La Encyclopedia of Bioethics define así la Bioética: “Bioética es un término compuesto, derivado de las palabras griegas bios (vida) y êthikê (ética). Puede ser definida como el estudio sistemático de las dimensiones morales -incluyendo la vida moral, las decisiones, conductas y modos de actuación- de las ciencias de la vida y el cuidado de la salud, empleando una variedad de metodologías éticas y planteamientos interdisciplinarios”.
La primacía de la persona es el fundamento de la sociedad, no pudiéndose correr el riesgo de poner en entredicho el respeto debido a la persona humana, tanto en su dignidad y en su libertad como en su integridad. La Bioética es laica, pero no laicista; racional, pero no racionalista; no excluyente, sino mas bien incluyente de las diferentes ideologías que pueden darse en una sociedad pluralista. La Bioética trata de conseguir hacernos capaces de tomar decisiones éticas que permitan la perspectiva de un futuro humanista. Para ello estudia los problemas morales planteados por el desarrollo de las diferentes ciencias y tecnologías que pueden aplicarse a la vida humana, influyéndola o modificándola.
Los tres principios fundamentales en Bioética, prácticamente aceptados por todos, son: el de beneficencia, la exigencia ética de “hacer el bien” y de que los profesionales pongan su ciencia y su dedicación al servicio del enfermo, superando también la tentación de proseguir sus propias investigaciones en detrimento del bien de la persona que recurre a su servicio; el de autonomía, que subraya el respeto a la persona y, en concreto, a sus propias opciones en el curso de su enfermedad. En concreto el paciente debe ser correctamente informado de su situación y de los tratamientos que se podrían aplicar, respetando luego su decisión, es decir se requiere su consentimiento informado; y, finalmente, el de justicia, que puede formularse como “casos iguales exigen tratamientos iguales”, sin que se admitan discriminaciones, aunque a veces sean posibles diversas interpretaciones. Más tarde se ha añadido un cuarto principio, desdoblado del primero, el de no maleficencia, ya que para muchos jurídicamente el no hacer el mal (“non nocere”), de alguna manera es previo, independiente y superior al deber de hacer el bien.
Pero lo que constituye el principal problema bioético es cómo humanizar la relación entre aquellas personas que poseen conocimientos médicos y el ser humano, frágil y frecuentemente angustiado, que vive el duro trance de una enfermedad que le afecta hondamente. Este sí es un problema que surge en el día a día y concierne a millones de personas, siendo actualmente el gran reto para la medicina, en la que existe frecuentemente una gran desproporción entre los sofisticados medios técnicos de que dispone, y los niveles de humanidad que impregnan la acción sanitaria. Su objetivo concreto estribaría en la elaboración de un código bioético, que, a la larga, incluyera el conjunto de actividades científicas. Un intento en este sentido es el Convenio Europeo de Bioética, firmado en Oviedo el 4-IV1997, que es un documento jurídico en el que se ha logrado un consenso en cuestiones en las que reinaba un pluralismo ético. Tal vez el artículo más interesante para nosotros es el artículo 14, que dice: “No se admitirá la utilización de técnicas de asistencia médica a la procreación para elegir el sexo de la persona que va a nacer, salvo en los casos en que sea preciso para evitar una enfermedad hereditaria grave vinculada al sexo”. Pero también es cierto que se trata de tan solo un paso en la defensa de la dignidad humana en el campo de la biología y de la medicina.
Aunque su fundamento esté en la biología, pues los datos biomédicos constituyen el primer paso para el acercamiento moral a cualquier problema relacionado con la vida humana, no cabe duda de que las circunstancias históricas y culturales condicionan el pensar científico, así como los intereses en juego, teniendo también su palabra que decir la religión, no sólo en cuanto participa y de modo muy importante en la misión de mantener viva en la conciencia del conjunto sanitario el problema del sentido de la existencia, que plantean el sufrimiento y la enfermedad, sino también como savia que impregna todas las capas de nuestro saber y de nuestra responsabilidad, tratando de evitar el relativismo ético con la defensa de las certezas morales y de los valores universalmente válidos que protegen la vida, la dignidad y la libertad de los seres humanos. Los problemas humanos no se pueden resolver como simples cuestiones técnicas, pues en nuestro ser está escrito el significado profundo de la vida y de nuestras relaciones con los demás, pues “la dignidad humana exige la fidelidad a unos principios fundamentales de la naturaleza, principios comprensibles por la razón” (Declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe “Persona Humana” nº 3). El papel de los cristianos es irreemplazable para contribuir a formar en el seno de la sociedad, en un diálogo respetuoso y exigente, una conciencia ética y un sentido cívico, situación que requiere una seria formación de los que trabajan en este campo.
Y es que el personalismo cristiano complementa estos principios con estos otros: el principio de defensa de la vida física, que protege el valor fundamental de la vida y su inviolabilidad; el principio de libertad y responsabilidad, con su exigencia de tratar al enfermo como un fin y nunca como un medio, así como para el médico el no aceptar las peticiones moralmente inaceptables del paciente; el principio de la totalidad o principio terapéutico, que evalúa en las intervenciones terapéuticas la proporcionalidad entre riesgos y beneficios; el principio de solidaridad y subsidiaridad, que invita a la cooperación responsable entre las personas con preferencia para los más necesitados. Estos principios no se oponen a los anteriores, sino que los complementan, enriquecen y sirven para su interpretación.