El pasado jueves tuve el privilegio de vivir prácticamente en directo las deliberaciones del Consejo de Europa que han modificado sustancialmente el llamado Informe McCafferty. En una apretada y emocionante votación de su Asamblea Parlamentaria, el Consejo de Europa rechazó la pretensión de anteponer universalmente el derecho al aborto —el ordenamiento jurídico vigente— sobre la conciencia de los ciudadanos implicados en su realización. Tanto es así, que la resolución propuesta, titulada “El acceso de las mujeres a una asistencia médica legal: el problema del uso no regulado de la objeción de conciencia” terminó por modificar incluso su título, pasando a denominarse “El derecho a la objeción de conciencia en la asistencia médica legal”.
Sin entrar en el contenido de la modificación aprobada, que ha marcado un giro de tendencia histórico en el tratamiento legislativo del supuesto conflicto entre la conciencia individual y una legislación que fomenta y pretende blindar una cultura de la muerte justificada por una presunta ampliación de los derechos individuales, quisiera compartir tres reflexiones de carácter más genérico que pueden derivarse de la histórica victoria sobre el Informe McCafferty.
En primer lugar, constatar que se puede detener, e incluso modificar sustancialmente, la engrasada maquinaria legislativa europea (aplicable también al ámbito nacional) que, bajo el pretexto de ampliar la concesión de supuestos derechos individuales, establece un sistema intervencionista que pretende controlar y modificar los comportamientos individuales recortando, hasta la asfixia, el ámbito de libertad de los ciudadanos. Desde luego, este Leviathan inspira terror, pero acabamos de asistir a una victoria de David sobre Goliath que puede agitar los rescoldos de esperanza que todavía albergan muchos corazones.
El segundo punto sobre el que quería enfocar nuestra atención es el hecho de que esta victoria es producto de una guerra de guerrillas. Un pequeño grupo de personas e instituciones han actuado al unísono, sin más coordinación que una finalidad claramente compartida, para bloquear la todopoderosa maquinaria de la tecnoestructura. La claridad de ideas, el arrojo y el trabajo de un grupo de personas actuando en sintonía pero con iniciativa y libertad individuales, constituyen un adversario eficaz, según acabamos de constatar. Por el contrario, es palpable el repetido fracaso de muchas iniciativas que pretenden una victoria basada en el número más que en la entrega a la causa. Iniciativas que invierten ingente cantidad de tiempo y dinero en configurar las estructuras y privilegios de un mando vertical que anula la creatividad y la capacidad de respuesta de los comandos que, gozando de mayor autonomía, acaban encontrando el Talón de Aquiles del enemigo a batir.
Finalmente, pienso que esta victoria nos impele con optimismo a trabajar por el crecimiento apenas esbozado de una sociedad civil capaz de protagonizar su propia existencia, de tal manera que suponga, de facto, un freno al intervencionismo estatal. Debemos cambiar la mentalidad malminorista que supone aceptar de antemano la derrota frente al estado intromisor para centrarnos en la construcción de refugios y pateras. Recuperar la gallardía de un David que sostiene, aún incrédulo, la cabeza de su adversario. Podemos parar esta conjura totalitaria. Nadie nos garantiza la victoria pero, si hacemos frente al totalitarismo disfrazado de democracia, al menos, podremos dormir tranquilos.