En Estados Unidos el presidente Barak Obama - en estos días blanco preferido de la sátira por la improvisación que muestra frente a una compleja alternancia como la egipcia, y que se traduce en los repentinos cambios de opinión – se ha augurado que al fin prevalecerán los “musulmanes moderados”
Querría responder con una afirmación que podrá parecer paradójica, pero que pasaré a explicar rápidamente: en rigor, los musulmanes moderados no existen. Recorriendo a lo largo y a lo ancho los países con mayoría islámica, desde Marruecos a Malasia, no he encontrado ni siquiera uno. Por el contrario, en Italia he tenido muchas dificultades para encontrar un musulmán que no se declare “moderado”, hasta el punto que cuando me encuentro con alguno que niega abiertamente serlo, casi me produce simpatía. Los musulmanes que viven en Italia han comprendido que para vivir tranquilos entre nosotros y hacerse invitar a los programas de televisión necesitan presentarse necesariamente como “moderados”, salvo aquellos casos raros (frecuentemente pagados, pero, con un decreto de expulsión) de personajes dispuestos a conseguir audiencia exhibiendo por el contrario su extremismo en TV. Por ejemplo, un exponente de los Hermanos Musulmanes, el movimiento del que trae su origen gran parte del fundamentalismo islámico, se presentará como “moderado” en la Televisión de Italia, pero no usará jamás este adjetivo en Egipto o en Jordania.
La culpa no es sólo de los musulmanes. Buena parte de la prensa divide a los seguidores del Islam en dos únicas categorías: “terroristas” y “moderados”. No sin una cierta lógica, muchos musulmanes concluyen que si no se auto-definen como “moderados” serán etiquetados como “terroristas”, con todas las consecuencias del caso. Así, decodificando su discurso, un exponente de los Hermanos musulmanes podría estar buscando sencillamente engañar al interlocutor italiano presentándose como “moderado”. Pero si quiere decir que no es un terrorista y que no tiene simpatía por Bin Laden - aunque la tenga por Hamas, - no está, en rigor, mintiendo.
Decodificar es la palabra clave, porque “musulmán moderado” es usado a granel por un buen número de categorías, creando una notable confusión. El fenómeno potencialmente más engañoso es la presentación como “musulmanes moderados” de intelectuales que son moderados, pero que no son musulmanes. Algunas veces citan a pensadores y políticos rigurosamente marxistas o seguidores fervientes de la masonería antirreligiosa de origen francés, muy encariñados con sus delantales, como “musulmanes moderados” solamente porque han nacido de padres musulmanes. Sería como presentar a Marco Pannella o a Emma Bonino en el Cairo o en Argelia como “católicos moderados” sólo porque han nacido en Italia: un error, dicho sea de paso, en el cual caen a veces musulmanes de Países árabes, donde por ejemplo la Bonino es
mejor conocida.
Ciertamente engañarse es más fácil a propósito del Islam que – al menos en el mundo sunnita – no tiene una organización jerárquica o una Iglesia que defina de modo autorizado quién está dentro y quién está fuera.
Pero cualquier autorizado pensador musulmán nos diría que para ser musulmán necesita creer que Alá es el único Dios, lo que presupone - es una banalidad, pero no es poco – estar sobre todo convencidos de que Dios existe, y que Mahoma es su profeta, por tanto que el Corán es “el” Libro – no sólo “uno de los libros” que contiene la plenitud de la revelación divina.
Porque el Islam es una religión que comporta un cierto formalismo, la mayoría de sus escuelas teológicas y jurídicas negarían que sea musulmán quien no respeta al menos los deberes de la oración diaria y del ayuno del Ramadán, y se sospecharía de quien come carne de cerdo y toma bebidas alcohólicas , mientras sería más tolerante con la escasa frecuentación de las mezquitas, que para la mayoría de los musulmanes – a diferencia de lo que sucede para los católicos, que tienen la obligación de acudir a Misa – no está entre los deberes fundamentales del culto.
