[Nota para el lector no chileno. Renato Poblete fue un sacerdote jesuita chileno fallecido en 2010, muy conocido en el país por su labor social. El 30 de julio pasado la Compañía de Jesús en Chile hizo público un informe sobre una investigación encargada por ella que recoge los testimonios de 22 mujeres que denuncian haber sido víctimas de abusos sexuales y de poder por parte de Poblete. Su prestigio era tal que en un parque de la ciudad de Santiago, que llevaba su nombre, se levantaba una estatua en su honor, la cual fue retirada luego de conocerse la primera denuncia en su contra en enero de 2019.]
No tengo la más mínima intención de defender al sacerdote Renato Poblete. Si el contenido del informe realizado por encargo de su Congregación es veraz, no cabe defensa. Más allá de que Poblete esté fallecido o la responsabilidad que pueda caberle a las propias víctimas (aspecto que los medios de comunicación pasan por alto), no sólo habría hecho abuso de poder sino que se habría valido de su calidad de sacerdote para satisfacer su lujuria infiriendo a las víctimas un daño inmenso. Gravísimo, horroroso.
Reconozco el rol que han jugado los medios en dar a conocer los abusos de sacerdotes ayudando, de paso, a la propia Iglesia a tomar conciencia de ellos. Sin embargo, los católicos (y cristianos en general) debemos estar alertas y preguntarnos cuál es la razón de fondo (más allá del afán de vender) por la cual los ventilan reiteradamente y con escándalo mientras guardan silencio o bajan el perfil a hechos de este tipo cuando son protagonizados por personas que no son sacerdotes.
Digo esto porque me llama la atención, por contraste, la forma en que reaccionaron los medios cuando el cantante Pablo Ruiz contó haber tenido un contacto de tipo “amoroso” con el ya adulto Ricky Martin siendo él un adolescente: lo ventilaron como algo simpático, buena onda, un comidillo más de la farándula y, por supuesto, no afectó en lo más mínimo la fama de Martin ni le ha impedido ser rostro publicitario de una de las marcas más famosas del país.
Continúo. ¿Qué ocurrió con el destape en 2016 de los abusos sexuales cometidos con niños y jóvenes en el futbol inglés? La dimensión no es menor: más de 500 víctimas, cerca de 200 sospechosos y 248 equipos profesionales y aficionados (incluyendo 5 de la Premier League), involucrados en lo que el presidente de la Federación ha calificado “la peor crisis del fútbol inglés”. ¿Y el caso del fútbol argentino? En marzo de 2018 se destapó la existencia de una red de pederastia que operaba (y probablemente lo sigue haciendo) llevando a menores de las divisiones inferiores de clubes profesionales a departamentos en exclusivas zonas de Buenos Aires a realizar servicios sexuales. Llama la atención el silencio de los medios nacionales, el cual puede deberse a que haber levantado un escándalo echaba a perder la fiesta del Mundial que genera estupendos dividendos cada cuatro años. ¿O me estaré poniendo muy mal pensado?
Ya que me puse suspicaz, se me viene a la memoria el caso de un tío mío que en los años 80 fue un destacado entrenador de futbol. A raíz de su despido de un club de primera división, mi padre me contó “la dura”: el tío fue presionado por dirigentes para incluir en el primer equipo a unos jugadores a cambio de favores sexuales; como el tío se negó, fue despedido. ¿No ocurrirá en el fútbol chileno algo similar a lo que destapó en Inglaterra y en Argentina? Pero no creo, porque de ser así los periodistas sabrían algo y lo habrían investigado y dado a conocer como han hecho con los casos que involucran a curas. Así que pido al lector que olvide este último comentario.
