Huelga decir que describir un fenómeno –ya sea social, económico, político, etc.– desde dentro y mientras está aún en marcha es muy difícil. El fenómeno eclesial, es decir, los recientes desarrollos y retrocesos de la Iglesia, no es una excepción.
Por lo tanto, estableciendo de antemano esta premisa, trataremos de indicar ahora el camino que algunos hombres de la Iglesia nos están trazando a los fieles desde hace tiempo. Hay esencialmente cuatro dinámicas en curso: destructiva, conservadora, de omisión e innovadora.
Comencemos por la primera, enumerando, en orden disperso y sin pretender ser exhaustivos, algunos temas que han sido abordados por intervenciones que contrastan con la sana doctrina: la indisolubilidad del matrimonio y la conservación del sentido del sacrificio eucarístico y del sacramento de la reconciliación, la nulidad del matrimonio, los absolutos morales, el sacramento del orden, el celibato eclesiástico, la evangelización, el ecumenismo, el valor salvífico del sacrificio de Cristo presente sólo en la Iglesia católica, la gracia y la justificación, la realeza social de Cristo, la figura y el papel de María, el primado petrino, la liturgia, las virtudes teologales, la pena de muerte, la homosexualidad, la contracepción.
Luego hay una segunda categoría de temas que han sido objeto de intervenciones y discusiones, pero que aparentemente no han sido objeto de manipulación alguna. Por ejemplo, el aborto, la eutanasia, la vida eterna, la Trinidad, el sacramento del Bautismo, la familia, las bienaventuranzas. Hemos escrito "aparentemente" porque, en la doctrina, o se sostiene todo o se pierde todo: todo principio de fe o de moral está estrechamente unido a los demás, es como un sistema de vasos comunicantes. Contaminar un área, tal y como se describe cuando hemos hecho referencia a la primera dinámica, significa contaminar también las demás áreas. Rechazar un aspecto doctrinal lleva a rechazar muchos otros. Por ejemplo, calificar el afecto homosexual como moralmente positivo conduce necesariamente a socavar incluso el concepto mismo de familia. Y por lo tanto, tarde o temprano, estos temas entrarán en la primera categoría indicada anteriormente.
Tercera categoría: aspectos doctrinales sobre los que ha recaído el más absoluto secreto. Por ejemplo, los novísimos, la ley natural, etcétera. Pero también en este caso hay que afirmar que revolucionar en un sentido demoledor ciertas verdades de la fe y de la moral implica también formular, implícitamente, un juicio sobre lo que se ha mantenido deliberadamente encerrado en un cajón. Por ejemplo, el ataque a los absolutos morales, o a los principios no negociables, es también un ataque a la teoría de la ley natural. Por lo tanto, incluso en este caso, estos asuntos serán objeto de intervenciones de demolición en el futuro.
En la cuarta categoría encontramos la elaboración de una nueva doctrina: inmigración, pobreza, igualdad entre hombres y mujeres, ambientalismo, filantropía, etc. Pero hay que fijarse bien, porque no se trata de temas propios de la justicia social que se interpretan actualmente a la luz del pensamiento católico ortodoxo, sino de temas que se desprenden del ámbito doctrinal y cultural católico y que se han adquirido junto a los paradigmas del pensamiento moderno y modernista. En resumen, y por decirlo de alguna manera, constituyen un nuevo credo que, sin embargo, se hace pasar por compatible con el católico.
Esta cuarta categoría marca –y el juicio es deliberadamente hiperbólico– una nueva fase en la vida de la Iglesia: de la herejía al nihilismo de la fe. Es decir, y siempre expresándonos de manera un tanto hipertrófica, hoy la categoría de herejía parece casi superada (pero en realidad no es así porque no podría serlo), como si apelar a la negación de las verdades de la fe y de la moral no fuera ya suficiente para describir la situación actual.
Poner en el centro de la predicación, de la investigación doctrinal, de la pastoral o de la enseñanza el deshielo de los glaciares, las pateras de los inmigrantes, los jóvenes sin trabajo, la biodiversidad, etcétera., ya no significa ser herejes, sino nihilistas, porque se habla de la nada, de aspectos de la vida que ciertamente serían muy significativos si se interpretaran a la luz de la doctrina católica, pero que cuando esa luz se apaga, se convierten en pequeñeces insignificantes, en fervorosos discursos que provocan bostezos, en banalidades soporíferas, en estereotipos y en clichés de bar.
Y, así, se está llevando a cabo un proceso de vaciamiento del contenido de la verdad católica, para hacer a la Iglesia hueca, como si fuera un tronco del que sólo queda la corteza. ¿Será éste el punto final del proceso de descristianización? Probablemente no. Porque donde hay un vacío es necesario llenarlo: natura abhorret a vacuo [la naturaleza aborrece un vacío]. Ahora hemos llegado a los cultos paganos y al animismo –así podríamos definir el ambientalismo en sotana– pero más adelante, en un futuro no muy lejano, tendremos que adorar a la Bestia porque, como nos dicen los Evangelios cuando hablan de las tentaciones dirigidas a Cristo por Satanás, éste quiere ser nuestro verdadero dios.
El resultado podría ser la conclusión lógica de un cierto camino iniciado hace algunos siglos. Como enseña Plinio Corrêa de Oliveira en su Revolución y Contrarrevolución, las fases de la revolución prevén un progresivo vuelco del orden natural y sobrenatural querido por Dios. De una sola Iglesia católica fundada por Cristo, verdadero hombre y verdadero Dios, pasamos en el protestantismo a una realidad en la que hay varias iglesias y donde la Iglesia católica es una de muchas. Junto al Humanismo llegó la idea de que Cristo ya no es el centro del universo, sino el hombre. La Revolución Francesa hace de Dios una entidad anónima –el Gran Arquitecto– y ya no es el Dios de Jesucristo, un Dios con un nombre preciso. La Revolución Comunista también barrió con el concepto de Dios, difundiendo el ateísmo de masas. En el 68 fue el turno del ataque a la ley moral natural. Todos los procesos revolucionarios se infiltraron también en la Iglesia.
Una vez asesinada la ley de Dios in interiore homine, es decir, en el corazón del hombre, pasamos a la adoración, ya no del hombre como en la época del Renacimiento, sino de los animales y de las cosas.
Es el punto cero de la fe y la moralidad que se mencionaba anteriormente. En este desierto arraigará perfectamente una nueva planta (cuyo ADN es el contrario al del Árbol del Bien y del Mal), que es la planta de Satanás. Es la inversión perfecta de la jerarquía querida por Dios: del culto a Dios presente en la Iglesia Católica, al culto a un Dios cristiano pero no católico, para luego pasar al culto al hombre y finalmente al culto a los animales y finalmente a las cosas (los glaciares, la Madre Tierra, la Pachamama). Todo está listo para la llegada del Anticristo.
En resumen, es necesario demoler las verdades de la Iglesia, y una manera de hacerlo es también callar algunas verdades. Seguidamente, una vez concluido el pars destruens, construir el culto a la Bestia. Tal vez sea un escenario erróneamente distópico, con rasgos excesivamente exagerados. O tal vez no.
Publicado en Brújula Cotidiana.