Para todas las personas de buena voluntad, creyentes y no creyentes, el sentido común constituye una extraordinaria herramienta para discernir y juzgar en torno a tres asuntos de extraordinaria importancia y que nos afectan a todos: la vida, la familia y la educación.
Y de los tres, a nadie se le escapa que la vida es el asunto que ocupa el primer lugar con diferencia, entre otras cosas porque una vez eliminada la existencia de un ser humano, ya no hay remedio posible que pueda revertir el hecho que implica haber sido eliminado de la existencia.
En efecto, la inmensa mayoría de los que hemos tenido la dicha de que nadie nos haya impedido nacer o vivir de forma pacífica hasta el final, disponemos de un extraordinario y natural olfato interior para percatarnos que el derecho humano fundamental por excelencia, es decir, el derecho a existir, no puede estar en manos de la opinión y decisiones emanadas de ningún Gobierno o Parlamento, por muy democráticos que luzcan todos ellos.
No corresponde al Estado juzgar ni decidir, en ningún caso, respecto a quién merece vivir y quién puede ser eliminado por decisión de sus propios progenitores y a manos de los matarifes del siglo XXI. Excepto que se trate de un Estado que se encamine hacia un voluntarismo totalitario, como de hecho sucede actualmente en España, corresponde a éste amparar legalmente el derecho a la existencia de cualquier ser humano, independientemente de las condiciones económicas, sociales o emocionales, de sus progenitores. Independientemente, también, de lo caro o barato que resulte para el sistema público sanitario, el cuidado de los enfermos y de las personas de edad avanzada; así como del vaivén de las sucesivas modas, ocurrencias o corrientes ideológicas, presentes en el escenario mediático, social, cultural y político.
El Estado ha de proteger la vida humana en todos los casos, por constituir un bien indiscutible. Es una letal falacia, adoctrinar al pueblo haciéndole creer que eliminar seres humanos constituye la solución a sus problemas, -todo revestido de edulcorado buenismo y supuesta benevolencia-. Cuando esto sucede, como en la España actual, no pueden los españoles de buena voluntad excusarse de apoyar todo lo que contribuya a recuperar la sensatez humanista, por ejemplo acudiendo a las manifestaciones que el próximo día 26 de marzo en Madrid, y en otras muchas ciudades españolas, se están organizando en el DÍA INTERNACIONAL DE LA VIDA.
Se trata de manifestaciones unitarias en toda España, a la que se han adherido la práctica totalidad de las asociaciones y fundaciones que trabajan todo el año en defensa de la vida, con un mismo logo, manifiesto y lema: "SÍ A LA VIDA". Se trata de crear una sola voz que quiere proseguir alentando el formidable cambio que se está suscitando, poco a poco, en la conciencia de los españoles de buena voluntad.
Por eso, hemos de poner cuanto esté en nuestras manos, -formidables cuando se trata de transmitir la verdad con alegría y respeto a los demás-, para convencer a nuestros familiares, amigos y conocidos, que no podemos excusarnos de aportar nuestro poderoso granito de arena, dando testimonio personal con nuestra presencia en esas manifestaciones, de nuestro amor a la vida de los seres humanos, desde su concepción hasta su muerte por causas naturales.
Los demoledores efectos de la cultura de la muerte, que pareciera haberse impuesto de manera omnipotente e irreversible en España y otros muchos lugares del mundo, está dando paso a una cada vez mayor conciencia, en las personas de buena voluntad en España y el mundo entero, de la importancia de defender la vida de los seres humanos en todos los casos y bajo cualquier circunstancia.
La conciencia del bien común irrefutable que representa la existencia de cualquier ser humano, ha comenzado a despertarse de forma alentadora y eficiente, gracias a quienes no han renunciado a poner ese granito de arena, logrando que muchas madres no se sientan solas durante su embarazo ni después, consiguiendo que la clase política vaya tomando conciencia de cuál es la voz del pueblo en el decisivo asunto de la vida y, por supuesto, recuperando para nuestra sociedad la alegría y las ganas de vivir, con la plenitud que es posible y además está a nuestro alcance.
Por eso, por ese "SÍ A LA VIDA", hagamos todos el pequeño esfuerzo de hacer un hueco en nuestras agendas, renunciando quizás a muchas cosas buenas y atractivas, para ser coherentes ese día con nosotros mismos, con nuestros hijos y, por supuesto, con lo que nos dice la voz de nuestra conciencia, cada vez que optamos por poner el oído atento.
De ninguna manera se trata de juzgar ni decir que los españoles que no defienden la vida sean personas de mala voluntad. Sencillamente carecen de la información adecuada y, en consecuencia, tienen deficientemente pertrechado de razones y argumentos el natural instrumento del sentido común; o, a sabiendas del valor incondicional de la vida, han caído no obstante presos de la apatía, la mediocridad, la indiferencia y/o la comodidad.
Por eso, el DÍA INTERNACIONAL DE LA VIDA constituye, también, una oportunidad para ilustrarnos o siquiera escuchar los argumentos en favor de la existencia y, muy importante, una excelente ocasión para recuperar nuestro inexcusable interés por la suerte de los más débiles e indefensos.