El Papa ha lanzado la iniciativa para la recristianización o nueva evangelización de aquellas viejas naciones o ambientes sociales donde anteriormente –no quiero hablar siquiera de antiguamente- prevalecía el espíritu cristiano y la práctica religiosa, ahora muy erosionadas por ideologías secularistas o abiertamente cristofóbicas. La propuesta no puede ser más oportuna ni más necesaria, dado el daño que están causando especialmente entre los jóvenes, esas escuadras de termitas afanadas en corroer y demoler los pilares de nuestra fe.
¿De dónde salen tales afanosos operarios laicistas? A mi modo de ver, principalmente de dos focos de propagación de ideas corrosivas: los obradores masónicos y los rescoldos del inmenso siniestro marxista, enrabietados por el fracaso en todas partes de las doctrinas del viejo gurú de las barbas blancas. Los masones esperan dominar, a su manera silenciosa, los centros neurálgicos del poder, como ya lo han conseguido en muchos organismos de la ONU, y desde ellos imponer a toda la sociedad esas ideas suyas que llaman progresistas, pero que en realidad sólo son ideas hedonistas, ideas sin alma ni principios éticos, que conducen a los pueblos a su ruina moral. Los viejos marxistas por su parte, pretenden destruir a sus enemigos, reales o supuestos, vengarse de ellos, entre los que incluyen a la Iglesia católica, objetivo que comparte con los “progres” enmandilados, de ahí que se junten ambos en sus propósitos demoledores de la fe y las prácticas religiosas, empezando por la Eucaristía dominical.
Cuando el ardor del cuerpo puede más que el fervor del alma, la primera víctima de este dilema suele ser la inasistencia a la misa del domingo y la comunión frecuente. De ahí a la frialdad religiosa no hay más que un paso, y ya deslizados por esta pendiente, al indiferentismo, y de peldaño en peldaño, escalera abajo, se puede llegar a una actitud “anti”, incluso a la cristofobia. No necesito poner ejemplos, que los hay, y bien notorios, porque todos conocemos casos de esta naturaleza, algunos verdaderamente tristísimos.
Por consiguiente, mientras no atajemos esta hemorragia, no adelantaremos gran cosa, si es que adelantamos algo, en cualquier campaña o misión que nos propongamos para llamar a la cordura y la recuperación de la práctica religiosa de los alejados y olvidadizos. Revitalizar la misa dominical es el motor de arranque que nos dará fuerza para ponernos en marcha hacia objetivos tan perentorios y necesarios. Los arzobispos de Washington, de Phenix (Arizona), y de alguna diócesis mas de EE.UU., realizaron grandes campañas publicitarias con toda clase de medios, invitando a los distanciados al regreso a su “hogar” espiritual. “¡Volved! Os esperamos”. Venían a decir. Y parece que alcanzaron un notable éxito. ¿Por qué no hacer algo parecido en nuestros pagos? Eso o lo que sea, pero no comenzar la casa por el tejado. Todo lo que no sea empezar por llamar a la asistencia y participación en la Eucaristía del Día del Señor, dará resultados muy menguados, por gran empeño que se ponga en ello. Fracasar en el propósito de nueva evangelización, sería altamente frustrante.
PS.- Como advertirá el lector que hubiera podido echar de menos mis artículos semanales, vuelvo a la tarea después de dos meses y medio varado en dique seco a causa de un accidente doméstico que me produjo la ruptura de una vértebra lumbar. Mejorado de la lesión, aunque no repuesto del todo, reinicio la colaboración, confiando que pueda continuarla D.m.