«Con dolor y esperanza, ante España», expresaba, semanas atrás, algunas preocupaciones frente a la situación que vivimos. Son difíciles, sin duda, los retos que en este momento se le plantean a la Iglesia, llamada a una nueva evangelización. ¿Está preparada, se preguntan algunos, la Iglesia en España para afrontar estos retos? Claro que sí. Como nos dijo Juan Pablo II en su última visita a España: «Sois herederos de una rica experiencia espiritual que debe ser capaz de dinamizar vuestra vitalidad cristiana». Y el Papa Benedicto XVI, en su viaje último a España hace unos meses, a pregunta de los periodistas, sobre su venida reiterada a España con distintos motivos –Jornada Mundial de las Familias, Año Santo Compostelano, Consagración de la Basílica de la Sagrada Familia y Jornada Mundial de la Juventud–, afirmaba: «El hecho de que, precisamente en España, se concentren tantas ocasiones muestra también que es un país lleno de dinamismo, lleno de la fuerza de la fe; y la fe responde a los desafíos que están igualmente presentes en España. Por eso, decimos que la casualidad ha hecho que venga, pero esta casualidad demuestra una realidad más profunda: la fuerza de la fe y la fuerza del desafío para la fe».
La Iglesia en España, reconozcámoslo con la misma confianza y fe de los Papas, tiene una gran vitalidad y un dinamismo dentro de sí que, a veces, nosotros, los españoles, no sabemos reconocer y apreciar en su justa medida: somos así. Desde fuera se aprecia y valora mejor que nosotros la fuerza interior de la Iglesia en España, manifestada en su fidelidad largamente probada al Evangelio, en su sin par actividad evangelizadora y en su amplia presencia misionera, en tantas iniciativas, en tantas tomas de posición, en tantos empeños apostólicos, en esa su gran historia, que, a pesar de lagunas y errores humanos, es digna de admiración y aprecio; esa historia debería ser inspiración y estímulo para ofrecer el ejemplo a proseguir y mejorar el futuro. Estimo necesario reavivar la confianza en las capacidades de la Iglesia en España; no son otras que las de Jesucristo presente en ella, la muchedumbre de santos y de mártires que llenan su historia, las familias todavía con principios y fundamentos cristianos, la riqueza oculta y la fuerza tan extraordinaria de la vida contemplativa en España, la religiosidad popular, su rico y vivo patrimonio cultural y social cristiano, su sentido profundamente mariano, la escuela católica y las universidades de la Iglesia, su más que probada solidaridad reflejo de su caridad cristiana, la fuerza de instituciones de caridad solidaria como Cáritas y Manos Unidas... Los temores y los complejos pueden agarrotarnos. Es la hora de la fe y de la confianza, es la hora de la verdad y de ser libres con la libertad de quien se apoya en Dios, es la hora de la esperanza que no defrauda, la hora de vivir y anunciar su gran y única riqueza –Jesucristo–: ésta no la puede olvidar, ni silenciar, ni dejar morir. Es preciso traer a nuestra memoria y volvernos a decir una vez más, en el preciso momento histórico de hoy y ante el panorama actual, aquellas lapidarias palabras del Papa Juan Pablo II al llegar a Barajas en su primer viaje: «es necesario que los católicos españoles sepan recobrar el vigor pleno del espíritu, la valentía de una fe vivida, la lucidez evangélica iluminada por el amor profundo al hermano».
No valoramos hoy, suficientemente, lo que somos, lo que nos constituye; miramos con pesimismo no cristiano y con desconfianza nuestro momento como pueblo y como Iglesia en España, en el fondo porque no confiamos lo suficiente en lo que somos, llevamos dentro y nos identifica: «la fuerza de la fe y el desafío para la fe»; y esto nos esteriliza. Con la lucidez, claridad y libertad que lo caracterizan, el Arzobispo Emérito de Pamplona, Fernando Sebastían, afirma en su gran e importante libro para la Iglesia en España «Evangelizar»: «Uno de los mayores males de la sociedad española actual es el rechazo y la desconfianza con que muchos españoles miran a su propia historia y a su propia cultura... De la memoria nace la esperanza».
Sencillamente, se trata de impulsar sin dilación, dar con el camino, una nueva evangelización –como al principio– que el Papa ofrece y pide seguir a toda la Iglesia en Occidente, sobre todo en España, ante el gran desafío y problema del laicismo y del ateísmo reinantes, aun cuando se vivan en cada país de modo particular. «Esto vale también de manera muy fuerte para España. España era siempre un país originario de la fe. Pensemos que el renacimiento del catolicismo en la época moderna ocurrió, sobre todo, gracias a España. Figuras como san Ignacio de Loyola, santa Teresa y san Juan de Ávila son figuras que han renovado el catolicismo y conformado la fisonomía del catolicismo moderno. Pero también es verdad que en España ha nacido un laicismo, un anticlericalismo, un secularismo fuerte y agresivo... Para el futuro de la fe y el encuentro entre fe y laicidad, tiene un foco central también en la cultura española... En este sentido he pensado.... sobre todo en España» (Benedicto XVI) para la nueva evangelización, que Dios, sin duda, está poniendo ya en marcha. La Jornada Mundial de la Juventud es una oportunidad única que Dios nos ofrece.