Llama la atención también la falta de escándalo con la explotación sexual de niños de África que involucra a la ONU. Como conté en un artículo el año pasado, la propia Organización dio a conocer que una investigación realizada en 2002 reveló que buena parte de la ayuda humanitaria que llegó a países africanos entre 2001 y 2002 fue intercambiada por favores sexuales. Cerca de 1500 testimonios involucraron a funcionarios de 40 ONG integradas a la ONU y ésta reaccionó despidiendo a sólo 10 personas, ninguna de las cuales fue procesada; luego ocultó el informe. Sin embargo, cuando en agosto de 2018 falleció Kofi Annan, secretario general de la ONU entre 1997 y 2006 (el período en que el organismo encargó y ocultó la investigación citada arriba), ningún medio -hasta donde sé- hizo referencia a su responsabilidad en este asunto ni al hecho insólito de que Annan haya recibido el Premio Nobel de la Paz en 2001, mientras personal de la organización que él dirigía cambiaba comida por favores sexuales. Hechos de esta naturaleza siguen ocurriendo; el año pasado la ONU reconoció que tiene que luchar contra los abusos por parte de su personal, pero nada de esto aparece en los medios.
¿Y qué decir del trato que los medios dispensan al poeta Pablo Neruda? Cada vez que lo mencionan el tono es de admiración, pero el propio Neruda cuenta en sus memorias cómo violó a una joven mientras ejercía como Cónsul en Ceilán (actual Sri Lanka). La muchacha era de la casta de los parias, gente que en la cultura hindú es despreciada (se evita el contacto con ellos y se les encarga las labores más serviles), y debía limpiarle el cubo que le servía de excusado. Como ella no respondía a sus insinuaciones, un día la tomó “fuertemente de la muñeca… se dejó conducir… El encuentro fue el de un hombre con una estatua. Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible” [Confieso que he vivido, capítulo 4 (La soledad luminosa), epígrafe 9 (Singapur)]. La joven no opuso resistencia porque se consideraba a sí misma menos que esclava y el romántico poeta, a sabiendas de ello, hizo lo que quiso. ¿Por qué los medios no piden que se le retire el Nobel como a Poblete la estatua?
Puede que los periodistas y opinólogos de los medios excusen a Neruda pensando que, en su lugar, hubiesen actuado de la misma manera. Porque es muy probable que muchos de ellos hayan asistido a prostíbulos o a espectáculos con mujeres desnudas (como suele ocurrir en las despedidas de solteros) y lo que allí se hace es también abuso. Porque me cuesta creer que esas mujeres ejerzan esos oficios por gusto; tiendo a creer que lo hacen más bien por necesidad. ¿Y no es acaso abuso aprovechar su necesidad para yacer con ellas o disfrutar de un show con su desnudez? Claro que lo es, por lo que cabe preguntarse si no es una hipocresía de parte de quienes trabajan en los medios -y de todos aquellos que alguna vez han hecho lo mismo- rasgar vestiduras por los abusos de sacerdotes. (No me malinterprete el lector: me refiero a la actitud de escandalizarse, que no excluye la honesta condena de hechos repudiables, incluidos los propios).
Algunos dirán: “Es que los curas son ministros de Dios”. Es cierto -y por eso su culpa es inmensa-, pero muchos de quienes los critican no creen en esa investidura.
Digamos las cosas por su nombre: la razón del escándalo con que los medios informan los casos de curas abusadores no es el horror por el comportamiento lujurioso ni por el abuso de poder. De ser así levantarían la misma polvareda cuando los culpables son cantantes, entrenadores y dirigentes de fútbol, animadores de televisión, políticos o poetas comunistas. La razón última del escándalo es que son un estupendo pretexto para atacar a la Iglesia católica. Les molesta la Iglesia, les desagrada su influencia, quisieran que no existiese. ¿Y por qué? Porque su Mensaje es un llamado de atención al hedonismo y erotismo que ellos practican y promueven con sus noticias, su publicidad, sus shows. En el fondo, lo que les escandaliza no son los curas abusadores sino el esfuerzo de tantos católicos y cristianos (curas incluidos) por llevar una vida casta y abnegada.