La enigmática y oscura guerra continúa en Libia. Con las escaramuzas de rebeldes patrióticos en camionetas japonesas y los ataques de los encallecidos adictos al régimen del dictador libio. Las conversaciones ocultas viajan por algunas capitales europeas, árabes y africanas detrás de la pantalla de encuentros internacionales. Mientras tanto los leales amigos de alcoba siguen dando la espalda a Gadafi. Buscan una guarida segura en Europa, al abrigo de sicarios y asesinos contratados a sueldo. El último en desertar ha sido el ex ministro de Exteriores, Musa Kusa, encargado de los servicios secretos durante muchos años y jefe del espionaje en el extranjero de 1994 a 2009. Es decir, encargado de eliminar a los opositores, vigilar por la seguridad del líder máximo y organizar atentados. La fiscalía escocesa le quiere interrogar por el atentado de Lockerbie, ocurrido en diciembre de 1988, que costó la vida a 270 personas. Kusa, que dijo públicamente que el régimen aceptaba sin reservas la resolución 1973 de la ONU, ha huido al Reino Unido. Como un lobo salvaje atemorizado, en busca de un escondite que le mantenga lejos de la venganza de su maestro, protector y guía. Se fugó desde la capital tunecina después de un control médico de su diabetes (sic). El hijo predilecto de Gaddafi, Seif al Islam, ha dicho que Kusa “es anciano, está enfermo y contará cosas raras”.
La guerra en Libia se va complicando cada vez más. A pesar del bombardeo de objetivos seleccionados y de la alta precisión de los ataques aéreos. Los aliados dicen querer defender honradamente a la población indefensa. Con toda la parafernalia militar y sin hacer daño al mandatario del País, culpable de matanzas y masacres. Para el ciudadano de a pie resulta difícil entender el lenguaje obtuso y laberíntico de los organismos internacionales. Después de diagnosticar el cáncer político en Libia, y tardaron un mes en hacerlo, los aliados esperan ahora, placidamente sentados en sus sillones de mando, que el virus cancerígeno de Libia se volatilice con la llegada de la primavera y emigre de la jaima de lujo a un lugar más placentero y tropical donde hibernar. Lejos del fuego enemigo, entre amigos y compinches de la misma marca registrada. Entretanto, los vástagos enfebrecidos del dictador se ofrecen como exultantes paladines de la democracia, los derechos, las libertades y la dignidad de los ciudadanos libios.
No cesan tampoco las manifestaciones en Siria después de las amenazas del presidente Bashar al Assad (1965) de luchar hasta el final contra los manifestantes. Se ha incrementado la represión en el territorio nacional. Ha prometido suprimir las leyes de emergencia que datan del 1963, pero no ha anunciado la fecha. Así ocurrió en Egipto con el ex-dictador Mubarak: las promesas de suprimir las leyes especiales nunca se cumplieron y él acabó siendo defenestrado por la presión de las masas y el movimiento de “fichas militares” en el tablero secreto de la nomenclatura militar.
En Yemen crece la fiebre opositora contra el presidente Ali Abdullah Saleh (1942) en el poder prácticamente desde 1978 cuando era ya mandatario del Yemen del Norte. Divisiones en el ejército y deserciones en la policía. Pero el azote feroz del régimen no duda en responder con las armas a opositores y activistas. El tirano yemení se ha sentido fuerte desde el 11-S cuando se convirtió el aliado incondicional de los USA en la lucha contra Al Qaeda. Pero desde comienzos de año el idilio político americano-yemení se ha ido apagando. En Yemen crece el número de víctimas mortales. Los detenidos, heridos y desaparecidos se cuentan por miles. Y la administración Obama le pide al dignatario yemení que acabe con su conducta dictatorial y deje de ser un tramposo impostor político.
Se olvidan con frecuencia las raíces yemeníes del fundador de Al Qaeda, Osama Bin Laden, y los enfrentamientos doctrinales con la dirigencia política y religiosa de los Saud de Arabia Saudí. El cambio de gobierno en Kuwait no placa los malhumores de la comunidad chií (25 % de la población) como sigue ocurriendo en Bahrein, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Omán.
Si los cambios políticos tardan en llegar, crece la incertidumbre general y aumenta el vacío institucional en los países árabes. Se va creando un terreno fértil y un ambiente propicio para los milicianos, combatientes y simpatizantes de Al Qaeda. Eso es lo que buscan los mentores islamistas: alargar sus tentáculos mortíferos y extender su influencia a partir del África occidental y del Cuerno de África. En esas dos regiones del continente africano Al Qaeda ha echado raíces profundas y está ganando adeptos. Por ahora el movimiento yihadista espera silencioso en la retaguardia. Se ha preparado ya a hacer la siembra ideológica en los campos que ha labrado el fervor revolucionario de los pueblos árabes.