Este es el momento. Quizá no haya otro. No esperes más para convertirte, para entregarte a Jesús en cuerpo y alma, cancelando definitivamente tu pasado, porque el tiempo de que dispones se cuenta ya en meses. Dios no desea que la revelación próxima de tu verdad interior resulte insoportable para ti. Prefiere que entierres antes tu pasado, con el alivio de su ternura y abrazado a su Corazón. Espera que afrontes el presente desde el regazo de su Madre y tu Madre, con absoluta confianza. Te tiende la mano para que participes de un futuro diferente: Un futuro cuya alegría ni siquiera puedes imaginar. El Ángel de Luz (el Espíritu Santo) ya no susurra sino que canta en tus oídos porque sabe que, finalmente, has abierto una rendija y sus versos de amor penetrarán como torrente impetuoso, rompiendo todas tus resistencias. (Si no has abierto esa rendija y no piensas abrirla, no sigas leyendo: Este artículo no es para ti).
Cree en el milagro, porque tú eres milagro viviente. No lo sabes, pero ya has sido vencido, transformado por el valor de un sacrificio capaz de llegar hasta lo más recóndito. Has sido tocado por la fuerza purificadora del dolor divino, a la que se asociaron miles de oraciones y sacrificios que ignoras, de amigos que ni siquiera conoces, de santos escondidos que te tuvieron presente en instantes decisivos. Tu resurrección es la victoria de la comunión de los santos. Es también la victoria especialísima de los patronos de España. De su ángel protector. Una victoria que no ha hecho más que empezar. Ahora te toca a ti mover ficha. Hay que avanzar... No puedes permitirte ni el más leve titubeo. No dudes de tu impotencia y tu flaqueza, pero sabes ya - ¡bien lo sabes! - que puedes y debes hacer de tus caídas inevitables otros tantos saltos hacia delante. Perfecto lo serás sólo al final, tras trepar por la cuesta empinada hasta la cumbre. Pero escucha un secreto:
Cada vez que te clavas en las piedras del camino, levanta la vista: Te basta una sonrisa de confianza – ya ves, Señor, que desastre utilizas – y Él te estrecha contra su pecho con una ternura que te derretiría si pudieras sentirla. No hay nada comparable al Amor de Jesucristo. No hay nada comparable a su misericordia desbordante para este tiempo de los tiempos. Benedicto XVI nos recuerda que “ella borra el pecado y permite vivir en la propia existencia los mismos sentimientos que Cristo Jesús” (cf Flp 2,5 – Mensaje para la Cuaresma 2011).
Él ha vencido y tú eres su trofeo. Aunque la batalla no ha terminado y ahora dependen de ti incontables hermanos. Cada segundo de tu día, cada latido de tu corazón, puede sacar del pantano a uno de ellos, si lo ofreces junto al latido del Corazón de Cristo. Todo el tiempo en Cristo y con Cristo. Cada segundo en Cristo. Cada mirada desde Cristo. ¿Acaso no era ahí donde quería conducirte tu Madre? ¿No era esa la vida nueva a la que has sido alumbrado? Sí. Era ahí. Era esa. Recuerda el diálogo con Nicodemo, que siendo tan sabio no entendía nada... Has nacido de nuevo, por el agua y por el Espíritu, pero ¿quién es el agua, quién es la fuente de la vida y la Esposa del Espíritu? Tú lo sabes muy bien, bastantes dolores de parto le has dado a la pobre – “Reina de la paciencia” le añadirás en tus letanías a partir de ahora - aunque finalmente asomas del vientre materno y entras, jubiloso, en el Corazón de Cristo. Has nacido al Amor y estás en el Amor. Es tu casa y tu cuartel.
Es ahí donde recibirás adiestramiento para la batalla definitiva. Es ahí donde se forjan tus armas. Es ahí donde te curtes en los pequeños sufrimientos que Él quiere compartir contigo, minucias a la medida de tu limitada resistencia. Dolorcillos de andar por casa, que son instrumentos de victoria en las manos de los ángeles. Pequeñeces atómicas... Ha comenzado la tribulación final y no dispones de otras armas que esas. Invencibles, inagotables, certeras, mortíferas para el enemigo, pero se te oxidarán entre las manos si no rezas. Reza con la actitud y con el pensamiento; reza con la mirada y con los labios; reza con cada acto vocacional, con cada deber de estado, con cada gesto social.
Tu comunicación entera es de Cristo, porque Cristo se ha entregado a ti y tú eres Cristo. Él piensa, actúa y habla por ti. Él trasformará el mundo sirviéndose de ti. Has entrado en comunión íntima con Él que nadie podrá quitarte (cf Jn 16, 22) y que te sitúa en la primera línea de un combate invisible. No tengas miedo. María marcha delante y es Ella quien sujeta el estandarte: Es la estratega que marca las pautas, decide las prudencias y ordena los arrojos. Ella aplasta la cabeza de la antigua serpiente, justo cuando ya se creía dragón invencible. Le está derrotando ahora, y de ahí las rabias, las prisas, profanaciones y persecuciones.
Protagonista de este tiempo culminante de la historia, pequeño y torpe, queridísimo instrumento. ¡Regocíjate en el Señor! No te apartes ni un milímetro de tu Madre y cobra ánimo levantando la cabeza (Lc 21, 28). Que tu palabra evoque para tantos hijos extraviados el hogar perdido, apremiando al regreso, con acentos de urgencia aunque sin perder la melodía enamorada, esa dulzura maternal que te ha colmado y debes compartir.
Es el momento. Vives la cuaresma de la gran preparación, antes de la cuaresma de la gran tribulación. No la desaproveches esta vez y serás gratitud, felicidad sin límite, por toda la eternidad.