Cuenta la leyenda transmitida por Antonio García Barbeito que hace muchos, muchos años, el día que Jesús tenía que nacer se retrasó misteriosamente. Saltaron las alarmas y los ángeles encargados de recibirle comenzaron a ponerse nerviosos. El jefecillo del clan comenzó a gritar a san Pedro eso tan castizo de “¡qué demonios está pasando!”. Y san Pedro, desde el Cielo, le espetó un “tranquilo, tranquilo”, como diciendo “oye, macho, que tú eres un simple ángel y no estoy aquí para aguantar tus nerviosismos”.
El segundo del clan de los ángeles, como es lo común en estos casos, se arrancó con una retahíla de reproches y chismes a la superioridad del estilo de “ya te lo dije; estás distraído y debes estar más pendiente de todo; ya estoy harto de cubrirte siempre las espaldas; el cargo te viene grande; la has armado de nuevo…”. Vamos, lealtad ante todo. Pero el Niño Jesús seguía sin querer nacer y los ángeles se quedaron medianamente tranquilos al saber que ellos no eran los culpables del preocupante retraso. Entretanto, en la tierra había una gran desazón. Nadie se explicaba el porqué, pero había una leve pero cada vez más intensa infelicidad en el ambiente de todas las casas. Muchos habían preparado un suculento banquete amenizado con villancicos, pero faltaba algo. Nadie sabía verbalizarlo, pero alguna pieza no encajaba. Se forzaba la alegría con las zambombas, pero ni por estas. Reinaba un pesimismo que se deslizaba peligrosamente por la pendiente de la depresión.
Avisados por san Pedro, una legión de santos estaba suplicando a Jesús de que naciera de nuevo, como cada año, ¡qué no rompiera con la tradición! Muchos fueron los argumentos a favor. Los teólogos-santos aludían a sus extensos tratados en los que no encontraban ninguna doctrina sobre esta nueva decisión. Otros, al desastre que eso supondría para la humanidad.
Finalmente, habló el Niño Jesús: “El Amor no es amado”. Hubo silencio. San Pedro, con suma delicadeza, tomó la palabra: “Niño Jesús, es verdad que mucha gente no te ama, que se siente triste en Navidad, que vive como si no existieras. Que se felicitan las fiestas sin saber por qué lo hacen. Todo ello es así, pero no actúan por mala fe, sino por ignorancia. Nadie les hizo descubrir en sus vidas que Tú les amas por encima de todo, y a cada uno de ellos de forma personal y única. Y esto ha sido, en gran parte, por la omisión de los cristianos, que no siempre hemos sabido ser tus manos para sanar las heridas del corazón; ni tus labios para proclamar las buenas noticias; ni tus brazos para sostener en tiempos de oscuridad”.
Los ángeles estaban alarmados por lo que veían en la tierra y gritaban, de forma histérica, algo curioso: “Nadie se siente amado; nadie se siente amado”. El alboroto llegó a los oídos de san Pedro, que volvió a dirigirse al Niño Jesús: “Por favor, no les dejes sin Navidad. ¿Qué harán los hombres si les privas de tú Amor? La humanidad sin Ti no podrá sobrevivir. Habrá una huelga de amor de dimensiones descomunales. Nace de nuevo, por favor”.
Y ese año, aunque con retraso, volvió a nacer de nuevo el Niño Jesús por Navidad. Los hombres pasaron página del mal rato que vivieron ante la incertidumbre del “no sé que me está ocurriendo”. Apenas duró unos minutos esa ausencia de amor, pero quién no lo olvidó, dejó constancia por escrito del mayor desastre que le pudo suceder a la humanidad.