monárquicos y la “espantá” de Alfonso XIII, que no tuvo la entereza de permanecer en el puente de mando de una nave que hacía aguas –pero que todavía no se había hundido-, convirtieron unos comicios administrativos, mediante un fraude de ley golpista, en un plebiscito que cambió el régimen, aun perdiendo clamorosamente las votaciones. A esto, los republicanos a la violeta de nuestros días, entre necios y sectarios, le llaman legalidad republicana. Tan legal como la revolución izquierdista de octubre del 34; el canibalismo político a propósito del tema del “straperlo” que devoró a don Alejandro Lerroux y su partido Radical, viga maestra centrista que sostenía la República; las elecciones fraudulentas de febrero de 1936, cuyos resultados finales tampoco llegaron a conocerse nunca; la destitución ilegítima del presidente de la República, don Niceto Alcalá Zamora –aunque él se lo ganó a pulso por tránsfuga, cacique y marrullero-, y el asesinato de Calvo Sotelo a manos de la escolta personal de un ministro –Indalecio Prieto-, por citar sólo unas cuantas perlas del collar republicano. ¡Qué ignorantes y retorcidos son, o qué mala memoria y peor baba tienen los tricolores de ahora! ¡Dan grima, si bien a los Borbones haya que echarles de comer aparte!