Resulta tópico decir que España atraviesa una situación complicada, pero, como muchos tópicos, es verdad: desgraciadamente es verdad. La crisis económica profunda, la quiebra moral y del mismo hombre, la crisis de la verdad, el secularismo y la mentalidad laicista que pretende apoyar y edificar un mundo sin Dios, etc., son realidades que están ahí, además de otras, pero que son suficientes para indicar la gravedad del momento que vivimos y padecemos. Nos encontramos en una encrucijada de nuestra historia, un momento crucial y decisivo; estamos a tiempo de abrir nuevas perspectivas de futuro arraigados en una fuerte y nueva humanidad. Es la hora de la verdad; la hora de la verdad para todos, pero, de un modo particular, quiero referirme a la hora de la verdad de los cristianos. Estamos en uno de esos momentos en los que los cristianos tenemos la grave e ineludible responsabilidad de mostrar la verdad de lo que somos y nos anima; tenemos mucho que aportar, sin complejo alguno. «En las circunstancias actuales, decíamos los Obispos de la Conferencia Episcopal Española en noviembre de 2006, hay que evitar el riesgo de adoptar soluciones equivocadas que, a pesar de sus aparentes claridades, en realidad se basan en fundamentos falsos, no cristianos, y son incapaces de acercamos a los buenos resultados que prometen». Señalábamos entonces tres posiciones inaceptables, que siguen siendo hoy una tentación más que posible, porque son, de hecho, reales. No cabe, en efecto, la «desesperanza», incapaz de ofrecer nada,de construir nada, porque niega la verdad de la fe en Dios que está con los hombres y ama a los hombres. No cabe el «enfrentamiento», que es uno de los peligros atávicos de nuestra historia, resucitado en nuestros días y que, además de ser estéril, destruye. Ni tampoco cabe el «sometimiento», porque es renuncia a lo propio, falsea la convivencia disimulando o diluyendo la propia identidad o incluso, en ocasiones, renunciando a ella, y sustrae a los demás la riqueza de la que somos testigos y tenemos obligación de ofrecer a los demás porque no nos pertenece. Los cristianos no somos, no podemos ser «la cofradía de los ausentes», sin traicionar nuestra fe y lo que somos. Es la «hora de la verdad» para que aportemos la verdad de nuestra fe que es el «sí de Dios a la humanidad en Jesucristo». Es necesario que en nuestro actuar y en nuestro decir o nuestro anuncio, que no debemos ni podemos callar, mostremos con sencillez, valentía y humildad, la verdad y la necesidad de la fe en Dios para descubrir y desarrollar la entera humanidad del hombre en el mundo, y así la solidaridad más exigente y efectiva; tenemos la obligación moral y el deber de solidaridad para con todos de mostrar con hechos y palabras la necesidad de la fe en Dios, con rostro humano en Jesucristo, para desarrollar la función radical de la conciencia moral para el verdadero progreso personal y social vivido en comunión eclesial.
Por ello, es urgente y apremiante, como los Papas nos animan, impulsar una nueva evangelización de los mismos cristianos que nos haga fuertes en la fe, gozosos de serlo y capaces de mostrar en nuestro mundo la capacidad renovadora, humanizadora, de solidaridad, de libertad, de convivencia auténtica, de paz, solidaridad y progreso. Sólo así estaremos en condiciones de ofrecer lo que el mundo necesita: fortaleciendo la vida y la identidad cristiana de todos los cristianos en la Iglesia contribuiremos a superar la dinámica de un pensamiento laicista y naturalista que excluye a Dios, quiebra la verdad del hombre y sus posibilidades, socava los fundamentos de la moralidad y destruye, desde dentro, la misma capacidad humanizadora de la fe y las exigencia morales que de ella derivan. Los cristianos deben ser muy conscientes en estos momentos y siempre que la mentalidad laicizadora y secularizadora imperante introduce dentro de la fe un germen de racionalismo que rompe la unidad de la conciencia personal de los católicos y amenaza la unidad visible de la Iglesia, además de debilitar la libertad religiosa siempre base en todo sistema democrático y de libertades.
Subrayo que es necesario, siempre y más aún en las circunstancias actuales, defender esta libertad religiosa en las claves señaladas por el Papa Benedicto XVI en su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz y en su discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, de este año. Pero también es sumamente necesario fortalecer la unidad de los católicos en estos momentos, en todos los campos y entre todos los sectores y carismas en la Iglesia. No podemos andar divididos, cada uno o cada grupo a lo suyo; menos aún haciéndonos la «guerra» por no sé qué protagonismos, o celosos de lo «nuestro». Todos a una. Aunar esfuerzos que sean reflejo de la verdad y de la comunión que nos constituye es fundamental e imprescindible. No hay evangelización, renovación de la humanidad y hombres nuevos, sin comunión. No habrá aportación específicamente cristiana digna de crédito y vigorosa a los grandes problemas que nos aquejan sin esta unidad. Sin esta unidad, también en la acción, que es reflejo de la unidad de todos en Cristo, no podremos edificar sobre la Roca firme que es El, fundamento de una nueva sociedad y de una humanidad nueva; Con Cristo, arraigados en esta unidad básica e imprescindible, «todos los bienes son posibles, sin Él no se puede construir nada sólido, pues ‘nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto: Jesucristo’ (1 Cor 3,11)». Ha llegado la hora de la verdad para los católicos.