¿Todavía necesitamos santos y sacerdotes? Benedicto XVI planteó esta pregunta en la misa de canonizaciones que presidió en la plaza de San Pedro, y en la carta a los seminaristas. Y la cuestión es radical, porque atañe a la presencia de Dios en el mundo. Los seis santos que proclamó el Papa -entre ellos nada menos que cuatro mujeres, una de las cuales la primera australiana, Mary MacKillop, líder verdaderamente excepcional y valiente- lo entendieron, dejando transparentar y resplandecer esta presencia.
En los tiempos oscuros de la locura nazi estaban convencidos de que la nueva Alemania ya no iba a necesitar sacerdotes, recordó Benedicto XVI a los seminaristas. En un texto, directo e importante, que no está dirigido exclusivamente a quien se está preparando al sacerdocio porque habla de la fe, como en el versículo del Evangelio de san Lucas (18, 8) que el Papa comentó en la misa de canonizaciones: "Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?".
El tono de la carta de Benedicto XVI una vez más es casi confidencial, y deja transparentar una experiencia personal profunda. Frente a las convicciones de que los sacerdotes pertenecen al pasado, el Papa responde que al contrario también hoy hay necesidad de ellos, es decir, de "hombres que vivan para él y que lo lleven a los demás".
De hecho, si ya no se percibe a Dios, "la vida se queda vacía". Por este motivo vale la pena hacerse sacerdote. En un camino que no se hace en solitario -esta es la sabiduría del seminario- sino en comunidad. Benedicto XVI describe al sacerdote esencialmente como "hombre de Dios". Y Dios no es un desconocido que se retiró después del big bang, sino el que se manifestó en Jesús, el Dios cercano. El sacerdote, que no es un administrador cualquiera, es su mensajero. Por esto el sacerdote "nunca debe perder el trato interior con Dios": así se ha de entender -explica el Papa- la exhortación del Señor a orar "en todo momento".
¿Cómo, concretamente? Iniciando y concluyendo el día con una oración, leyendo y escuchando la Escritura, haciéndonos más sensibles a nuestros errores pero también a lo bello y al bien. Celebrando la Eucaristía y comprendiendo que la liturgia de la Iglesia ha crecido en el tiempo, formada por innumerables generaciones, en una continuidad ininterrumpida. Acercándonos humildemente al sacramento de la Penitencia para "luchar contra el ofuscamiento del alma".
Es verdaderamente una misión del sacerdote -pero útil para todo creyente- lo que Benedicto XVI describe en la carta, con indicaciones que se imponen por su sencillez y sabiduría. Recomendando sensibilidad por la piedad popular y, al mismo tiempo, mostrando la importancia del estudio, que no es sino "conocer y comprender la estructura interna de la fe": mediante el conocimiento de la Escritura en su unidad, de los Padres y de los grandes concilios, profundizando las varias articulaciones de la teología, en una orientación sobre las grandes religiones, en el estudio de la filosofía y del derecho canónico, definido "condición del amor" con una valentía a contracorriente.
Es de esperar que lo que atraiga una vez más la atención de los medios de comunicación sea lo que el Papa escribe sobre el escándalo de los abusos sexuales de niños y jóvenes por parte de sacerdotes. Pero Benedicto XVI apunta más alto, subrayando que la dimensión de la sexualidad debe estar integrada en la persona, porque de lo contrario "se convierte en algo banal y destructivo". Como muestran los innumerables ejemplos de sacerdotes auténticos -y de los santos- que precisamente por esto son convincentes. Sobre todo porque dejan transparentar la luz de Dios que ilumina a cada hombre.