Hoy celebramos la fiesta de la Inmaculada Patrona de España, «tierra de María», que necesita tanto de su protección y ayuda en esta situación difícil que atraviesa. Necesita esta protección y auxilio para su crisis económica y para las consecuencias sociales que ésta acarrea; para avivar su propia identidad y los cimientos y raíces cristianas que la sustentan; para superar la laicización que sufre; para consolidar la familia y la educación, y ofrecer razones para vivir a los jóvenes; para el entendimiento entre todos sin exclusión; para el asentamiento en la verdad que nos hace libres y se realiza en el amor, para su rumbo y proyecto común con objetivos claros e ideas coherentes; para tantas cosas que reclaman que ponga en su centro el bien común, inseparable siempre del respeto y promoción del bien de la persona, de su dignidad y de la grandeza de cada ser humano. Para todo, España necesita la protección de María, siempre virgen.
El lunes, además, celebramos la fiesta de la Constitución Española, proyecto común con objetivos comunes de todos, que surgió de un afán de concordia y reconciliación entre todos los españoles y de anhelo de libertad por parte de todos. Dos celebraciones casi juntas: las dos con una mirada fija, inolvidable, puesta en nuestra España, desde la distancia de mi ausencia en Roma, pero desde la cercanía, que no me puede separar de cuanto acontece en nuestra patria. Me preocupa España. Comparto con todos la preocupación por España. Vivimos realmente tiempos preocupantes, situaciones que parecen desangrarla.
Mirada desde fuera y, al mismo tiempo, desde el calor íntimo de su más honda entraña, preocupan los asuntos y problemas económicos, sociales, familiares, tan lacerantes que afligen nuestra nación en estos momentos; preocupa la secularización y el laicismo creciente; preocupa el conjunto de asuntos importantes en los que nuestro país parece encaminado hacia la confusión y el desorden.
Un símbolo de lo que nos pasa ha podido ser el desconcierto creado por el tema –que espero tenga una solución total, pronta, justa, estable y esperanzadora– de la semana pasada a propósito del control de nuestro espacio aéreo: España cerrada al exterior sobre sí misma, incomunicada dentro de ella, caos y confusión, culpas de unos a otros...
Necesitamos rehacer nuestro camino, reemprenderlo con la esperanza de un proyecto y de un hacer común: la esperanza que ha hecho posible una gran empresa común de todos, la que ha constituido una aportación innegable al mundo, la que ha hecho de nuestra nación una pieza básica en la cultura y realidad determinante de Europa y del Occidente. España puede y debe asumir, unida, esta responsabilidad común e insoslayable para todos, en las actuales circunstancias que son las que son, y para los que no hemos de buscar culpables, que nos exoneren de culpa y responsabilidad. Es hora de unidad y responsabilidad de todos. España es una realidad histórica y un proyecto común. Los españoles compartimos una vasta historia común que, como todas, y no menos que otras, se encuentra llena de momentos brillantes y logros extraordinarios. Y como todas, y no menos que otras, tiene también zonas de sombra que no se pueden ocultar y de las que hay que saber aprender. Pero en todo caso, ha sabido afrontar, con generosidad y gran sentido de responsabilidad por parte de todos, los diferentes momentos de su vida.
La respuesta individualista, de cada uno a la suya y sálvese quien pueda, no es humana, ni solidaria, y menos aún cristiana, carece de futuro, aboca al fracaso, al caos y a la disgregación, a la hemorragia que acaba en el fracaso total. La respuesta de culparse unos a otros y buscar chivos expiatorios es estéril y, en todo caso, retarda la solución y la mejoría. Cada uno, y cada institución tenemos una responsabilidad común: salvar, fortalecer, hacer avanzar en todos los órdenes a España; renovar nuestra sociedad, imprimirle nuevo vigor y esperanza de futuro; llevar a cabo ese proyecto común, que es el de nuestra historia, que queda tan esperanzadora como claramente reflejado en la Constitución del 78, que sanó una nación, la nuestra. La tarea es de todos, todos juntos, cada uno con su responsabilidad: la Iglesia, evangelizada y evangelizadora, aportando el Evangelio de la caridad y de la esperanza, el testimonio de Dios, que es Amor; el Gobierno, las fuerzas políticas y sociales, la Universidad, la escuela, aportando cada una su papel y responsabilidad propia e insustituible.
Cuando era niño y se producía un incendio en los pinares de mi pueblo, Sinarcas, tocaba un toque especial la campana. Todos, con sus herramientas, acudían a un lugar de encuentro, y guiados por el guardia forestal, unidos y organizados, apagaban el incendio, más pronto que tarde; no se entretenían en estériles discusiones, ni en búsqueda de culpables, ni se paraban a pensar si la propiedad era del ayuntamiento o de otros. Había que apagar el incendio devastador, y nada más. Hoy, deberíamos hacer lo mismo por nuestra España que se quema y desangra, pero que tiene un gran futuro de esperanza. Es posible, es real esta esperanza.