En un artículo anterior, glosando jocosamente las andanzas del Tito Berni y sus compinches, incluíamos una cita de Churchill que presenta la corrupción como el “lubricante benéfico” de la democracia. Desde luego, la democracia entendida como forma de gobierno no tiene por qué ser más o menos corrupta que otras formas; aunque, desde luego, en versiones tan degeneradas como la nuestra, se convierte en un sórdido patio de Monipodio. Pero la democracia entendida como fundamento de gobierno o religión antropoteísta (que endiosa la voluntad de la mayoría como instancia que determina lo que es bueno y lo que es malo) deviene inevitablemente un pandemónium corrupto.
Samuel Huntington desvela el meollo de este asunto azufroso, cuando explica que la supervivencia de ciertas “creencias premodernas” enraizadas en la fe religiosa impide la “eficiencia económica”; y que no hay otro modo de consolidar la democracia que reemplazar tales creencias o adaptarlas “de forma no violenta”. Este reemplazo o adaptación no violenta exige que el hombre renuncie a sus bienes espirituales (resumibles en la salvación de su alma); y, a cambio, se le concede la posibilidad de liberarse de todos los ‘lastres’ o ‘cárceles’ que impiden su endiosamiento, mediante el manguerazo de derechos de bragueta. Y, mientras los demócratas disfrutan endiosadísimos de sus derechos de bragueta, el Dinero soborna a los políticos encargados de apacentarlos, para acrecentar su ‘eficiencia’. Pero los demócratas, para entonces, nada se atreven a hacer, salvo rabiar un poco; pues ya son rehenes de los derechos de bragueta, a cambio de los cuales vendieron su alma.
Esta situación ya la vislumbró magistralmente Georges Bernanos: “Pretender que la democracia ha liberado a los pueblos porque no ha permitido subsistir más que un único privilegio -el más humillante de todos, que es el privilegio del Dinero- es una enorme impostura. (…) La democracia no ha liberado al pobre, sino que lo ha corrompido; no lo ha enriquecido sino corrompiéndolo, pues lo ha enriquecido con las migajas de su propia corrupción”. Y, después de haberse dejado corromper, no le resta otro remedio sino aguantarse, cuando los políticos se montan juergas con lumis y farlopa. Y lo mismo le ocurre cuando el Dinero toma las de Villadiego y pone su pica en Flandes, después de sufragar esas juergas.
Contra esto, sólo existe una solución, que dejó bien explicada Castellani: “Nadie, por honrado que sea, puede con métodos estrictamente parlamentarios o con leyes -por más perfectas que sean- enderezar un país de hombres depravados. (…) Algún día saldrá alguien en esta tierra, capaz de decir: ‘Aquí no manda la plata, sino la Patria’. Pero primero habrá que hacerle decir a la Patria (y eso es lo difícil): ‘Aquí manda Dios’”. Hasta que llegue ese día, sólo resta joderse. Pues el destino de los pueblos que han renunciado a sus bienes espirituales no es otro sino dejarse arrebatar sus bienes materiales.
Publicado en ABC.