En el mundo anglófono hubo un tiempo, hace dos siglos, en el que la Iglesia católica era especialmente débil. El Imperio Británico comenzaba a extenderse difundiendo su credo de filosofía ilustrada y utilitarismo. Los relativamente jóvenes Estados Unidos de América estaban marcados por el puritanismo de muchos de sus fundadores.
Era la época de la ascendencia WASP [White, Anglo-Saxon, Protestant] , el aparente triunfo de la Reforma inglesa a escala mundial. En cuanto a la propia Inglaterra, los católicos ingleses habían sufrido una implacable persecución durante tres siglos. Sólo quedaba un pequeño remanente de familias recusantes, dispersas por todo el país.
Los escépticos y los pesimistas creyeron que el catolicismo había sido derrotado en las zonas en las que dominaba la influencia británica. A medida que el Imperio crecía, el catolicismo disminuía.
¡Cuán equivocados estaban los escépticos y los pesimistas!
En la época de la emancipación católica en Inglaterra, en 1829, el nuevo espíritu del Romanticismo había dado lugar a manifestaciones de neo-medievalismo, como el Renacimiento Gótico en arquitectura, la Hermandad Prerrafaelita en arte y el Movimiento de Oxford en el seno de la Iglesia de Inglaterra. Esto anunció el comienzo de un increíble renacimiento católico que comenzó en Inglaterra y luego se extendió por todo el mundo de habla inglesa.
La herencia de Newman
Aunque hubo muchos factores que influyeron en este renacimiento, incluida la expansión de la diáspora católica irlandesa tras la hambruna de la década de 1840, no cabe duda de que la recepción de John Henry Newman en la Iglesia en 1845 fue un momento decisivo en el renacimiento cultural y literario católico que siguió. Sin embargo, si la gigantesca presencia de Newman presidió el renacimiento en el siglo XIX, la continuación del renacimiento en el siglo XX estuvo liderada por dos gigantes literarios, G.K. Chesterton e Hilaire Belloc, ambos de enorme influencia en el crecimiento de la presencia católica en el mundo de la cultura. Aunque se podría y se debería hablar mucho de Chesterton, nos centraremos en Belloc.
Joseph Pearce ha escrito una excelente biografía de Hilaire Belloc disponible en español: 'El viejo trueno' (Palabra).
Hilaire Belloc nació en La Celle-Saint-Coud, un pueblo a unos quince kilómetros de París, hoy engullido por la aglomeración urbana parisina. El año de su nacimiento, 1870, estuvo marcado por la guerra franco-prusiana, que obligó a su familia a huir a Inglaterra, tierra natal de su madre, como refugiados. Permanecería en Inglaterra el resto de su vida, salvo un breve periodo de servicio en el ejército francés.
Belloc irrumpió en la escena literaria a finales del siglo XIX con la publicación de varios volúmenes de poesía infantil de gran éxito. Sin embargo, fue en los albores del nuevo siglo cuando emergió como polemista católico con la publicación en 1902 de El camino de Roma.
'El camino de Roma' de Hilaire Belloc, en la edición de Gaudete traducida por Luis Infante de Amorín.
En 1906 escribió An Open Letter on the Decay of Faith [Carta abierta sobre la decadencia de la fe], y dos años más tarde se publicó su conferencia sobre The Catholic Church and Historical Truth [La Iglesia católica y la historia]. Otras obras en las que Belloc aparece como defensor de la fe son La Iglesia y el socialismo y Europa y la fe.
Sin embargo, su reputación como apologista católico se basa principalmente en tres libros publicados más tarde. En Sobrevivientes y recién llegados (1929) y Las grandes herejías (1938), recorre con maestría el panorama intelectual de la historia, diseccionando el error histórico y la herejía con la agudeza milimétrica de una mente en sintonía con las doctrinas y tradiciones de la Iglesia, que, como nos recuerda Chesterton, es la única institución que lleva dos mil años pensando sobre el pensamiento.
El tercer volumen de estos tres clásicos católicos, Ensayos de un católico, publicado originalmente en 1931 y publicado ahora en una nueva y excelente edición por Cenacle Press, cortesía de los buenos monjes del Priorato de Silverstream, difiere de los otros dos en la medida en que muestra la brillantez de Belloc como ensayista.
El espadachín y el tanque
Belloc y Chesterton fueron dos de los mejores ensayistas de una época que podría considerarse la edad de oro del ensayo. Esta forma literaria, algo pasada de moda hoy en día, facilita el florecimiento del arte de la retórica, permitiendo así al escritor maximizar el impacto de sus palabras, cada una de las cuales puede esgrimirse como un arma en la guerra de las palabras. Chesterton esgrime su pluma con la rapidez de un intrépido espadachín, deslumbrando al lector con su ingenio, su sabiduría y la destreza de sus paradojas. Belloc, en cambio, es despiadado e implacablemente sistemático en su enfoque, recorriendo el paisaje de las ideas como un tanque en el campo de batalla, aplastando todo error que encuentra a su paso. Por mucho que disfrutemos de la verborrea de Chesterton como espadachín, ¿quién no querría montarse en el tanque imparable e irreversible de Belloc?
Concluyamos este breve estudio y apreciación del genio de Belloc hablando de sus muchas otras obras de considerable mérito.
Al igual que Chesterton, la otra mitad del dúo dinámico que presidió el renacimiento literario católico, Hilaire Belloc fue un auténtico hombre de letras; es decir, no se limitó a un género en particular, sino que destacó en muchos. Nos hemos centrado en su importancia como polemista, apologista y católico controvertido, pero sería negligente descuidar su importancia como historiador.
Aunque escribió sobre historia de Francia e historia militar, se le recuerda mejor y se le celebra con más justicia como historiador de la Reforma, corrigiendo la parcialidad e inexactitud de lo que él llamaba la "enorme montaña de maldad ignorante" que constituía la "ridícula historia protestante". Aparte de sus obras históricas fundamentales, How the Reformation Happened [Cómo se produjo la Reforma] y Personajes de la Reforma, también escribió biografías de muchas figuras clave de la Reforma inglesa, como el cardenal Wolsey, Thomas Cranmer, Carlos I, Oliver Cromwell, John Milton y Jacobo II.
Concluiremos con el empleo de la licencia poética celebrando a Belloc como uno de los más grandes poetas del siglo XX. Lo haremos terminando con los versos del poema con el que Belloc finalizó su libro El camino de Roma:
En estas botas y con este bastón
Doscientas leguas y media
caminé, me fui, anduve, tropecé,
Marché, me sostuve, me agaché, resbalé,
Me impulsé, me tambaleé, me balanceé y caí;
Me levanté, vadeé, nadé y me mojé,
Caminé, trepé, me arrastré y me tiré,
Caí y me sumergí, anduve con dificultad;
Continué, cojeé, me hundí y vagué...
Cruzando el valle y las montañas,
Con el mundo en las manos
Bebiendo cuando tenía ganas,
Cantando cuando me sentía inspirado;
Nunca volví mi rostro a casa
hasta que apagué mi corazón en Roma.
Publicado en Crisis Magazine (los ladillos son de ReL).
Traducción de Verbum Caro.