Es la primera vez en mi ya dilatada existencia que he faltado a una manifestación en favor de la vida, por motivos de salud y, principalmente, por la ausencia de mi mujer, abanderada de las causas nobles y, en mi caso, cayado espiritual y afectivo en el que me apoyaba para sostener firmes las convicciones humanistas y éticas, que ella sostenía inculcaba. Tanto era así, que hasta nos compramos una bandera nacional de ciertas proporciones, que iba con notros adonde quiera que fuésemos para reafirmar nuestras demandas.
Pero si no he podido estar en la plaza de la Cibeles o en la Puerta del Sol de Madrid, unido a las decenas de miles de personas que se sumaron al acto, junto a otros miles mas que se manifestaron en diversas ciudades de España con motivo del Día Internacional de la Vida, quiero al menos, en el ejercicio de mi oficio, expresar mi total apoyo y adhesión a estas demostraciones en apoyo al derecho a nacer de cuantos se hallan en camino, base de la sociedad y el futuro de los pueblos.
El aborto, o la eutanasia, vienen a ser la negación de la humanidad, la cultura perversa de la muerte, que ciertas corrientes ideológicas, que se tienen a si mismas como el no va mías del pensamiento avanzado y progresista, defienden y promueven. Son los jinetes del Apocalipsis de las sociedades modernas, las termitas que corroen los pilares de la civilización occidental, llamada en su día a modelar el futuro del mundo, pero que ha renunciado a su misión rectora, enfangada en sus obsesiones hedonistas, empeño de gentes sin corazón, o lo que es peor, de corazón podrido.
El aborto, mírese como se quiera, con plazos o sin ellos, con subterfugios elusivos o a lo bestia, es un crimen en toda regla, la muerte violenta de un ser humano en proceso de maduración. Que el feto tiene todas las características que lo individualizan y humanizan desde su misma concepción, es algo que lo afirman todos los científicos serios, aunque lo pusiera en duda aquella ministra analfabeta de instintos perversos que hizo aprobar en las Cortes una de las leyes mas crueles que ha parido el parlamento español en tiempos democráticos. Pero que no se haga ilusiones ni la distraída. La justicia de Dios existe. Si no en esta especie de purgatoria que es la vida peregrina, sí en el momento de rendir cuentas de nuestros actos. Y con tan nefasta ministra, lo harían también, mal que les pese, cada cual a su hora, los médicos y auxiliares de las cl´´inicas y mataderos abortistas, que por mucho que miren a otro lado y estén formándose con un “industria” tan repugnante y criminal, no lograrán eludir su responsabilidad moral y social. Dios podrá ser todo lo indulgente y misericordioso que se quiera, que lo es a manos llenas, pero difícilmente su perdón logrará alcanzar a los genocidas de santos inocentes, como seguramente tampoco pudo perdonar a los causantes y ejecutores nazis del holocausto judío, o a los chequistas bolcheviques del tiro en la nuca. El perdón divino tiene un limite, mientras que los asesinos de inocentes indefensos y desprotegidos por “leyes” inicuas, parece que no conocen la conciencia ni las barreras morales. ¿Cómo puede tener compasión el Dios del perdón de semejantes monstruos carniceros?