En nuestra sociedad actual cada vez son más las mujeres que, engañadas por los estereotipos imperantes de la ideología de género, deciden ser madres “porque yo lo valgo” sin necesidad de recurrir a la “incómoda” tarea de buscar un padre para su hijo. Es la consecuencia lógica de la traslocación de valores, que no es exclusiva de las mujeres, pero que tiene en ellas aspectos más llamativos que en los varones.
Las circunstancias que mueven a una mujer a desear tener un hijo ella sóla son variadas. Por un lado está la mujer segura de sí misma, entre 35 y 45 años, ejecutiva agresiva, que un buen día decide tomar las riendas de su vida y no esperar a “un príncipe azul” para tener a sus hijos. También hay mujeres que pese a su decisión de ser madres solteras en este momento no renuncian a la figura de un hombre en su vida. Por eso deciden primero tener un hijo y luego buscar un padre para él. Como dicen ellas mismas, “el orden de los factores no altera el valor del producto”. Algunas no encuentran al príncipe azul, otras lo encontraron pero se divorciaron, otras deciden libremente no contar con la figura paterna, y las menos, deciden ser madres de un donante, a pesar de tener pareja, porque él no desea tener hijos.
En efecto, la mujer está preparada física y emocionalmente para la maternidad, que debe producirse en una determinada etapa de su vida para que de este modo sea capaz de criar a sus hijos. No se trata de nada discriminatorio frente al varón, sino la simple constatación de un hecho biológico incuestionable. Hace unos años, cuando en España existía el servicio militar obligatorio, algunos hombres se quejaban de la discriminación que sufrían frente a las mujeres al verse obligados ellos a dedicar un año o dos de su vida al servicio de las armas, mientras sus compañeras de clase comenzaban a tener sus primeras experiencias laborales, exentas de tal obligación. Cuando ellos daban comienzo su carrera laboral, partían con desventaja respecto a ellas. Pues bien, suprimido el servicio militar obligatorio, ahora ocurre al revés. Las mujeres que han sido muy exitosas en su carrera profesional sienten la llamada de la maternidad, pero no tienen tiempo de buscar un hombre con quien concebir un hijo (el hombre es ya un mero instrumento). Perder el tiempo en esas menudencias las haría descender puestos en la competitiva carrera por el éxito profesional.
La ciencia sale en su ayuda, y gracias a las modernas técnicas de fecundación in vitro (FIV) es posible para todas estas mujeres cumplir su sueño de maternidad sin necesidad de adaptarse a las limitaciones de la naturaleza. Así lo comprueban en los florecientes negocios de FIV, donde las peticiones de fecundación por parte de mujeres solteras aumentan cada año de forma significativa: En la empresa más importante de España dedicada a la FIV, en los últimos seis años, un total de 1.682 mujeres se sometieron a estos tratamientos sin pareja. La tendencia va en aumento: De 166 mujeres en 2004 a 493 en 2009. La mayoría acuden a centros privados porque son rechazadas en los hospitales de la sanidad pública. Y eso, a pesar de que tenemos en España la ley menos restrictiva del mundo, que favorece el turismo “reproductivo” hacia nuestro país. En efecto, y sin entrar en más detalles, la ley 14/2006 sobre técnicas de reproducción humana asistida dice en su artículo 6.1:
“Toda mujer mayor de 18 años y con plena capacidad de obrar podrá ser receptora o usuaria de las técnicas reguladas en esta Ley, siempre que haya prestado su consentimiento escrito a su utilización de manera libre, consciente y expresa. La mujer podrá ser usuaria o receptora de las técnicas reguladas en esta Ley con independencia de su estado civil y orientación sexual.”
Es decir, que en nuestro país está permitida la inseminación de mujeres solteras o de lesbianas, puesto que ni estado civil ni orientación sexual suponen un criterio de selección. A pesar de ello, en muchos hospitales públicos se les niega el acceso a estas técnicas a las mujeres solas con la excusa de que lo impide su normativa interna. Por mucho que la ley lo permita, aún hay profesionales que conservan parte de su sentido crítico y comprenden que ciertas cosas no se deben hacer, aunque estén permitidas legalmente. Esto significa que una mujer sola tiene que hacer un gran desembolso económico para poder ser madre. Por dar algunas cifras, un proceso de Fecundación in Vitro ronda los 6.000 euros. Si también se precisa la compra de óvulos donados por otra mujer, el coste sube hasta los 8.000. Y si se requiere la compra de embriones sobrantes, fabricados para otra mujer o pareja que ya no los necesitan, el coste se acerca a los 5.000 euros. Estas cantidades son el importe por cada intento. De modo que cada fallo del proceso aumenta el desembolso. Por esta razón económica, muchas mujeres que desearían ser madres sin pareja, desisten finalmente de llevarlo a cabo.
Dejaré de lado por un momento el análisis de las consecuencias que estas técnicas tienen sobre la mujer. Baste decir al respecto que siempre que el hombre intenta violentar la naturaleza para saltarse sus reglas y torcerla a su capricho, la naturaleza se rebela y las consecuencias suelen terminar siendo desastrosas para el propio hombre.
Diré, eso sí unas palabras al respecto del efecto que estas técnicas pueden tener en el hijo. Todavía estamos por ver las consecuencias físicas y psicológicas que pueden aflorar cuando la generación de los niños probeta llegue a la madurez. Lo que es evidente es que la mentalidad que subyace detrás del comprensible deseo de estas mujeres por ser madres se fundamenta en un principio equivocado, cual es el de considerar que, en tanto que mujeres, tienen DERECHO a ser madres cuando, donde y como les parezca oportuno. El hijo, un ser humano, se “cosifica”, pues pasa de ser un regalo de Dios (o de la naturaleza, para los no creyentes) a ser un derecho. Y como tal, exigible. El hijo tiene que venir ahora, que es cuando a mí me conviene, y de esta manera, que es la que más práctica me resulta. La maternidad, así desnaturalizada, terminará pasando factura. Porque resulta imposible controlar todos los factores. Y cuando ese hijo, tan deseado, que fue concebido sin ningún respeto a su dignidad como individuo de la especie humana, empiece a ejercitar su libertad y se convierta en algo diferente a lo que su madre soñaba, ya no se podrá devolver. Pero será entonces cuando se eche en falta el soporte de una familia (tradicional, hay que adjetivarlo ahora) que aporte la calidez del amor desinteresado, abierto a la vida, que da razón de ser al ser humano.
Soy consciente de que esto no es políticamente correcto. Pero también sé que muchos criadores de perros de raza no venden uno de sus cachorros a una persona si no están completamente seguros de que será atendido como ellos consideran que se merecen sus cachorros. Qué pena que cuando se trata de seres humanos no se exija al menos una responsabilidad similar.