Edith Stein (1891-1942), nacida en una familia judía alemana, atea en su adolescencia, feminista radical que anteponía su profesión al matrimonio o a los hijos, defensora del sufragio y los derechos de las mujeres, una de las primeras mujeres universitarias en la Alemania de su época, filósofa colaboradora de Edmund Husserl, discriminada por mujer y por judía, convertida al catolicismo, escritora, monja carmelita de clausura, ejecutada en las cámaras de gas de Auschwitz y santa canonizada… nos puede enseñar mucho acerca de la educación.
Edith Stein nació en 1891, fue bautizada en 1922 y en 1933 ingresó en el convento de las carmelitas de Colonia, asumiendo el nombre de Sor Teresa Benedicta de la Cruz. En 1938 hizo la profesión perpetua. Fue detenida el 2 de agosto de 1942 y murió en el campo de concentración de Auschwitz el 9 de agosto. En esta fecha se celebra su festividad litúrgica, tras ser beatificada en 1987 y canonizada en 1998.
Preparó tres cursos de Pedagogía para maestros, de los cuales sólo impartió dos por las prohibiciones del gobierno de Hitler. Ella plantea que la educación, al trabajar con el ser humano, debe conocer lo que es la persona. De no ser así, fracasará la obra pedagógica de conducir hacia la madurez, y el sistema educativo llevará a la despersonalización.
La educación es formar personas, y por eso hay que estudiar el material humano hacia el que se dirige esta acción. El análisis de la naturaleza humana iluminará la meta, marcará algunos fines intrínsecos y limitará otros. Sin tener claro el “a quién” y el “para qué”, ¿estaremos realmente educando?
Experimentamos la existencia humana en nosotros mismos y en nuestros encuentros con los demás, por lo que son fundamentales tanto la reflexión personal como el encuentro con otros, para conocer qué es el ser humano.
El proceso educativo es un acto espiritual por el que educador y educando poseen en común unos bienes espirituales objetivos (conocimientos y valores); el maestro facilita a su alumno el acceso a éstos. En ese acto, ambos dan lugar a una unión profunda, a un vínculo de comunicación interpersonal, que puede llegar a ser muy intenso. Por eso hay maestros que han dejado una huella profunda, o alumnos que han quedado en la memoria de su profesor.
Según la filósofa alemana, la educación no puede lograrlo todo, pero sí puede y debe desarrollar la inteligencia, que iluminará a la voluntad, y así ésta dirigirá a la persona haciéndola dueña de sus impulsos y apetencias.
En la tarea de la formación individual cada uno es responsable de sí mismo, es responsable de su auto-educación. Pero también necesitamos la ayuda de los otros: al principio de la vida, por la falta del pleno desarrollo, y más adelante por la responsabilidad solidaria en cuanto miembros de una misma humanidad. Nunca termina ese proceso de crecimiento personal que es la educación, y el adulto sigue formándose toda la vida e influyendo en los que le rodean.
Afirma Edith Stein que “la educación es necesariamente un trabajo de comunidad” y señala a la familia, al Estado y a la Iglesia como las principales comunidades educadoras. Corresponde en primer lugar a la familia educar a los hijos: en el hogar se da lo esencial de la obra de formación del ser humano por otros seres humanos. De la iniciativa estatal o de otras iniciativas sociales, y entre éstas la Iglesia, surgen las Escuelas que completan la labor educativa de la familia, colaborando con ella. El objetivo es el bien de los alumnos, y de la sociedad, pues de lo contrario se estaría traicionando la propia razón de ser de la Escuela.
Los maestros y profesores no son sólo meros trabajadores de un colegio, sino que, como formadores de otros seres humanos, van moldeándolos como personas. Los profesores deben ser capaces y dispuestos, que tengan talento personal especial, conocimientos profundos de su tarea y arte para tratar a seres humanos: en una palabra, educadores, y no mercenarios de la transmisión de conocimientos. Edith Stein los define como “educadores verdaderamente paternos y educadoras verdaderamente maternas”.
El que educa es mediador entre la ignorancia y el saber, entre la confusión y la luz de la razón. Sobre el ser humano en crecimiento, el educador tiene que hacer descender la razón, el bien, la verdad, la belleza, en definitiva, el ser. “La vocación de maestro es la vocación más indispensable entre todas, la más próxima a la del autor de una vida, puesto que la conduce a su realización plena” (María Zambrano, filósofa malagueña).
El magisterio se ejerce de muchas maneras; el filósofo, el sabio, el artista son también mediadores, como el maestro, porque trasmiten algo: verdad, ciencia, belleza. La diferencia está en que mientras el maestro trasmite directamente, los anteriores lo hacen a través de sus obras.
La tarea formativa será siempre una tarea pendiente, por la que merece la pena esforzarse, pues el fruto es la satisfacción de haber contribuido nada más y nada menos que al desarrollo hacia la plenitud de una persona humana, como enseñó y realizó Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein).
Pablo Sierra López es sacerdote, licenciado en Teología y en Antropología Social y Cultural y máster en Filosofía Teórica y Práctica con un trabajo sobre Filosofía de la Educación en Edith Stein. Es profesor de Filosofía y de Religión Católica en diversos institutos y colegios. Licenciado en Teología, en Antropología Social y Cultural. Colabora en Escritores.red