En América y también en Italia se cita así entre los “musulmanes moderados” a Ayaan Hirshi Ali, la campañera del director de cine holandés asesinado Theo Van Gogh (1957-2004). Habiendo debatido públicamente hace algunos años en Toronto con la señora Ali, - a la cual no niego, todo lo contrario, toda mi solidaridad cuando los terroristas tratan de matarla – excluyo que sea musulmana, desde el momento que sostiene sin ambages que Dios no existe y que todas las religiones – Islam, hebraísmo, cristianismo, hinduismo – son nocivas para el hombre y más todavía para la mujer y para el gay, porque perpetúan un peligroso sistema patriarcal y una moral sexual arcaica. La posición de Ayaan Hirshi Ali, mucho más extendida de lo que se piensa entre ciertas élites nacidas entre islámicos, es extrema. Muchos otros intelectuales nacidos de padres islámicos no respetan el ayuno del Ramadán, comen carne de cerdo, toman bebidas alcohólicas, no creen que el Corán sea el Libro revelado por Dios, pero al mismo tiempo reivindican el valor del Islam como “heredad cultural”, alabando además el esplendor del arte islámico o la grandeza de los filósofos musulmanes de la Edad Media.
Algunos de estos intelectuales, que encontramos a menudo en los congresos, podrán ser inteligentísimos observadores de la realidad musulmana nacional e internacional, periodistas valientes, valiosos consejeros: pero no son “musulmanes moderados”, porque no alcanzan el nivel mínimo de ortodoxia y de ortopraxis para ser definidos como “musulmanes”
Algunos de ellos probablemente responderían – desde el momento que son nacidos de padres sunitas (el discurso sería parcialmente diverso para otros) – que no existe ninguna autoridad que pueda negarles el carácter de musulmanes. Objeción impecable desde el punto de vista formal. Sin embargo, desde el punto de vista sustancial, el hecho de que el Islam (sunnita) sea una religión “horizontal” (como el hinduismo), sin una jerarquía con capacidad de establecer en modo autorizado quién es musulmán y quién no, no significa que la palabra “musulmán” se haya vuelto completamente carente de sentido. Aunque un talibán del ateismo como el filósofo turinés Carlo Augusto Viano ha definido como “cripto-católicos” también a Eugenio Scalfari y a Emma Bonino porque a veces hablan del mundo católico con un respeto para él impropio e inoportuno, no tenemos necesidad de un pronunciamiento del Papa para afirmar que ni Scalfari ni la Bonino son católicos. Nos basta el sentido común y el uso normal de las palabras.
Así, - aunque el Islam no tiene un Papa para certificarlo (pero tampoco para certificar lo contrario) – no son musulmanes aquellos que no creen en el carácter divino del Corán y no practican los deberes fundamentales de la fe, que en una religión sin jerarquía y sin teología compartida son más normativos que en el catolicismo: mientras existen “católicos no practicantes” es difícil imaginar “musulmanes no practicantes”, en el sentido de que no recen ni ayunen. Cierto que hay “musulmanes que no van a las mezquitas” los cuales son musulmanes a todos los efectos, y frecuentemente son también todo menos “moderados”. Pero ir a la mezquita, como he explicado, no es obligatorio en el Islam.
Despejado el campo de los “musulmanes moderados” que no son musulmanes, podemos ocuparnos de aquellos que son musulmanes pero no son moderados. La moderación es, en verdad, una característica difícil de definir si no es “por relación”.
Si es difícil decir en qué consiste ser moderado, es relativamente fácil decir que uno es más moderado que otro. Podemos decir, por ejemplo, que – si utilizamos parámetros como la relación con el terrorismo, con los Estados Unidos o con Israel – el rey de Arabia Saudita es más “moderado” que los dirigentes egipcios de los Hermanos Musulmanes, y que estos últimos son más moderados que Bin Laden.
Sin embargo, si utilizamos los tres criterios propuestos en sus viajes a Turquía y a Tierra Santa por Benedicto XVI como condición para el diálogo con el Islám – rechazo incondicional del terrorismo (lo que implica la condena de Hamas y no sólo de Al Qa’ida), respeto de los derechos humanos en general, incluidos los de las mujeres, libertad de las minorías religiosas no sólo como libertad de culto, sino también de misión, con el consiguiente derecho del musulmán de adherirse a esta predicación, de convertirse al cristianismo -, y llamamos “moderado” al que se ajusta a estos criterios, no son “moderados” ni el rey de Arabia Saudita, ni los Hermanos Musulmanes, ni Bin Laden. Pero, mientras llegamos a esta obligatoria conclusión, nos damos cuenta de que la raya que divide un millón y medio de musulmanes en “moderados” y “terroristas” es clamorosamente inadecuada, porque mete en el mismo saco a los de profesión recortada y enemigos jurados de Al Qa’ida como el soberano saudita Abdullah, tanto filo-americanos como anti-americanos, una distinción que en el Medio Oriente no es irrelevante.
