Javier Martínez, arzobispo de Granada, ha publicado una carta pastoral en la que alerta contra Vox, partido que compara con la Acción Francesa de Maurras (y aquí, Martínez no se recata de meter en el guiso a Hitler, incurriendo de forma algo penosa en la llamada ley de Godwin). Tal comparación se nos antoja, sin embargo, chusca e injuriosa; pues Maurras -a diferencia de Abascal- es una figura política problemática, pero egregia. La carta de Javier Martínez contiene una tácita incitación al «voto útil», así como una admonición contra la abstención, que nos parecen muy desafortunadas; pero incluye también observaciones muy atinadas, aunque estén expuestas confusamente.
Martínez acierta cuando justifica que un obispo pueda «meterse» en política y arremete contra «quien se ha inventado esa historia de que religión y política no tienen nada que ver la una con la otra», tergiversando el pasaje evangélico de Dios y el César. Acierta, desde luego, cuando alerta contra esa derecha que pretende hacer compatible el apoyo de la familia con «una defensa del capitalismo global y de la cultura del máximo beneficio»; o que, a la vez que se proclama paladín de la vida gestante, carece de «caridad social y política» hacia los inmigrantes. Acierta sobremanera cuando lanza una crítica feroz al liberalismo, «ya sea en su variante enteramente secular o en su variante secular a medias (es decir, aparentemente católica)». Y, en fin, acierta cuando sostiene que la adhesión a esta falsa religión liberal es la causa principal de la apostasía silenciosa de los católicos; pues, como sostiene Martínez, el liberalismo «es la fábrica más eficaz de falsos creyentes, de no creyentes (y de resentidos) que ha conocido la historia cristiana en veinte siglos».
No cabe duda de que Vox es un partido liberal; y que, por lo tanto, su supuesta «visión cristiana del mundo» no es más que una cáscara o fachada que encubre unos intereses ideológicos; o sea, el «traspaso de la mística en política» que denunciaba Péguy. Pero Vox no es más liberal que otros partidos que concurren en estas elecciones, o en elecciones pasadas, contra los que sin embargo nunca se alzó la voz de ningún obispo. En algún pasaje de su carta, Javier Martínez afirma comprender la indignación de los católicos, traicionados por los peperos; sin embargo, no denuncia la connivencia de las jerarquías eclesiásticas con ellos, ni tampoco el apoyo explícito y reiterado que han recibido en diversas citas electorales desde movimientos católicos próximos a Javier Martínez. Tiene razón el arzobispo de Granada cuando denuncia «la parálisis del pensamiento cristiano». Pero los principales culpables de esa parálisis son las jerarquías eclesiásticas, que dejaron de proclamar la doctrina católica y se conchabaron con la falsa religión liberal, no por prudencia, ni siquiera acogiéndose a la disciplina del arcano, sino para disfrutar de las prebendas del régimen político vigente; y, a la vez que hacían esto, estrangularon sañudamente toda posibilidad de una política católica que alumbrase abarcadoramente todas las realidades humanas. Así, alertar ahora contra tal o cual partido es como llorar sobre la leche derramada.
Javier Martínez es un gran lector de Léon Bloy, a quien acaba de reeditar. Y Bloy nos enseña -refiriéndose al liberalismo- que un mal árbol nunca puede dar frutos buenos; y que los católicos que creen su deber recoger los frutos de este árbol maldito antes o después se convierten en «ateos inconscientes, pero ateos prácticos, espantajo de demonios, y acabarán colgándose todos del árbol, como se colgó el mal apóstol, hasta reventar». Poco importa, querido don Javier, la rama desde la que se cuelguen.
Publicado en ABC.