Sabíamos que iba a ocurrir porque estaba muy enfermo, pero su muerte nos pilla de cierta manera desprevenidos. Esta mañana cayó temprano la noticia: “Ha muerto Chus”.
Somos muchos los que a través de España conocíamos a fray Jesús Villarroel OP, gran predicador de la Gratuidad y de la Gracia. Un gran amigo del Espíritu Santo. No soy quien puede contar más anécdotas sobre él, aunque le he conocido bien y he compartido con él bastantes cosas desde que nos conocimos en torno al año 95 del siglo pasado.
Le conocí porque unos amigos me llevaron a Maranatha. Debo decir que si me interesó la Renovación, de la cual tenía poca idea, me fascinó el que llevaba en cierta manera el control de lo que ocurría en las reuniones. Me dijeron que era dominico y que se llamaba Chus. Me presentaron, le divirtió ver a una francesa aterrizar allí, y como había después de la reunión un grupito que se reunía casi siempre para cenar, me invitó. Acepté encantada y desde ese día estuve casi siempre en las cenas después de las reuniones. Allí fue donde empecé a conocerle y a descubrir su valía, su gran libertad y conocimientos de cómo podía actuar el Espíritu Santo a través de cada persona. Era a veces muy abrupto y decía todo lo que quería decir, cosa que no siempre gustaba a todos.
Me apunté a Maranatha, que era, entre otros sitios, donde hablaba casi todas las semanas, y a todo lo que escribía, registraba y editaba. No había encontrado a nadie que se le pareciera en España. Seguramente había otros, pero no los conocí nunca. El fondo de Chus había sido moldeado por algo que para mí era muy importante: la tierra de su pueblo natal seguía en las profundidades de su ser. Tenía un sentido muy arraigado en la tierra, en el barro del cual fuimos hechos por el Padre. Su familia, su pueblo, su tierra formaban parte de su ser tanto material como espiritual. Me encantó que eso conviviera y formase parte de sus sentimientos y de sus conocimientos teológicos.
Chus fue para mí -así que para muchos otros- el despertador de una espiritualidad preciosa llena de Gracia, de sencillez y de fuego. Hablaba de algo que no se había predicado mucho, aunque fuera la base de toda nuestra relación con Dios nuestro Padre: la Gratuidad de su Amor.
Tuve la suerte de conocer y tener amistad con otros dominicos famosos en Francia, el padre Molinié, muy conocido aquí por sus escritos, y el padre Antoine Marie Carré, que no lo es tanto aquí. Dos grandes predicadores y escritores, y sobre todo grandes enamorados de Dios. Chus era de esa misma línea, tan importante en la Iglesia, la de los que abren caminos donde no han dudado en lanzarse sin miedo, en hacerse ver como deseosos de querer cambiar las cosas. Después de mucho tiempo de una influencia jansenista latente en nuestra Iglesia, los tres querían seguir el ejemplo de su fundador, Domingo de Guzmán, y que el pueblo de Dios descubriese las maravillas que el Espíritu puede hacer en sus fieles y en los que no lo son, pero que gracias a ellos lo descubren y llegan a vivir en Él.
Creo que Chus fue de los tres quien lo consiguió mejor, porque había llegado el momento de Dios. El Espíritu Santo quería hacer cambiar las cosas y le eligió aquí en España. Lo eligió para que predicara por toda la geografía nacional, en iglesias y conventos de clausura, en catedrales y reuniones de todas clases lo que Él quería. Se paseó también por los países de habla hispana a tiempo y destiempo llegando también a Asia, teniendo éxitos clamorosos y grandes disgustos. Los innumerable vídeos y conferencias grabadas, así como sus libros harán que Chus, aunque se haya marchado para la Casa del Padre, pueda seguir enseñándonos lo que fue el centro de su vida: el Amor de Dios, la gratuidad de ese Amor y como experimentar el soplo del Espíritu que a veces habla con voz de trueno pero muy a menudo también sopla delicadamente en las almas para iluminar los rincones más escondidos.
Hablar de Chus, escribir sobre Chus, es una tarea bastante gigantesca que necesita personas mucho más capacitadas que yo. Hay tanto que decir y contar... Se hará, de eso estoy segura. Aquí, en estas pocas líneas, solo quiero dejar mi emocionado recuerdo al que me dio el hábito dominico, y fue en varias ocasiones una ayuda espiritual. Al que supo enseñarme que el Espíritu Santo se pasea por todos lados y -sobre todo- muchas veces donde uno no Le espera.
Ahora, querido amigo Chus, rezo para que hayas franqueado ya, de inmediato, la barrera que nos deja ver pero no entrar en la Casa del Padre, y su Amor que nos espera con los brazos abiertos, y te digo gracias por toda la labor que hiciste aquí.
Te quiero mucho, Chus.
Cordelia de Castellane es miembro de la Tercera Orden de Santo Domingo, rama laica de la Orden de Predicadores.