Cuando un catedrático henchido de prejuicios ardientes trata de sentar cátedra contra quienes sentaron las catedrales, su cátedra se transmuta en la tesina del becario que aporrea la mesa de su escritorio. Así nació el populismo filosófico: había que artificiar una amplia recua de consignas junto a unas ideologías pomposas que drogaban a la plebe, para desacreditar la fe católica. Ni que decir tiene que aquellos polvos mágicos y dicterios de marchamo ilustrado son la herencia conservada por los filósofos que no entienden que el amor al prójimo está por encima de los afectos corporativistas, idealistas, contractualistas o personalistas.
A comienzos de verano se publicó el libro Imperiofilia y el populismo nacional-católico, una presunta respuesta (hasta ahora malograda) a la obra Imperiofobia y Leyenda Negra de María Elvira Roca Barea. En palabras de su autor, José Luis Villacañas, el propósito del ensayo es refutar el libro de doña Elvira por (segun el catedrático) blanquear los desmanes del imperio español y tratar de poner a la Iglesia Católica a los mandos “de la vida y la conciencia de los españoles". Posición que no se sostiene por diversas razones gravitatorias: doña Elvira asevera sin pudor en los primeros compases de su obra que las bienaventuranzas son un puñado de paparruchas y que poner la otra mejilla “es inmoral“, enmendando la plana al mismísimo Jesucristo. No contenta con eso, pone en tela de juicio la actitud, desde la Reforma hasta nuestros días, de la jerarquía eclesiástica ante sus enemigos, dejándola en la actualidad poco menos que como una panda de irenistas mojigatos. Desde luego no parece el mejor alegato del nacionalcatolicismo.
Además, el señor Villacañas acusa a doña Elvira de falta de rigor, de reduccionismo y de tergiversación de datos históricos. Debería haber reparado en que la tesis de doña Elvira solo es un refuerzo de anteriores obras de reputados historiadores de la talla de Henry Kamen, Luis Suárez, Julián Juderías o José Carlos Martínez De la Hoz. De igual modo que debería haber caído en la cuenta de que ateos declarados de la escuela de Gustavo Bueno, como Iván Vélez y Pedro Insúa, que no han defendido un ápice la catolicidad, sostienen idéntica postura en sus respectivas publicaciones. Todas esas obras tienen como denominador común una documentación contrastada que retrata todas las infamias en contra de la Iglesia católica y España. Misión imposible es desmontar la verdad hasta para un catedrático seducido por los perfúmenes de la filfa.
Dado que no se sostiene el propósito que aduce el catedrático Villacañas, el móvil de su ensayo debe habitar en otro lugar, y como los hombres son dueños de sus silencios en la medida en que no son esclavos de sus palabras, vaya por delante una hipótesis: el subtítulo del libro atiende al sintagma “el populismo nacional-católico “. Obviamente, de las tres palabras solo hay una que alberga un significado de universalidad. “Populismo“ o “nacional“ son términos atribuibles a cualquier persona o institución, no así la palabra “católico“, asida a Cristo y su Iglesia. Solo la palabra que lleva la voz cantante puede dar la clave, puede ser el centro de las iracundias de un catedrático que trona airado en el altar del oficialismo mendaz, ergo doña Elvira y su libro solo han enardecido un instinto comecuras de progenie ilustrada latente e inflamable como la gasolina.
Es lo que hay detrás de un populismo filosófico de corte oficialista que arde cuando el napalm de las infamias contra la Iglesia católica queda en cueros. Por eso los teófobos también son prueba viva de la teología. Aquello que Donoso Cortés denominó "madre de todas las ciencias" también resultó ser madre de todas las batallas.