El 18 de marzo, el Congreso de los Diputados ha aprobado la ley orgánica de regulación de la eutanasia con 202 votos a favor, 141 en contra y dos abstenciones. Desde el punto de vista católico, ¿qué pensar de ello?
Ya en el Concilio Vaticano II, la Constitución Pastoral Gaudium et Spes afirma: “Cuanto atenta contra la vida -homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado-; cuanto viola la integridad de la persona humana, como, por ejemplo, las mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para dominar la mente ajena; cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al operario al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana: todas estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador” (nº27).
Catecismo de la Iglesia Católica: “La eutanasia voluntaria, cualesquiera que sean sus formas y motivos, constituye un homicidio. Es gravemente contraria a la dignidad de la persona humana y al respeto del Dios vivo, su Creador” (nº 2324).
Carta de la Congregación de la Doctrina de la Fe Samaritanus Bonus del 14 de julio de 2020: “La Iglesia considera que debe reafirmar como enseñanza definitiva que la eutanasia es un crimen contra la vida humana porque, con tal acto, el hombre elige causar directamente la muerte de un ser humano inocente... La eutanasia, por lo tanto, es un acto intrínsecamente malo, en toda ocasión y circunstancia. En el pasado la Iglesia ya ha afirmado de manera definitiva «que la eutanasia es una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal. Semejante práctica conlleva, según las circunstancias, la malicia propia del suicidio o del homicidio». Toda cooperación formal o material inmediata a tal acto es un pecado grave contra la vida humana: «Ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo. Se trata, en efecto, de una violación de la ley divina, de una ofensa a la dignidad de la persona humana, de un crimen contra la vida, de un atentado contra la humanidad». Por lo tanto, la eutanasia es un acto homicida que ningún fin puede legitimar y que no tolera ninguna forma de complicidad o colaboración, activa o pasiva. Aquellos que aprueban leyes sobre la eutanasia y el suicidio asistido se hacen, por lo tanto, cómplices del grave pecado que otros llevarán a cabo. Ellos son también culpables de escándalo porque tales leyes contribuyen a deformar la conciencia, también la de los fieles” (V,1).
Uno no puede por menos de preguntarse cómo es posible llegar a semejantes aberraciones. La respuesta es sencilla: como no se cree en Dios, no hay nadie por encima de mí y se confía sólo en la libertad, desarraigada de toda objetividad, la tarea de decidir autónomamente lo que es bueno y lo que es malo. La eutanasia ha pasado así de ser un delito a ser un derecho. Pero no nos olvidemos que para los cristianos en general y desde luego para la Iglesia católica, sigue siendo un pecado grave que va directamente contra el quinto mandamiento del Decálogo: “No matarás”.
No puedo por menos de preguntarme por qué se puede votar a favor de la eutanasia. Un amigo me dio esta pista: todos tenemos una conciencia que, a pesar que se intenta acallarla, sigue funcionando en nuestro interior. La solución consiste en negarla y atribuir esa voz interior a lo que enseña la Iglesia católica, con lo que conseguimos dos cosas: combatir a una institución a la que odiamos y acallar nuestra conciencia. Pero todos nos damos cuenta que el bien y el mal existen, que tenemos una cosa llamada responsabilidad y que vamos a tener que dar cuenta de nuestros actos. Por supuesto que me compadezco de aquellos que han votado a favor del crimen y de los designios de Satanás, tanto más cuanto que me parece imposible acallar la conciencia y, si no se arrepienten muy sinceramente, tendrán que vivir siempre con los remordimientos de su mala acción y con el peligro añadido de presentarse así ante Dios.
Desde un punto de vista puramente humano, las personas que han hecho posible que las personas mayores podamos ser asesinadas legalmente sólo me merecen desprecio. Me recuerdan a Himmler, que no soportaba la vista de la sangre, aunque fue un gran genocida. Ahora bien, mi fe cristiana me hace rezar por ellos, porque creo en Jesucristo y en la posibilidad de la conversión. Y como dice el obispo Reig Pla: “Estamos en Cuaresma y nos encaminamos a la Pascua: el triunfo de la resurrección y la Vida. Por eso estamos llamados a la esperanza. Todas las fuerzas del mal son insignificantes ante el poder y la misericordia de Dios: «Deus est semper maior»".