Solo los que me conocen bien saben que mi labor literaria no solo es compaginada con mi colaboración en la Universidad Católica de Valencia, sino que dedico muchas horas a las clases de Religión en un centro de las Misioneras Claretianas. Quizás solo a un excéntrico se le ocurriría dirimir las novelas, la lengua y la Religión, pero esta extravagancia a mí me encanta, y enriquece muchísimo mi existencia. Y evidentemente no cuento esto para que sepáis algo más sobre mi vida, sinceramente feliz, sino para dar cuenta de una modesta autoridad a la hora de exponer mis ideas.
Aquel que dedica gran parte de su tiempo a los jóvenes sabe que hay días mejores y peores: días excelentes, días para morirse sobre la tarima, a veces de risa, a veces de pena, y otros mortales de la muerte, como dirían ellos, en los que deseas estrangular a alguno y que las horas te traguen definitivamente. Es la condición humana de la docencia, esa esquizofrenia entre la vocación, la desesperación y la impotencia. Pero aquellos que entramos en el ámbito de la Religión en ESO y Bachillerato sabemos que también hay de esto, pero sobre todo hay días de luz y días vacíos, días en los que Dios late en tu corazón y otros en los que te deslizas hasta el final de la hora.
El amor en esto juega mucho. Es fundamental, y lo he experimentado. A veces estás con Él, y otras no.
Yo siempre les digo a mis alumnos que la asignatura de Religión es una María. No es por nada, pero ellos lo saben, como lo sabía yo desde muchacho. ¡Qué necesidad hay de engañarlos! Es más, para muchos compañeros es evidente, y a veces les cuesta disimularlo, aunque a ellos también les haría muy bien venir a clase, aunque a ellos también les haría muy bien esa asignatura tan desprestigiada y pendiendo de un hilo académico. Incluso a veces también sucede que los mismos docentes somos los mediocres, muchos profesores de Religión que dejan mucho que desear, que bien podrían dar Religión en un Instituto como Tecnología o Plástica, asignaturas algo más prestigiosas, claro.
Yo siempre les digo eso, y ellos lo saben: es una María, probablemente la más María de todas. Pero a mí me encanta, porque es la más importante de todas. Es imprescindible en tu vida y una de las únicas que andarás revisando siempre, hasta que te mueras. Yo les digo esto, y ellos me miran serios, no sé si porque lo entienden o simplemente porque lo intuyen. La asignatura de Religión es una pasada, pero como las cosas del Evangelio, parece un pequeño granito de mostaza. ¡Y esa ésa es la idea!
Más allá de lo que algunos puedan pensar, la asignatura de Religión Católica en ESO y Bachillerato tiene como principal objetivo que los alumnos aprendan. No se trata de una catequesis. Son muy bienvenidos esos ateíllos que enriquecen las horas, o esos indiferentes que a veces resucitas como a un Lázaro. La clase de Religión busca el conocimiento y para ello muchas veces debe ahondar en la historia, en la sociología, en el arte y, por supuestísimo, en la teología y en la filosofía. La gente no se lo imagina, pero la clase de Religión es una fuente de conocimientos, y si el alumno se niega a aprender, el profesor hará como los sabios, abrirá la jaula y los dejará volar. Pero si el muchacho quiere, aprenderá muchísimo.
Pero no es solo eso. La clase de Religión es la única asignatura en la que importa muy mucho cómo aprendan, cómo reciban el conocimiento. Como en todas las demás disciplinas, pero en esta sobremanera, es imprescindible que se lo pasen bien, que disfruten, que deseen que llegue la hora de Religión. En algunas, que esto no se consiga es secundario, pero en la María es imprescindible y fundamental. Aprender y disfrutar, o mucho mejor: disfrutar y aprender, y entre clase y clase, a veces sacudir las emociones, tocar el corazón, y dejar que Dios susurre a los más atentos. Son momentos puntuales, inesperados como perlas escondidas, pero que dejan un recuerdo imborrable, y los marca para siempre.
Mantener este equilibrio entre lo académico, lo emocional y lo espiritual en una clase es tan difícil como maravilloso. Por eso la Religión es una María que a veces mantiene heroicamente un buen número de alumnos, aunque en algunos institutos la pongan a última hora, cuando el resto de compañeros ya se ha ido a casa.
Jesús enseñaba con parábolas. Cada vez que tenía que explicar algo importante recurría a ellas. Entonces aquellos primeros alumnos escuchaban boquiabiertos, y los más atentos preguntaban después. En el siglo XXI, es inútil impartir la clase de Religión de otra manera. No se puede dar clases sin proyecciones, sin audios, sin imágenes, sin experiencias… ¡Es inútil! Y si hay alguien que esto todavía no lo ha entendido, que ceda el paso a otro. ¡Es inútil e imposible educarlos de otra manera en el panorama socioeducativo actual! Estoy convencido de que Jesús hoy nos diría que vale más una imagen que mil palabras. Pero eso sí: una imagen certera, a tiempo y bien suministrada.
Es por ellos que a veces me da por pensar, y por sentir. La asignatura de Religión es una María, pero una de ésas María que da pleno sentido a la vida de un docente cristiano. Soy consciente de que mis palabras serán la única referencia para muchos durante mucho tiempo, a veces quizás para toda la vida. La Iglesia Católica deposita en mis manos una labor única e imprescindible, y para muchos de esos jóvenes de hoy, mis enseñanzas serán lo único que carguen durante muchos años, hasta que un día, vacíos, pero con ese latido de las clases, se les vuelva a ocurrir dejarse caer por un templo. Para algunos no es la hora, para algunos tendrán que pasar muchos años para que entiendan. Sin embargo, quienes han pasado por la clase de Religión atesoran algo, algo que llega a brillar en lo escondido, y ese tesoro de la María algún día acabará por dar sus frutos.
En estos tiempos de laicismo, en estos tiempos en los que la clase de Religión cada vez es más y más Cenicienta, a veces me da por pensar qué sería del sistema educativo sin las clases de Religión y sin la incansable labor de los centros religiosos. A veces me da por pensar en el futuro sin canales efectivos para la transmisión de nuestros valores cristianos, comprobadísimamente buenos. A veces me da por pensar qué sería de esta sociedad sin un número importantes de alumnos que pierdan su tiempo con una María.
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