El pasado fin de semana hemos vivido en España unas jornadas inolvidables en Santiago de Compostela y en Barcelona. El Papa Benedicto XVI nos ha visitado, nos ha visitado el Señor en él. Ha sido un acontecimiento de gracia. España, de manera presencial o a través de los medios de comunicación, ha estado pendiente de esta visita, y se ha volcado en estos dos días inolvidables. Como en otras ocasiones, no ha faltado el entusiasmo de las gentes, mezclado de curiosidad y afecto, de búsqueda y admiración, y, por encima de todo, lleno de fe y de un gran amor de siempre al Papa, que denotan un gran amor a la Iglesia, y al Señor en ella. Al igual que seguramente muchos de los que me lean, me siento todavía como envuelto en todo lo que ha acontecido ese fin de semana en la visita del Papa, con un gozo y una esperanza que nada ni nadie me puede arrebatar. Ha merecido la pena. Hemos visto al Papa cercano, gran conocedor y admirador de nuestra historia, amante de nuestra patria, tierno y delicado con los enfermos y los que sufren discapacidades, con una mirada humilde de afecto entrañable y de solidaridad con nosotros..., como uno de los nuestros, identificado con los graves problemas que nos afligen, solícito con nuestras necesidades, en suma, testigo de Jesucristo, nuestra esperanza.
Una jornada histórica, que no quedará únicamente en nuestro recuerdo. La memoria de este segundo viaje apostólico a España de Benedicto XVI seguirá viva en nuestro agradecimiento, en el gran significado religioso que ha tenido esta visita, y en el hondo y alentador mensaje que nos ha legado el que ha venido a nosotros como hombre y peregrino de fe, testigo de esperanza, heraldo del Evangelio y mensajero de paz, Vicario de Cristo. Me han llamado la atención muchas cosas de este viaje a los dos lugares tan emblemáticos y con motivos tan precisos que ha visitado, Santiago de Compostela y Barcelona. Quisiera resaltar ahora sus palabras evocadoras de nuestra historia, de nuestra identidad y de nuestras raíces cristianas. La evocación de lo que ha sido y es España, y de lo que está llamada a ser ha sido como un cañamazo de fondo de todo este encuentro y acontecimiento cargado de futuro y de esperanza. Para reavivar, alentar y animar.
En esta evocación, sus palabras ponían delante de nosotros esa historia nuestra, de la que no podemos prescindir. Una historia que, si la miramos bien, es imposible entender sin la aportación de la fe cristiana que nos trajeron el Apóstol Santiago y el mismo San Pablo. Nuestra historia no se comprende, sin lo que supuso la superación del arrianismo por el tercer Concilio de Toledo, donde propiamente empezamos a ser lo que somos en unidad y proyecto común; durante ocho siglos se ha configurado España por la recuperación de lo que la había constituido y era el alma de nuestro pueblo: la verdadera fe en Jesucristo y la fidelidad a la Iglesia donde está presente y actúa Cristo. Con la mirada de la fe, y con la apreciación de la objetividad de la historia, sobre España hay un designio divino, un plan de Dios, una elección, que no es ni vanagloria, ni presunción, menos aún exclusión, sino llamada permanente a la responsabilidad ante Dios cuya voluntad es muy clara sobre España y que no podemos romper ni destruir.
El Santo Padre nos ha dejado a los católicos españoles la insistente exhortación a mantener y avivar el rasgo más sobresaliente de nuestra identidad: que no rompamos con nuestras raíces cristianas, que nos apoyemos hoy en el fundamento más firme de lo que somos. Sólo así seremos capaces de aportar al mundo y a Europa la riqueza que nos constituye; somos depositarios de una rica herencia de fe y de espiritualidad que debe ser capaz de dinamizar de nuevo nuestra vitalidad cristiana, que, en otros momentos, ha contribuido de manera tan decisiva y determinante a la renovación universal de la Iglesia y a su obra evangelizadora, de la que no se puede separar su obra humanizadora. España, hoy, tiene una especial responsabilidad en la urgentísima y apremiante nueva evangelización de nuestro mundo, que vive, en gran medida y parte, de espaldas a Dios.
Éste es el gran mensaje y la gran llamada que el Papa Benedicto XVI nos deja. No es extraño que cuente con nosotros de una manera muy particular y que haya pensado en nosotros al crear un nuevo dicasterio para la nueva evangelización, nueva sobre todo por el ardor apostólico, que animó a Santiago y los Apóstoles, o que hizo de Antonio Gaudí artífice de ese templo admirable y único que es proclamación en todas su dimensiones del Evangelio de Jesucristo, salvador y esperanza de los hombres, y se eleva hasta Dios mismo en adoración, mostrando que sólo Dios cuenta para el hombre, su libertad, su convivencia, su solidaridad y amor con los más pobres, para su futuro. «España evangelizada, España evangelizadora; ése es tu camino», nos dijo Juan Pablo II en su última visita a España. Esto nos ha recordado también el Papa Benedicto XVI. La responsabilidad, ahora, es nuestra. Dios en el centro de todo, ése es nuestro futuro; ésa es nuestra respuesta. ¡Gracias mil veces, Santo Padre!