“¿Quién pecó, él o sus padres?” (Jn 9, 2) Esta frase de los evangelios, aunque pronunciada hace dos mil años, aún está viva y presente, por desgracia, referente a las personas con discapacidad, a quienes se ve más como discapacitados que como personas e hijos de Dios.
En ocasiones vemos las discapacidades como errores de Dios y no como verdaderas medallas de la vida: aquello que no entra en los cánones estipulados por el hombre, queda descartado de esos valores que son, en fin, nuestros prejuicios. (¡Aquella chica sin manos, feliz de la vida ayudando a otros! Podría pedir ser cuidada, estar atendida y, sin embargo, servía a los demás…)
Todos tenemos discapacidades
Nos veis como personas no completas. Pero todos llevamos esa medalla de la discapacidad:
-Mi discapacidad de amor, porque sólo quiero a los que acepto... cuando debo querer a todos.
-Mi discapacidad de raciocinio, porque sólo entiendo lo que me conviene... aunque la razón no me pertenezca.
-Mi discapacidad de comunicación, porque creo que sólo lo mío es importante... cuando ¡hay tanto que escuchar!
-Mi discapacidad de ver, porque solo le presto atención a lo bello... aun sabiendo que todo tiene su lado hermoso.
-Mi discapacidad para crecer, porque me aferro sólo a lo que tengo... aun sabiendo que desprenderme de todo es la ruta a la grandeza.
En la práctica...
Debemos de ver la discapacidad, la enfermedad… no como acciones negativas en nuestra vida, sino como medallas que nos acercan al cielo.
Por eso, a continuación, sugerimos algunas conductas para cuando uno se relacione con personas con discapacidad.
Si va en silla de ruedas:
- Pídele que te explique qué puedes hacer.
- Pon cuidado al ayudarle a bajar las aceras o veredas.
- No tomes la silla de los brazos, puedes romperla.
- Al hablar siéntate, si es posible.
Si tiene parálisis cerebral:
- Sé amable, sonríe.
- Recuerda que es inteligente y muy sensible.
- No le hagas ir de prisa.
- Ajusta tu paso a la persona.
- Si no entiendes lo que dice, no dudes en hacérselo repetir. Él sí te entiende perfectamente.
- Ten mucha paciencia.
Si es ciego:
- Ofrécele tu ayuda si ves que vacila o bien si ves algún obstáculo.
- Ofrécele tu brazo, no le tomes del suyo.
- Recuerda que siempre requiere orientaciones espaciales.
Si es sordo:
- Colócate delante de él con el rostro bien iluminado.
- Habla lento, con claridad, utilizando palabras sencillas y fáciles de leer en tus labios.
- Sé sencillo al utilizar gestos.
- En caso de dificultad, escribe lo que quieres decir.
Si es paciente psiquiátrico:
- Sé amigable y habla con él.
- Acepta la situación y muestra interés.
- Otórgate un tiempo para escuchar lo que dice.
- Trátale con respeto.
- Háblale lento y claramente.
- Inclúyelo en lo que estés haciendo.
Si tiene discapacidad mental:
- No tengas miedo de él ni te burles. Respétalo.
- No hables de su limitación delante de él o ella. Entiende más cosas de las que crees.
- Ten paciencia, sus reacciones pueden ser lentas.
Caridad e inteligencia
No requerimos normativas ni un código eclesiástico para integrar a nuestros hermanos discapacitados. Tan sólo el amor derramado por el Espíritu Santo en nuestros corazones y el don de la inteligencia que Él nos ha dado.
Si el mundo no se pone de acuerdo -y aún no lo hace-, demostraremos los cristianos que nosotros sí podemos lograrlo y no por una orden o decreto gubernamental, sino porque el amor de Cristo nos ayuda a servir y amar a nuestros hermanos.
Ignacio Segura Madico es vicepresidente de Fidaca (Federación Internacional de Asociaciones Católicas de Ciegos).