París se dispone a abrir el año diocesano en honor de la virgen consagrada que se convirtió en su patrona tras conseguir que no fuera invadida por los hunos de Atila. Su fama se afianzó cuando organizó una flotilla que evitó el bloqueó de la urbe. Unas actuaciones que solo podía impulsar una espiritualidad profunda que vivía aplicándose una rígida disciplina basada en el ayuno. Siglos después, ni el terror revolucionario logró difuminar un recuerdo que permanece indeleble en la historia parisina.
Unas vísperas solemnes abrirán, este sábado, el año diocesano que París dedicará a su patrona, Santa Genoveva, con motivo del 1600 aniversario de su nacimiento. A continuación tendrá lugar la procesión de las reliquias de la santa, desde la colina que lleva su nombre hasta el puente de la Tournelle, donde se impartirá una bendición a toda la urbe. El arzobispo de París, monseñor Michel Aupetit, será el encargado de presidir estas ceremonias. Simultáneamente, cada parroquia designará a un representante que acudirá a la iglesia de Saint-Étienne-du-Mont para recibir un cirio de la santa. Las conmemoraciones continuarán el 25 de enero, día en el que todas las parroquias parisinas abrirán sus puertas para celebrar veladas de oración, encuentros y conferencias en honor de su patrona. La devoción popular será completada en noviembre mediante un coloquio en cuya organización están implicados, además del Colegio de los Bernardinos, la Sorbona y el Colegio de Francia, una de las entidades de mayor prestigio académico del país vecino.
"La iconografía de santa Genoveva la suele representar sujetando un cirio. El origen de este símbolo se basa en la ventisca que apagó la antorcha que portaba un día que venía de venerar a San Dionisio, que se volvió a encender de inmediato, venciendo los intentos del Maligno. Según la archidiócesis de París, cabe interpretar este acontecimiento inspirándose en la Luz del Bautismo, «que ilumina toda la existencia del creyente, sean cuales sean las pruebas y vicisitudes de la vida; y también a la luz de la fe, que resiste pese a las batallas de la lucha espiritual, pues el ángel de la guarda de santa Genoveva cuida de ella»". [Pie de imagen de Alfa y Omega.]
La razón de este despliegue de medios es sencilla: Genoveva, gracias a las virtudes heroicas que motivaron su elevación a los altares, ha contribuido de modo decisivo en la forja del alma parisina, pese a haber nacido, hacia 420, a las afueras, en Nanterre. Allí, según la Biblioteca Santorum, a la edad de 6 años fue consagrada a Dios por San Germán de Auxerre, el legado del Papa Celestino que se disponía a viajar a Inglaterra para combatir el pelagianismo, y vuelta a consagrar –poco antes de su traslado a París, motivado por la muerte de sus padres– en la orden de las vírgenes. Un compromiso religioso que Genoveva se tomó con rigor: severos ayunos propios de los monjes del desierto –alimentándose solo dos veces por semana–, y encierros en su celda desde la Epifanía hasta el Jueves Santo. Semejante disciplina no fue óbice para que fuera víctima de repetidas calumnias, que únicamente fueron desmontadas con una notoria visita ex profeso de San Germán.
Cabeza de la resistencia parisina
Este episodio fue decisivo para hacerle ganar prestigio entre sus conciudadanos. En efecto, su intensa participación en la vida pública en momentos críticos es el segundo pilar de su trayectoria, completando el espiritual. Resulta imposible entender la capacidad de liderazgo de Genoveva sin detenerse en dos hechos histórico-políticos. El primero tuvo lugar en 451, año en que los hunos de Atila asaltaron París, desatando el pánico entre sus habitantes. Genoveva les pidió que rezasen en vez de intentar huir; estaba segura de que la urbe no iba a ser invadida. Así fue: las tropas hunas se dirigieron hacia Orleans, en cuyas inmediaciones fueron vencidos. París ya tenía a su patrona. Años más tarde organizó la resistencia parisina frente al intento de bloqueo de los ejércitos francos del rey Childerico.
Ante este nuevo escenario, demostró sentido práctico al poner en pie una flotilla de barcos que lograron remontar el Sena y el Aube y volver cargados de alimentos que Genoveva distribuyó entre los más humildes. Era, sin embargo, lo suficientemente inteligente como para no interpretar las nuevas circunstancias. De ahí que mantuviera buenas relaciones con el hijo y sucesor de Childerico, el rey Clodoveo, cuyo bautizo, en 496, escoró a Francia del lado del cristianismo.
Genoveva murió el 3 de enero de 502. Su legado de espiritualidad, combinada con el pragmatismo político y un sano ejercicio de la autoridad, hacen de ella una figura central e iniciadora de la historia de París que, pese a las tribulaciones de los siglos, nunca ha perdido su identidad cristiana. El asalto más grave a la patrona corrió a cargo del terror revolucionario, que puso todos los medios para quemar sus restos en la plaza pública. Casi lo consigue. Pero las reliquias de Genoveva se siguen venerando hoy en Saint-Étienne-du Mont. El trono que representaba París bien valió una Misa en el siglo XVI. Igual de bien sigue valiendo hoy su patrona.
Publicado en Alfa y Omega.