En nuestra cultura, la familia no sólo es un lugar seguro sino, también, una especie de «seguro». Es, por lo general, un lugar seguro pues ahí se encuentra el afecto de los padres, de los hermanos y abuelos, de los tíos y primos. Ahí nos educamos, adquirimos unos valores y costumbres, buenos, malos o regulares, aprendemos a convivir, nos formamos una disciplina y acabamos proyectando todo eso en la familia propia que un día fundamos. Hoy hay más variedad, pues las separaciones, divorcios y posteriores uniones le dan a la familia un colorismo y complejidad diferentes.
Pero la familia también es un «seguro», en sentido estricto, como el de «vida», «accidentes» o «enfermedad». En la familia es donde uno encuentra apoyo cuando carece de trabajo; y nadie como los padres o los hermanos son quienes cuidan de las discapacidades y las enfermedades graves que inevitablemente padecemos. Antes esa labor la hacían las monjitas, pero hoy ya apenas quedan, y las pocas que hay decidieron enclaustrarse… La familia es, pues, esencial. Desde muy pequeños les he tratado de inculcar a mis hijos que la familia es, además de muchas otras cosas, una especie de «sociedad de socorros mutuos». Quizás yo tengo un sentido muy patriarcal de la familia, derivada de mi formación jurídica, sobre todo del derecho romano que me inculcaron los profesores Latorre e Iglesias.
Hoy se celebra en la plaza del Descubrimiento la misa de las familias. Se reunirán decenas de miles de familias, por aquello de que la familia que reza unida permanece unida. Yo añadiría, también, dándole un sentido algo menos sacramental, más laico y más al uso de los tiempos que corren, que la familia que come unida, que ve la televisión unida, que hace excursiones unida, etcétera, también tiene muchas más posibilidades de permanecer unida.
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