No sólo es que esté tomando una serie de medidas a lo loco, improvisadas, según se les ocurren sobre la marcha a este o el otro ministro para atajar el déficit que nos lleva a la bancarrota nacional, sino que, además, tiene la habilidad de meter el pie en todos los charcos y pisar los callos a grandes grupos sociales –colectivos, dicen los contaminados por el lenguaje marxistoide- a los que irrita profundamente de manera gratuita. Con ello no hace más que aumentar el número de descontentos con sus políticas disparatadas y jacobinas, que más allá de su obsesión por incordiar a la Iglesia católica, en lo que se advierte un tic claramente masónico, carecen de sentido común y racionalidad. No puede extrañarnos, por tanto, que las encuestas de intención de voto muestren un creciente desapego del grueso del electorado a la deriva socialista.
Si los dirigentes del partido del puño y la rosa estuvieran en sus cabales advertirían que no se puede ir por la vida jorobando hoy a unos, mañana a otros, pasado a los de mas allá, sin provecho para nadie, ni siquiera para ellos mismos y sus intereses electorales, que los están dejando en los huesos, como veremos en las elecciones locales del próximo mes de mayo, a menos que... Dios no quiera que suceda nada parecido a lo que estoy temiendo.
De ahí que llegue a la conclusión de que ZP y los suyos le dan al moyate más de la cuenta, cosa que no creo, o no parece, o es que han perdido el oremus. Ya se sabe que la soberbia del poder induce a los gobernantes a cometer muchos desmanes por el simple prurito de demostrar quién es el gallo que manda en el gallinero, pero también se sabe que si te pasas de la raya el personal vuelve la espalda cuando requieres su papeleta en la cajita de cristal. La cantidad de tropelías que están cometiendo los sociatas contra el indefenso ciudadano, a veces incluidos los suyos, no tiene explicación ni sentido.
Desde el primer momento se dedicaron a combatir a la Iglesia y su doctrina, con leyes inicuas y sectarias. Sin ánimo de ser exhaustivo, como diría César Vidal, podemos señalar algunas totalmente arbitrarias y malévolas. Entre otras la Educación para la Ciudadanía, con el fin de adoctrinar a los escolares en el amoralismo y la promiscuidad; la del divorcio exprés que favorece la frivolidad y la ruptura conyugal al menor contratiempo; la del “matrimonio” homosexual (¡qué sarcasmo!), la del aborto a escape libre, dando origen a un verdadero genocidio, etc. Después de tal catarata de leyes endemoniadas, ¿Puede haber todavía algún católico consciente de serlo que pueda votarles en próximas elecciones?
En el terreno meramente social o civil, ¿les votarán muchos funcionarios después de la poda que han sufrido sus haberes? ¿Lo harán los jubilados tras la congelación de las pensiones? ¿Y el consumidor de a pie con la subida de las tarifas eléctricas, el IVA y qué se yo cuantas cosas más, que finalmente siempre repercuten en los de siempre? ¿Votarán a su favor los fumadores, perseguidos como malhechores? Y últimamente los conductores, que están que fuman en pipa. Seguro que no van a ganar para multas a poco que dejen al coche que siga la inercia que le pide su propio motor, especialmente los más modernos. En multas o en zapatas y nervios. ¿Lo harán, entonces, los cinco millones de parados, o los que sean realmente, con un futuro más negro que el sobaco de un cuervo? Les votarán, claro está, los apesebrados, que si cambian mucho las cosas se verán en la puñetera calle, los sindicaleros subvencionados, los “artistas” de la ceja, los múltiples asesores, enchufados, parientes y amigos metidos también en nómina y, por último, los tontos útiles y forofos inasequibles al desaliento. Pero en conjunto, ¿habrá tanto mamoncete amorrado a las ubres de los presupuestos para inclinar de nuevo la balanza a su favor?
En fin, que nos tienen contentos nuestros muy queridos y amados mandamases del puño y la rosa, con sus ocurrencias, siempre para encabronar al peonaje. Entiendo que todos debamos apretarnos el cinturón, cada cual según sus posibilidades, empezando por los gobernantes de toda clase y nivel, con sus múltiples canonjías, para salir del pozo en el que nos han metido unos políticos nefastos e incompetentes. Pero no pueden irse a sus casas de rositas, ni basta derrotarles en las urnas, que es lo mínimo que debe pedirse a la ciudadanía, sino que en política, como en todo, el que la hace tiene que pagarla.