Cuando la voz de la conciencia hace sonar las campanas de alarma de nuestra inteligencia, reclamando que cambiemos de actitud y reaccionemos ante algo moralmente reprobable para los seres humanos, acostumbramos a adoptar la postura consistente en afirmar, más o menos conscientemente, que otros deben ser los que resuelvan la maldad o el daño que aparece ante nuestra vista.
En efecto, imputando a otros la responsabilidad y la obligación de actuar en consecuencia, procuramos curiosamente liberar nuestra propia conciencia de todo aquello que le inquiete y desasosiegue.
Esto lo deben resolver "estos" o "aquellos", solemos exclamar cariacontecidos y señalando con el dedo fariseo, refiriéndonos habitualmente a la clase política en general, al líder de la oposición y/o a los gobernantes de turno. Ahí están ellos para resolver los problemas, incluso hasta las cuestiones de índole moral o de pura humanidad.
Y así fue como muchos permanecimos largo tiempo dormidos. Abandonando y depositando esa irrenunciable responsabilidad en manos del Estado, limitándonos a mirar hacia otra parte cuando quiera que la dichosa conciencia nos acuciara con sus reclamos. Y así fue, también, como las víctimas se multiplicaron por cientos de miles hasta que ese imparable tsunami de la muerte se precipitó colapsando nuestras conciencias, transformándonos en marionetas de ese nihilismo hedonista y desesperanzado que viene ensombreciendo nuestra civilización desde hace décadas.
Y todo ello no es sino la consecuencia de la renuncia de muchos a la defensa de la vida, fundamentalmente la de los más débiles, cuya responsabilidad es de todos porque a todos nos incumbe el humano interés por la suerte de nuestro prójimo. Si me abstengo de hacer lo que esté en mi mano, cuando quiera que el derecho fundamental a la existencia del ser humano ha sido conculcado por el propio Estado, limitando de esa forma mi posición a la queja privada y esperando que sean otros los que lo resuelvan, estoy dimitiendo de aquello que constituye la esencia de mi propia humanidad, es decir, el interés y la militancia por la suerte de mis semejantes.
Inmersos en esa nada razonable actitud, resulta imposible proporcionar a nuestra propia vida ese mínimo razonable de plenitud y felicidad que tanto anhela; las cuales no encontramos sino en nuestro responsable y desinteresado encuentro con los más débiles e indefensos, ámbito donde nos es posible comprender la grandeza del ser humano capaz de trascender su propio yo, así como de elevarse por encima de nuestra natural tendencia al egoísmo para ver en el otro a un igual que precisa de nuestro aliento, apoyo y ayuda.
En eso consiste por ejemplo el espíritu de la Fundación RedMadre, www.redmadre.es, cuyos esfuerzos en favor de las mujeres embarazadas con dificultades de diverso tipo, han logrado que el 80% de las miles de madres atendidas que habían tomado la decisión de abortar decidieran, final y valientemente, seguir adelante con sus embarazos. Y eso gracias al apoyo de sus socios y voluntarios. Es impresionante cuánto se puede lograr en favor de los mas débiles, con cada granito de arena aportado por las personas de buena voluntad.
En eso consiste precisamente ser humano y, por supuesto, tener esa tarea irrenunciable que no podemos ceder exclusivamente al poder del Estado ni al juicio de los gobernantes. Somos tú y yo, somos todos, los directos responsables de la suerte de las mujeres embarazadas con problemas, de los enfermos y de las personas de avanzada edad, a los que una sociedad inmersa en los principios impuestos por los adalides de la cultura de la muerte, han intentado adoctrinar con el falaz argumento de que la solución a sus problemas consiste en eliminar de la existencia a sus hijos o ser eliminados ellos mismos.
Unas veces por tibieza; otras, por una simple cuestión de indiferencia; las más de las veces, no habiendo detrás de nuestra actitud sino el más puro deseo de no incomodarnos renunciando, siquiera un poquito, a vivir tranquilos. El caso es que durante años éramos muchos los que habíamos renunciado a asumir nuestra responsabilidad como seres humanos, no diferenciándose nuestra actitud e indiferencia de la mostrada por nuestros políticos a quienes, sin embargo, no dudamos en convertir en única diana de nuestros reproches e improperios.
Somos nosotros, la sociedad civil, quienes debemos despertar nuestra propia conciencia y la de nuestros semejantes, entre ellos la de los políticos, actuando responsablemente con los medios legales que tenemos al alcance de la mano. Ya sea exigiendo con nuestro voto la inclusión de la defensa de la vida en los programas de los partidos políticos; ya sea castigándolos cuando gobernaron incurriendo en el error de hacer de la cultura de la muerte una herramienta de desesperanza, dolor y tristeza.
Pero sobre todo,- y esa será la única forma de lograr que nuestra clase política recupere el norte en la fundamental cuestión de la defensa de la vida-, no poniendo excusa alguna a la hora de renunciar a nuestra tibieza, indiferencia y comodidad, cuando quiera que hay que salir a las calles de nuestras ciudades para mostrar el músculo poderoso de una sociedad que ha vuelto a despertar ante la indefensión e inocencia de los más débiles, cuya única oportunidad para vivir depende de cada uno de nosotros.
Por eso, no podemos dejar de acudir con argumento justificativo alguno que no sea de fuerza mayor, a las manifestaciones convocadas en toda España en el DÍA INTERNACIONAL DE LA VIDA, para mostrar a nuestros familiares, amigos y conocidos, nuestro compromiso con la defensa de la vida y nuestra fuerza ante esa clase política que, en todo caso, no está compuesta sino por personas como tú y como yo, cuando quiera que llevábamos años renunciando en parte a nuestra condición de seres humanos, es decir, a nuestro interés y responsabilidad por la supervivencia de los más débiles.
Los granitos de arena que podemos aportar cada uno de nosotros, son a tal punto poderosos y eficientes, que resulta poco menos que increíble e inexplicable, cómo hemos podido pasar tantos años sumidos en la oscuridad de nuestra apatía, insensibilidad y falta de humanidad. El granito de arena que nos decidamos a aportar cada uno de nosotros, implicará la salvación de muchas vidas y un poderoso avance en la recuperación del valor humano por excelencia: la vida.
Despertemos pues y con nosotros despertarán los nuestros, y con los nuestros el conjunto de nuestra sociedad y nuestros gobernantes, sin distinción de color o tinte ideológico. La defensa de la vida nos incumbe e importa a todos. La protección de los más indefensos, bien merece la pena dedicarle al menos una mañana una vez al año, y para eso hemos sido convocados en más de cincuenta ciudades españolas para celebrar el DÍA INTERNACIONAL DE LA VIDA (www.sialavida25.org ).