Ante todo hay que desmontar algunas barbaridades, pero que muchos piensan: las vocaciones contemplativas no se pasan la vida rezando únicamente, sin trabajar. No son unos vagos, porque aparte que nadie vive del aire, el lema de la vida monástica desde san Benito es “Reza y trabaja”. De todos es conocida la aportación cultural de los monjes al salvar y permitir que llegase a nosotros la civilización antigua, y su trabajo en el campo, transformando en vergeles muchas tierras pobres. Ni tampoco se trata de una fuga o evasión ante los problemas del mundo. Lo que da sentido a la vida del contemplativo es el Amor, y ya sabemos que quien ama no es precisamente quien se desinteresa de lo que sucede a las personas amadas, que son Dios, el prójimo y la humanidad entera. Así te puedes explicar que santa Teresa del Niño Jesús, sin salir de su convento de Francia, sea copatrona de las Misiones, junto con ese gran misionero que fue san Francisco Javier.
Lo que es indiscutible es que las vocaciones contemplativas tienen como razón básica de su vida el entregarse por completo a Dios. Su vida está bajo el impacto de Dios. Cuando los primeros discípulos siguen a Jesús, Jesús les pregunta: “¿Qué buscáis?”. Pero ellos aciertan, movidos por el Espíritu con la respuesta y a la vez pregunta correcta: “¿Dónde vives?”. Y Jesús les contesta: “Venid y lo veréis”.El contemplativo es el que acepta seguir a Jesús y dejar que la invitación de Jesús a ver, sea una realidad que ilumine el sentido de su vida. De todas las vocaciones es la que busca más directamente a Dios por medio del encuentro con Jesús en la oración. La persona contemplativa es una persona enamorada de Jesús, y la que se da cuenta mejor que somos templos del Espíritu Santo (1 Cor 6,19), e intenta en consecuencia penetrar en lo más profundo de sí mismo para encontrar allí al Señor que nos ama, poniéndose en sus manos y ofreciéndose por completo a Él, con el intento, al igual que la Virgen María, que se realice en ella la voluntad de Dios. Su oración, es la oración de una persona que se sabe hija de Dios y profundamente amada por Él, por lo que intenta responder a ese amor con su propio amor, a veces simplemente estando delante de Él, pero al mismo tiempo es consciente que por nuestras propias fuerzas somos nada e incapaces de responder con amor a ese amor divino, por lo que le pide a Dios que le conceda su gracia para responderle con su entrega generosa y total.
El contemplativo que vive la presencia de Dios en sí, sabe que ya tiene con él esa Presencia que es ya, aunque todavía no la vive de modo pleno, esa felicidad que sólo Dios puede dar. Nada, ni los sacrificios, ni el sufrimiento, pueden quitarle esa paz y alegría interior que es consecuencia de su confianza, entrega y apertura total a las tres Personas de la Trinidad. El testimonio que el contemplativo debe dar es decirnos que se puede ser feliz ya. La razón de su gozo y felicidad es Dios mismo, es su unión con Cristo, es estar lleno del Espíritu Santo. Su felicidad es fruto de la contemplación, de su actitud de escucha de la Palabra, de su sensibilidad por la presencia misteriosa de Dios en él, de su acción de gracias por todo lo que Dios hace con él.
Me imagino que, después de lo que he dicho, os preguntaréis: ¿y tú, porqué no te has hecho contemplativo? Pues sencillamente porque creo que no es lo que Dios espera de mí, pienso que no es mi vocación, aunque lo que sí digo, es que la oración es la base no digo ya de la vida de los contemplativos, sino de cualquier vida cristiana. Y todos, cada uno a nuestro modo, debemos ser algo contemplativos, muy conscientes de que Dios está en nuestro interior y quiere actuar en el mundo a través mío. Todos nosotros formamos parte del Cuerpo de Cristo y cada uno de nosotros debemos darnos cuenta cuál es nuestro sitio en ese Cuerpo. Y como dice el Concilio Vaticano II “fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo que le confesara en verdad y le sirviera santamente” (LG nº 9).