La revolución popular en los países árabes continúa con su efecto dominó y toma una nueva dirección en el Golfo Pérsico. El rey del pequeño archipiélago de Bahrein (33 islas), Hamad Bin Isa Al Khalifa, ha pedido ayuda militar a sus vecinos de Arabia Saudí y de los Emiratos Árabes Unidos (EAU). El primero ha enviado 1.000 tropas y el segundo 500. La mayoría de las fuerzas armadas de Bahrein proceden de Pakistán. Una monarquía instaurada como tal en noviembre de 2002 ya que la forma de Gobierno “sultanado” no parecía ser digna de los Al Khalifa. Para evitar el derrocamiento son necesarios los ejércitos extranjeros.
Las protestas por parte de la población chií, que es mayoritaria en Bahrein, no se acaban a pesar de la represión policial en la Plaza de la Perla, hoy bautizada “Plaza de los Mártires”. El distrito financiero y la universidad también se han visto afectados por las manifestaciones de los estudiantes. En un mes han muerto siete manifestantes, y no se cuentan ni los heridos ni los detenidos. Los activistas no están dispuestos a abandonar la calle, desafiando la presencia de tropas extranjeras para proteger al régimen monárquico de los Al Khalifa. La caza brutal a los disidentes se ha extendido al Hospital Salmaniya, tomado por comandos especiales.
Los chiíes de Bahrein siguen acusando a la opulenta casta política de la diminuta monarquía de no solucionar la grave crisis económica que en el país golpea a los más débiles. Además de la falta de libertades civiles y de derechos humanos. Sin olvidar la discriminación religiosa a favor de los sunníes, que a la hora de conseguir trabajo tienen de hecho prioridad. El 19 % de los jóvenes no tiene trabajo.
El monarca bahreiní removió de su puesto al primer ministro, Salman Al Khalifa, que llevaba más de 40 años en su puesto, junto con cuatro ministros. Pero esos cambios han sido puramente simbólicos. Cosmética royal, pensando que así se calmarían los ánimos y el oleaje revolucionario. Nada más lejano de lo que de verdad se estaba gestando en los últimos años y más en concreto en los últimos meses. Es decir, la confrontación entre el puritanismo musulmán sunní de los Saud (Arabia Saudí) y la revolución político religiosa chií de los Khomeini (Irán). Tanto los unos como los otros han movido ficha en el resbaladizo tablero de la endiablada geopolítica del Oriente Próximo y de los Países Árabes. La tela de fondo presenta tres paisajes: el oleaje imparable de las revoluciones nacionales, las interpretaciones actuales del Islam y el control de las fuentes de energía y de las exportaciones, principalmente el gas natural y el petróleo.
Aprovechando el cambio de mando en Egipto en la persona del general Mohamed Husein Tantawi, los iraníes colocaron en el Mediterráneo dos naves de guerra de fabricación británica, la Kharg y la Alvand. Atravesaron el Canal de Suez con dirección a Siria el 21 de febrero. Era la primera vez que lo hacían desde el regreso de Khomeini a Irán en febrero de 1979.Los saudíes, por su parte, también han adelantado sus trincheras posicionando sus tropas en Bahrein. Vale a decir en el Golfo Pérsico y el Estrecho de Ormuz, una de las zonas más inestables y estratégicamente más importantes del planeta. Aquí tiene su sede central el comando de la Quinta Flota de los Estados Unidos. La confrontación frontal entre saudíes e iraníes está servida con la represión militar en Bahrein. Y la revolución islámica da otra vuelta de tuerca en las aguas turbulentas del Golfo Pérsico.