Surge por tanto la oportunidad de abandonar la cómoda, pero últimamente engañosa etiqueta de “moderados”, que en algunos países la mayoría islámica del resto muchos rechazan, y de seguir más bien los criterios más complejos elaborados por los académicos estudiosos. Aunque tal vez no ayudan los políticos que adoptan una plétora de terminologías diversas, éstos dividen el millón y medio de musulmanes en al menos
cinco categorías que quien escribe, con otros, prefiere llamar ultraprogresistas, progresistas, conservadores, fundamentalistas y ultrafundamentalistas.
Las palabras elegidas para designar cada una de estas categorías varían, pero la sustancia – incluso entre estudiosos de tendencias diversas – es a menudo semejante en modo incluso sorprendente. Si el tema es el de la relación con la modernidad – y con la noción moderna de derechos humanos – los progresistas son aquellos musulmanes que aceptan la modernidad como inevitable, y los ultraprogresistas los que la abrazan con entusiasmo, corroyendo así lentamente la integridad tradicional de la doctrina, o permaneciendo todavía dentro del Islam. Por el contrario, no serían musulmanes, ni tampoco progresistas, sino intelectuales no creyentes de origen islámico
Estas posiciones no son inexistentes ni en los países islámicos ni en la emigración, pero son muy minoritarias. Cuando se presentan a las elecciones – donde hay elecciones – raramente alcanzan porcentajes de dos cifras. No se puede siquiera afirmar que los progresistas están en aumento. Se encuentran sobre todo entre los intelectuales , y reunidos en dos lugares: en los países islámicos, en los cementerios – porque es fácil que los gobiernos o los ultrafundamentalistas se pongan en su piel -, y en Occidente en la Universidad y en las redacciones de los grandes periódicos.
La buena noticia es que las ideas de la mayoría de los musulmanes en el mundo no son tampoco fundamentalistas o ultrafundamentalistas. Se define, en general, fundamentalista un musulmán que juzga de un modo globalmente negativa la modernidad y el acercamiento occidental a los derechos humanos – aunque se sirve de sus productos, de las armas modernas e Internet; el que desconfía también de los productos es llamado, más que fundamentalista, tradicionalista – y ultrafundamentalista el que no excluye la violencia y el terrorismo de la gama de instrumentos mediante los cuales manifiesta tal rechazo. Los fundamentalistas no son, como frecuentemente se dice, una pequeña minoría. Lo son los terroristas ultra-fundamentalistas y sus flanqueadores directos – de cincuenta mil a cien mil musulmanes: la mayor masa de choque en la historia del terrorismo mundial, pero el 0,01 % del Islam en su conjunto -, mientras las organizaciones fundamentalistas pueden contar con alrededor de 50 millones de adeptos y simpatizantes en el mundo (menos del 5 % de los musulmanes), a los cuales hay que añadir al menos otros tantos “tradicionalistas” que están próximos a los fundamentalistas por teología, pero que se ocupan más de la moral individual y menos de la política.
El personaje que se encuentra en el origen del movimiento fundamentalista es el egipcio Hassan al Banna 1906-1949), fundador en 1928 de los hermanos Musulmanes, todavía la mayor organización fundamentalista mundial. En los años de 1940 al Banna vio en el problema de Palestina la ocasión de señalar a sus seguidores la dimensión supranacional de la comunidad islámica, la umma, transformando así un movimiento del limitado horizonte egipcio en una realidad musulmana global. La propaganda a favor de la causa palestina está en la base misma de la aparición internacional del movimiento en los años 1935-1945. Por esto los Hermanos Musulmanes concentran sus esfuerzos en Palestina, y es de la rama palestina de los Hermanos Musulmanes de la que, después de otras vicisitudes, nacerá en 1987 Hamas , una realidad que se define en el artículo 2 de su Estatuto” una de las ramas de los Hermanos Musulmanes en Palestina”.
En 1954 el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser (1918-1970), que también había estado afiliado en su juventud a los Hermanos Musulmanes, los pone fuera de la ley, en el marco del más clásico de los enfrentamientos entre nacionalistas laicistas y fundamentalistas. A partir de este acontecimiento se deciden dentro del movimiento fundamentalista dos líneas: una “neo-tradicionalista” que propone una vía no violenta de “islamización desde la base” de la sociedad antes de apostar por el poder; y otra “radical” que apuesta por la “islamización desde arriba” después de la conquista del poder utilizando los medios, donde sea necesario, violentos y sin excluir la opción terrorista.
En Egipto la vía “radical” está representada por el magnate intelectual Ayman al-Zawahiri , número dos de Al Qa’ida, aquella “neo-tradicionalista” de la actual dirigencia de los Hermanos Musulmanes, la cual tiene posibilidades reales de asumir el poder de la etapa post-Mubarak por cuanto representa la fuerza política más capilarmente extendida en Egipto, incluso a través de miles de organizaciones profesionales y culturales. Estos dirigentes no se confunden con los terroristas de al-Zawahiri. Pero ciertamente son fundamentalistas y no son, en ningún sentido del término, “moderados”
La gran mayoría de los musulmanes, sin embargo, no son ni progresistas ni fundamentalistas. Se sitúa en el centro entre progresistas y fundamentalistas y la palabra más adecuada para definirla es “conservadores”: aunque ni siquiera los “conservadores” son todos iguales y habría que introducir posteriores y más complejas distinciones. Los conservadores no son progresistas: se quedan muy perplejos ante las declaraciones occidentales de los derechos humanos porque piensan que los derechos del hombre ponen en peligro los derechos soberanos de Dio; no quieren ni siquiera oír hablar del acercamiento moderno – esto es, histórico-crítico – al Corán, porque temen que haga el fin de la biblia en manos de la exégesis universitaria occidental de los últimos dos siglos, quieren que a las mujeres le sea permitido – no impuesto, pero al menos encarecidamente aconsejado – llevar en todas parte el velo.
Sobre cuestiones que están en el corazón de los europeos y de los americanos como la libertad religiosa de las minorías en los países islámicos, los derechos de la mujer, la poligamia, la existencia del Estado de Israel no están dispuestos a asumir de inmediato el punto de vista occidental, pero están dispuestos a discutirlo, lo que les diferencia de los fundamentalistas.
Como muchos de ellos – algunos de los cuales dirigen movimientos que cuentan millones, y también decenas de millones de miembros aunque se trate de grupos cuyos nombres permanecen desconocidos en Occidente a diferencia de realidades más pequeñas como los Hermanos Musulmanes o Al Qa’ida – han escrito al Papa después del discurso de Ratisbona de 2006, no están de acuerdo con él cuando afirma que las nociones de Dios y de la relación fe-razón que han prevalecido en el Islam dejan de por sí una puerta abierta a la violencia, pero están dispuestos a dialogar sobre el hecho de que la violencia y el terrorismo sean efectivamente una plaga abierta en el Islam contemporáneo, y citan por esto la responsabilidad al menos por omisión (como la falta de una condena) de las élites islámicas que no han afrontado desde hace tiempo el problema.
Los musulmanes conservadores no son como Ayaan Hirshi Ali. Ni “como nosotros”, desde ningún punto de vista. No son “musulmanes conservadores” como quizás los imagina Obama. Son también diferentes de los Hermanos Musulmanes. Pero son la gran mayoría de los musulmanes: más de un millón de personas con los cuales – como ha demostrado con palabras y con hechos Benedicto XVI – la Iglesia católica está dispuesta a abrir un diálogo. Precisando, sin embargo, que la llave de la puerta del diálogo está en las manos de estos musulmanes. Debatan ellos bien sus problemas. Pero el diálogo sólo es posible con quien respeta los derechos humanos, condena la violencia y el terrorismo – sì, también contra Israel – y admite en los Países musulmanes aquellos derechos de las minorías religiosas que reclama para sí en Occidente.
Traducido por José Martín.
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